I Congreso de la Internacional Comunista

Celebrado del 2 al 6 de marzo de 1919

El camarada Albert ha dicho que el Ejército Rojo es frecuentemente objeto de discusiones en Alemania y, si he comprendido bien, también inquieta a los señores Ebert y Scheidemann en sus noches de insomnio, pues temen la irrupción amenazadora del Ejército Rojo en Prusia Oriental. En lo que respecta a la irrupción, el camarada Albert puede tranquilizar a los actuales amos de Alemania: feliz o desgraciadamente, eso depende del punto de vista que se tenga, actualmente aún no estamos allí. En todo caso, en lo que concierne a las invasiones que nos amenazan, hoy nuestra situación es mejor que en la época de la paz de Brest-Litovsk. Esto es muy cierto. En esa época, éramos niños en lo que respecta al desarrollo general del gobierno soviético como también al del Ejército Rojo. En aquella época este último aún se llamaba la Guardia Roja. Desde hace mucho tiempo ese nombre ya no existe. La Guardia Roja estaba compuesta por las primeras tropas de guerrilleros, secciones improvisadas de obreros revolucionarios que, impulsados por su espíritu revolucionario, llevaron la revolución proletaria desde Petrogrado y Moscú a todo el territorio ruso. Este período duró hasta el primer encuentro de la Guardia Roja con los regimientos alemanes regulares, donde se comprobó claramente que esos grupos improvisados no estaban en condiciones de proporcionar a la república socialista revolucionaria una verdadera protección, dado que ya no se trataba solamente de liquidar a la contrarrevolución rusa sino de rechazar a un ejército disciplinado.

Entonces comienza el cambio en el estado de ánimo de la clase obrera en relación al ejército, y también el cambio de los métodos de organización de éste. Presionados por la situación, procedimos a la formación de un ejército bien organizado, poseedor de una conciencia de clase. Pero en nuestro programa existe la milicia popular. Aunque hablar de la milicia popular, de esa reivindicación política de la democracia, en un país gobernado por la dictadura del proletariado es imposible, pues el ejército siempre está muy estrechamente ligado al carácter de la clase que detenta el poder. La guerra, como decía el viejo Clausewitz, es la continuación de la política, pero por otros medios. Y el ejército es el instrumento de la guerra y debe corresponder a la política. El gobierno es proletario y en su composición social, el ejército debe reflejar esa realidad.

Por eso introdujimos el censo en la composición del ejército. Desde el mes de mayo del año pasado hemos pasado del ejército voluntario, de la Guardia Roja, al ejército basado en el servicio militar obligatorio, pero sólo admitimos a los proletarios o a los campesinos que no explotan mano de obra externa.

Es imposible hablar seriamente de una milicia popular en Rusia, si se considera que teníamos y aún tenemos varios ejércitos de clase enemigos en el territorio del antiguo imperio del zar. También tenemos, por ejemplo, en el territorio del Don un ejército monárquico, dirigido por oficiales cosacos, compuesto de elementos burgueses y ricos campesinos cosacos. Luego tuvimos en la región del Volga y de los Urales el ejército de la Constituyente que también era, según su concepción, el ejército “popular”, como se le llamaba. Este ejército se disolvió muy rápidamente. Esos señores de la Constituyente tuvieron la peor parte, abandonaron el campo de la democracia del Volga y de los Urales de un modo totalmente involuntario y buscaron entre nosotros la hospitalidad del gobierno soviético. El almirante Kólchak simplemente arrestó al gobierno de la Constituyente, y el ejército se convirtió en un ejército monárquico. En un país que se halla en estado de guerra civil sólo se puede construir un ejército sobre el principio de clase. Eso es lo que nosotros hemos hecho, y exitosamente.

El problema de los jefes militares nos ha planteado grandes dificultades. Evidentemente, nuestra primera preocupación era educar oficiales rojos, reclutados en las filas de la clase obrera y entre los hijos de los campesinos pobres. Desde un comienzo procedimos a realizar este trabajo y aún aquí, ante la puerta de esta sala, ustedes pueden ver a “sargentos” rojos que en poco tiempo entrarán como oficiales rojos en el ejército soviético. Son muy numerosos, aunque no puedo dar cifras porque un secreto de guerra siempre es un secreto de guerra. El número, como decía, es bastante grande pero no podemos esperar que los jóvenes sargentos rojos se conviertan en generales rojos, pues el enemigo no va a concedernos tanto tiempo de tregua. Para tener éxito en nuestro objetivo y formar muchos hombres capaces, debimos dirigirnos también a los viejos jefes militares. Evidentemente, no elegimos nuestros oficiales en el brillante sector de los cortesanos militares sino entre los elementos más simples, donde hemos reclutado fuerzas muy capaces que nos ayudan ahora a combatir a sus antiguos colegas. Por una parte, contamos con elementos buenos y leales, componentes del antiguo cuerpo de oficiales, a los que hemos agregado buenos comunistas en función de comisarios y además con los mejores elementos surgidos de los soldados, los obreros, los campesinos, para los puestos de mando inferiores. De este modo, hemos formado un cuerpo de oficiales rojos.

Desde que existe la República Soviética en Rusia, siempre ha sido obligada a hacer la guerra y la hace también en la actualidad. Tenemos un frente de 8.000 kilómetros en el sur y, en el norte, en el este y en el oeste, en todas partes nos atacan y debemos defendernos. Y Kautsky nos ha acusado también de practicar el militarismo. Ahora bien, pienso que si queremos conservar el poder en manos de los obreros, debemos defendernos seriamente. Para defendernos, debemos enseñar a los obreros a hacer uso de las armas que ellos forjan. Hemos comenzado por desarmar a la burguesía y armar a los obreros. Si eso es militarismo, entonces hemos creado nuestro militarismo socialista y perseveraremos firmemente apoyándonos en él.

Al respecto, nuestra situación en agosto pasado era muy mala. No solamente nos hallábamos cercados sino que el cerco estaba bastante próximo de Moscú. Desde entonces, hemos ampliado el cerco cada vez más y, en los últimos seis meses, el Ejército Rojo ha recuperado para la Unión Soviética no menos de 700.000 km2, con una población de alrededor de cuarenta y dos millones de habitantes, dieciséis gobernaciones con dieciséis grandes ciudades en las que la clase obrera siempre llevó a cabo ásperas luchas. Y actualmente, si a partir de Moscú se traza sobre el mapa una línea en cualquier dirección y se la prolonga, se encontrará a un campesino ruso, a un obrero ruso en el frente que, en medio de la fría noche, se yergue con su fusil en la frontera de la República Soviética para defenderla.

Y puedo asegurarles que los obreros comunistas que forman realmente el núcleo de este ejército se comportan no sólo como el ejército de protección de la república socialista rusa sino también como el Ejército Rojo de la Tercera Internacional. Y si hoy tenemos la posibilidad de brindar hospitalidad a esta conferencia comunista para agradecer a nuestros hermanos de Europa occidental la hospitalidad que nos prodigaron durante decenas de años, lo debemos a los esfuerzos y sacrificios del Ejército Rojo, en el cual los mejores camaradas de la clase obrera comunista actúan como simples soldados, como oficiales rojos o como comisarios, es decir como los representantes directos de nuestro partido, del gobierno soviético y que en cada regimiento, en cada división, dan el tono político y moral, es decir que enseñan con su ejemplo a los soldados rojos cómo se lucha y se muere por el socialismo. Entre esos hombres, estas no son palabras huecas, pues son seguidas de actos, y en esta lucha hemos perdido centenares y millares de los mejores obreros socialistas. Pienso que no han caído solamente por la República Soviética sino también por la Tercera Internacional.

Y si bien en la actualidad no pensamos invadir la Prusia oriental (por el contrario, nos sentiríamos felices si los señores Ebert y Scheidemann nos dejasen en paz) sin embargo es exacto que cuando llegue el momento en que nuestros hermanos de Occidente nos llamen en su auxilio, les responderemos: “¡Aquí estamos, durante este tiempo hemos aprendido el manejo de las armas, y estamos dispuestos a luchar y a morir por la causa de la revolución mundial!”.

III Congreso de la Internacional Comunista

Discurso del camarada Trotsky ante la II Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas

15 de julio de 1921

Camaradas:

Estamos celebrando esta Conferencia de Mujeres Comunistas y el presente Congreso de la Internacional Comunista y realizando nuestro trabajo en un momento que no parece tener aquel carácter definitivo, aquella claridad y rasgos distintivos fundamentales que aparecían, a primera vista, en el I Congreso Mundial, cuando se reunió inmediatamente después de la guerra. Nuestros enemigos y nuestros oponentes están diciendo ahora que hemos errado total y absolutamente en nuestros cálculos. Los comunistas habíamos supuesto y esperado, dicen, que la revolución proletaria mundial estallase durante la guerra o inmediatamente después de ella. Pero ahora ya está terminando el tercer año desde la guerra, y aunque en el intervalo han tenido lugar muchos movimientos revolucionarios, sólo en un país, a saber, en nuestra propia Rusia atrasada económica, política y culturalmente, el movimiento revolucionario llevó a la dictadura del proletariado. Esta dictadura ha sido capaz de mantenerse hasta este momento, y espero que continúe manteniéndose por un largo tiempo. En otros países, los movimientos revolucionarios han conducido sólo al reemplazo de los regímenes de los Hohenzollern y de los Habsburgo por regímenes burgueses, bajo la forma de repúblicas burguesas. En otros, el movimiento se dispersó en huelgas, manifestaciones y levantamientos aislados que fueron aplastados. En general, las columnas principales del régimen capitalista siguen en pie, con la sola excepción de Rusia.

De esto, nuestros enemigos han sacado la conclusión de que, puesto que el capitalismo no se ha derrumbado como resultado de la Guerra Mundial en los primeros dos o tres años de la posguerra, se deduce que el proletariado mundial ha demostrado su incapacidad y, a la inversa, el capitalismo mundial ha demostrado su poder para sostener sus posiciones y restablecer su equilibrio.

Y en este preciso instante la Internacional Comunista está discutiendo si el futuro inmediato impondrá el restablecimiento de la dominación capitalista sobre bases nuevas y más elevadas, o se dará la batalla del proletariado contra el capitalismo, lo que llevará a la dictadura de la clase obrera. Esta es la cuestión fundamental para el proletariado mundial y, por lo tanto, para su sector femenino. Por supuesto, camaradas, no puedo siquiera intentar dar aquí una respuesta completa a esta cuestión. El tiempo con que cuento es demasiado breve. Intentaré hacerlo, como me lo ha encargado el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en el Congreso. Pero hay una cosa que está completamente clara, según creo, para nosotros los comunistas, los marxistas. Sabemos que la historia y su movimiento están determinados por causas objetivas, pero también sabemos que la historia la hacen los seres humanos y se realiza a través de ellos. La revolución la lleva a cabo la clase obrera. Esencialmente, la historia nos plantea la cuestión del siguiente modo: el capitalismo preparó la Guerra Mundial; ésta estalló y destruyó millones de vidas y miles de millones de dólares de la riqueza de los distintos países. Lo sacudió todo. Y aquí, sobre estos cimientos semiderruidos, dos clases se encuentran trenzadas en lucha: la burguesía y el proletariado. La burguesía intenta restaurar el equilibrio capitalista y su dominación de clase; el proletariado, derrocar el dominio de la burguesía.

Es imposible resolver esta cuestión lápiz en mano, como quien suma una lista de comestibles. Es imposible decir: la historia ha dado un viraje hacia el restablecimiento del capitalismo. Sólo podemos decir que si se desaprovechan las lecciones de todo el desarrollo precedente, las lecciones de la guerra, de la Revolución Rusa, de las semirrevoluciones en Alemania, Austria y otros lugares, si la clase obrera se resigna a poner el cuello bajo el yugo capitalista; entonces, quizás, la burguesía podrá restaurar su equilibrio, destruirá la civilización de Europa occidental y transferirá el centro del desarrollo mundial a Norteamérica, al Japón y Asia. Generaciones enteras tendrán que ser destruidas para crear este nuevo equilibrio. Los diplomáticos, militares, estrategas, economistas, todos los agentes de la burguesía, están ahora dirigiendo todos sus esfuerzos hacia ese fin. Saben que la historia tiene sus causas objetivas profundas, pero que la realizan los seres humanos, sus organizaciones y sus partidos. En consecuencia, nuestro Congreso y vuestra Conferencia de Mujeres se han reunido aquí, precisamente, para impulsar, en esta fluida situación histórica, la firmeza de la conciencia y de la voluntad de la clase revolucionaria. Aquí reside lo esencial del momento que estamos viviendo, y lo esencial de las tareas a encarar.

La toma del poder ya no aparece tan simple como nos pareció a muchos de nosotros hace dos o tres años. A escala mundial, el problema de conquistar el poder es extremadamente difícil y complicado. Debe tenerse en cuenta que en el propio proletariado hay distintas capas, se dan distintos niveles de desarrollo histórico, e incluso, distintos intereses coyunturales. Esto determina que cada sector se mueva con un ritmo propio. Una tras otra, cada capa proletaria es arrojada a la lucha revolucionaria, pasa por su propia escuela, se quema los dedos, retrocede a la retaguardia. Le sigue otra capa, tras la que viene aun otra, y todas ellas son arrastradas, no simultáneamente, sino en diferentes períodos; pasan por el jardín de infancia, el primero, el segundo y otros grados del desarrollo revolucionario. Y combinar todo esto en una unidad, ¡ah, es una tarea colosalmente difícil! El ejemplo de Alemania nos lo muestra. Allí, en Alemania Central, el sector del proletariado que antes de la guerra era el más atrasado y el que más confiaba en los Hohenzollern, se ha vuelto hoy el más revolucionario y dinámico. Lo mismo sucedió en nuestro país cuando el sector proletario más atrasado, el de los Urales, se convirtió en determinado momento, en el más revolucionario. Sufrieron una gran crisis interna. Y, por otra parte, volviendo a Alemania, por ejemplo a los obreros avanzados de Berlín y Sajonia, consideramos que tomaron temprano el camino de la revolución e inmediatamente se quemaron; no sólo no pudieron tomar el poder, sino que sufrieron una derrota; por lo tanto, desde entonces se volvieron mucho más cautelosos. A la vez, el movimiento obrero de Alemania Central, muy revolucionario, que comenzó con gran entusiasmo, no pudo coincidir con aquellos obreros, mucho más avanzados pero más cautelosos y, en alguna medida, más conservadores. Por este solo ejemplo, ustedes ya pueden ver, camaradas, cuán difícil es combinar las desiguales manifestaciones de los obreros de diferentes gremios y de diferentes grados de desarrollo y cultura.

En el progreso del movimiento obrero mundial, las mujeres proletarias desempeñan un rol colosal. Lo digo, no porque me esté dirigiendo a una conferencia femenina, sino porque bastan los números para demostrar qué papel importante ejercen las obreras en el mecanismo del mundo capitalista: en Francia, en Alemania, en los Estados Unidos, en Japón, en cada país capitalista… Las estadísticas me informan que en Japón hay muchas más obreras que obreros y en consecuencia, si son fidedignos los datos de que dispongo, allí las mujeres proletarias están destinadas a ejercer un papel fundamental y a ocupar el lugar decisivo. Y, hablando en términos generales, en el movimiento obrero mundial la obrera está al nivel, precisamente, del sector del proletariado representado por los mineros de Alemania Central, a los que nos hemos referido, es decir, el sector obrero más atrasado, más oprimido, el más humilde de los humildes. Y justamente por eso, en los años de la colosal revolución mundial, este sector del proletariado puede y debe convertirse en la parte más activa, más revolucionaria y de mayor iniciativa de la clase obrera.

Naturalmente, la sola energía, la sola disposición al ataque, no bastan. Pero al mismo tiempo la historia está llena de hechos como este que señalamos, que durante una etapa más o menos prolongada previa a la revolución, en el sector masculino de la clase obrera, especialmente entre sus capas más privilegiadas, se acumula excesiva cautela, excesivo conservadurismo, mucho oportunismo y demasiada adaptabilidad. Y la forma en que reaccionan las mujeres contra su propio atraso y degradación, esa reacción, repito, puede desempeñar un papel colosal en el movimiento revolucionario en su conjunto. Esta es una razón más para creer que en la actualidad nos encontramos en un recodo de la historia, una momentánea parada. Tres años después de la guerra imperialista, el capitalismo todavía existe. Este es un hecho. Esta detención muestra cuán lentamente marcan su huella en las mentes humanas, en la psicología de las masas, las lecciones objetivas de los acontecimientos y de los hechos. La conciencia sigue con retraso a los acontecimientos objetivos. Lo vemos ante nuestros propios ojos. Sin embargo, la lógica de la historia se abrirá camino hacia la conciencia de la mujer trabajadora, tanto en el mundo capitalista como en el Este de Asia. Y una vez más, será tarea de nuestro Congreso no sólo reafirmar nuevamente, sino también señalar con precisión y en base a los hechos que el despertar de las masas trabajadoras en Oriente es hoy parte integral de la revolución mundial, tanto como el alzamiento de los proletarios en Occidente, Y ello se debe a que, si el capitalismo inglés, el más poderoso de la debilitada Europa, ha logrado mantenerse, es precisamente porque se apoya, no sólo en los no muy revolucionarios obreros ingleses, sino también sobre la inercia de las masas trabajadoras de Oriente.

En general, a pesar de que los hechos se han desarrollado mucho más lentamente de lo que esperábamos y deseábamos, podemos decir que nos hemos fortalecido en el tiempo transcurrido desde el I Congreso Mundial. Es cierto que hemos perdido algunas ilusiones, pero en compensación hemos comprendido nuestros errores y aprendido algunas cosas, y en lugar de las ilusiones hemos adquirido una visión más clara. Hemos crecido; nuestras organizaciones se han fortalecido. Tampoco nuestros enemigos perdieron el tiempo en este período. Todo esto muestra que la lucha será dura y feroz. Ello hace aun más importante el trabajo de esta Conferencia. De ahora en adelante, la mujer debe comenzar a dejar de ser una “hermana de la caridad”, en el sentido político del término. Participará en forma directa en el principal frente revolucionario de batalla. Y es por eso que, desde el fondo de mi corazón, aunque sea con algún retraso, saludo a esta Conferencia Mundial de Mujeres y grito con ustedes:

¡Viva el Proletariado Mundial!

¡Vivan las Mujeres Proletarias del Mundo!