2 de agosto de 1920, discurso pronunciado en el II Congreso de la Internacional Comunista

El camarada Bordiga quería, por lo visto, defender aquí el punto de vista de los marxistas italianos; pero, sin embargo, no ha contestado ni a uno solo de los argumentos aducidos aquí por otros marxistas en defensa de la actividad parlamentaria.

El camarada Bordiga ha reconocido que la experiencia histórica no se crea artificialmente. Acaba de decirnos que es preciso trasladar la lucha a otro terreno. ¿No sabe, acaso, que toda crisis revolucionaria va acompañada de una crisis parlamentaria? Ha dicho, es cierto, que la lucha debe ser trasladada a otro terreno, a los sóviets. Pero el propio camarada Bordiga ha reconocido que los sóviets no pueden ser creados artificialmente. El ejemplo de Rusia demuestra que los sóviets pueden ser organizados o durante la revolución o inmediatamente antes de la revolución. Ya en tiempos de Kerenski, los sóviets (exactamente, los sóviets mencheviques) fueron organizados de tal manera que no podían en modo alguno formar parte del poder proletario. El parlamento es un producto del desarrollo histórico que no podremos suprimir de la vida mientras no seamos tan fuertes que estemos en condiciones de disolver el parlamento burgués. Únicamente siendo miembro del parlamento burgués se puede, partiendo de las condiciones históricas concretas, luchar contra la sociedad y el parlamentarismo burgueses. El mismo medio que emplea la burguesía en la lucha debe ser empleado también por el proletariado, como es natural, con fines completamente distintos. No puede usted afirmar que esto no es así, y si quiere impugnarlo, tendrá que tachar de un plumazo la experiencia de todos los acontecimientos revolucionarios del mundo.

Ha dicho usted que los sindicatos son también oportunistas, que también ellos representan un peligro; pero, por otro lado, ha dicho que es preciso hacer una excep-ción con los sindicatos, pues son una organización obrera. Mas eso es justo sólo hasta cierto punto. También en los sindicatos hay elementos muy atrasados. Una parte de la pequeña burguesía proletarizada, los obreros atrasados y los pequeños campesinos, todos esos elementos piensan, efectivamente, que en el parlamento están representados sus intereses; hay que luchar contra eso actuando en el parlamento y mostrando con hechos la verdad a las masas. A las masas atrasadas no se las puede convencer con la teoría: necesitan la experiencia.

Lo hemos visto también en Rusia. Nos vimos obligados a convocar la Asamblea Constituyente, después ya de haber triunfado el proletariado, para demostrar al obrero atrasado que á través de ella no conseguiría nada. Para comparar una y otra experiencia tuvimos que contraponer concretamente los sóviets a la Constituyente y presentarle los sóviets como la única salida.

El camarada Souchy, que es sindicalista revolucionario, ha defendido las mismas teorías, pero la lógica no está de su parte. Ha dicho que no es marxista y, por ello, se comprende que ocurra eso. Pero si usted, camarada Bordiga, afirma que es marxista, se le puede exigir más lógica. Hay que saber cómo se puede destruir el parlamento. Si puede usted hacerlo por medio de una insurrección armada en todos los países, eso estará muy bien. Usted sabe que nosotros hemos demostrado en Rusia, no sólo en teoría, sino también en la práctica, nuestra voluntad de destruir el parlamento burgués. Sin embargo, ha perdido de vista que eso es imposible sin una preparación bastante larga y que en la mayoría de los países no es posible todavía destruir de un solo golpe el parlamento. Nos vemos obligados a librar la lucha en el parlamento para destruir el parlamento. Usted sustituye con su voluntad revolucionaria las condiciones que determinan la línea política de todas las clases de la sociedad contemporánea y, por eso, olvida que nosotros, para destruir el parlamento burgués en Rusia, tuvimos primero que convocar la Asamblea Constituyente incluso después de nuestra victoria. Usted ha dicho: “Es cierto que la revolución rusa es un ejemplo que no corresponde a las condiciones de Europa Occidental”. Pero no ha aducido ni un solo argumento de peso para demostrarlo. Nosotros pasamos por el período de la democracia burguesa. Pasamos por él rápidamente en unos momentos en que nos veíamos obligados a hacer agitación en favor de las elecciones a la Asamblea Constituyente. Y más tarde, cuando la clase obrera tuvo ya posibilidad de tomar el poder, los campesinos siguieron creyendo aún en la necesidad del parlamento burgués.

Tomando en consideración a estos elementos atrasados, tuvimos que convocar las elecciones y mostrar a las masas con un ejemplo, con hechos, que aquella Asamblea Constituyente, elegida durante la mayor indigencia general, no expresaba los anhelos y las demandas de las clases explotadas. Con ello, el conflicto entre el poder soviético y el poder burgués estuvo completamente claro no sólo para nosotros, para la vanguardia de la clase obrera, sino también para la inmensa mayoría del campesinado, para los empleados modestos, la pequeña burguesía, etc. En todos los países capitalistas existen elementos atrasados de la clase obrera que están convencidos de que el parlamento es el representante auténtico del pueblo y no ven que en él se emplean medios sucios. Se dice que el parlamento es un instrumento del que se vale la burguesía para engañar a las masas. Pero este argumento debe volverse contra vosotros y se vuelve contra vuestras tesis. ¿Cómo ponéis al desnudo ante las masas verdaderamente atrasadas y engañadas por la burguesía el verdadero carácter del parlamento? Si no entráis en él, ¿cómo vais a denunciar una u otra maniobra parlamentaria, la posición de este o aquel partido, si estáis fuera del parlamento? Si sois marxistas, deberéis reconocer que las relaciones entre las clases en la sociedad capitalista y las relaciones entre los partidos están estrechamente vinculadas. ¿Cómo, repito, demostraréis todo eso si no sois miembros del parlamento, si renunciáis a la labor parlamentaria? La historia de la revolución rusa ha mostrado claramente que habría sido imposible convencer con ningún argumento a las grandes masas de la clase obrera, del campesinado y de los empleados modestos si ellas mismas no se hubiesen convencido por propia experiencia.

Se ha dicho aquí que perdemos mucho tiempo participando en la lucha parlamentaria. ¿Es posible imaginarse una institución en la que todas las clases participen en la misma medida que en el parlamento? Eso no se puede crear artificialmente. Si todas las clases tienden a participar en la lucha parlamentaria es porque los intereses y los conflictos de clase se ven reflejados en el parlamento. Si fuera posible organizar de una vez en todas partes, pongamos por caso, una huelga general decisiva para derrocar de golpe el capitalismo, la revolución se habría producido ya en distintos países. Pero hay que contar con los hechos, y el parlamento es una palestra de la lucha de clases. El camarada Bordiga y quienes comparten sus puntos de vista deben decir la verdad a las masas. Alemania es el mejor ejemplo de que la minoría comunista en el parlamento es posible, y por eso deberíais haber dicho francamente a las masas: somos demasiado débiles para crear un partido con una organización fuerte. Esa hubiera sido la verdad que debería haberse dicho. Pero si hubieseis confesado esa debilidad vuestra a las ma-sas, se habrían convertido no en adeptos vuestros, sino en vuestros adversarios, en partidarios del parlamentarismo.

Si decís: “Camaradas obreros, somos tan débiles que no podemos crear un partido suficientemente disciplinado que sepa obligar a los diputados a someterse al partido”, los obreros os abandonarán, pues se dirán: “¿Cómo vamos a edificar la dictadura del proletariado con hombres tan débiles?”.

Sois muy ingenuos si pensáis que el día de la victoria del proletariado los intelectuales, la clase media y la pequeña burguesía se harán comunistas.

Si no tenéis esa ilusión, deberéis preparar desde ahora al proletariado para hacer triunfar su línea. En ningún dominio de la labor estatal encontraréis una excepción de esta regla. Al día siguiente de la revolución veréis por todas partes abogados oportunistas que se llamarán comunistas y pequeñoburgueses que no reconocerán ni la disciplina del Partido Comunista ni la disciplina del Estado proletario. Jamás prepararéis la dictadura del proletariado si no preparáis a los obreros para crear un partido verdaderamente disciplinado que obligue a todos sus miembros a someterse a su disciplina. Creo que por eso no queréis reconocer que precisamente la debilidad de muchísimos partidos comunistas nuevos es lo que les obliga a negar la labor parlamentaria. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los obreros auténticamente revolucionarios nos seguirá y se pronunciará contra vuestras tesis antiparlamentaristas.

Publicado íntegramente en 1921, en el libro II Congreso de la Internacional Comunista. Actas taquigráficas. Petrogrado.