La Revolución de Febrero de 1917 había acabado con el odiado régimen zarista. Ya no estaba el zar, pero los principales problemas que impulsaron la lucha revolucionaria seguían sin resolverse. En primer lugar, la guerra imperialista continuaba sin que se vislumbrara un final claro en el horizonte.
La Revolución de Febrero de 1917 había acabado con el odiado régimen zarista. Ya no estaba el zar, pero los principales problemas que impulsaron la lucha revolucionaria seguían sin resolverse. En primer lugar, la guerra imperialista continuaba sin que se vislumbrara un final claro en el horizonte. En el campo, las condiciones de vida de los campesinos seguían siendo horrorosas y la mayor parte de las tierras continuaban en manos de un puñado de terratenientes. Para la clase obrera en los centros urbanos la situación no era mucho mejor y sus principales reivindicaciones históricas, entre ellas la de la jornada de ocho horas, estaban pendientes.
El doble poder
La caída del zar dio paso a una situación de doble poder. Por un lado, como ocurrió en 1905, la lucha revolucionaria vino acompañada del surgimiento de órganos de poder obrero: los sóviets —los consejos de obreros, soldados y campesinos que constituían un poder real en la ciudad y en el campo— y por otro, el Gobierno Provisional, organismo representante del debilitado, pero todavía vivo, Estado burgués. Era una situación transicional que se tendría que resolver en los meses siguientes decantándose hacia el lado de la burguesía o con la toma del poder por parte de la clase trabajadora. La cuestión fundamental era que, en esta etapa de la revolución, los sóviets estaban dirigidos por los mencheviques y socialrevolucionarios (defensores de posiciones políticas reformistas y pequeñoburguesas) que intentaban convertirlos en meros órganos consultivos del recién formado Gobierno Provisional.
Fue el Comité Ejecutivo de los sóviets el que, en los primeros días después de la revolución, decidió permitir la creación de este Gobierno Provisional y entregarle el poder, a la vez que se esforzaba por evitar que los sóviets se convirtieran en los órganos de poder obrero que asumieran todo el poder y sustituyera al Estado burgués y sus instituciones.
En un primer momento, las masas depositaron esperanzas en “el nuevo orden” surgido de la revolución y, por extensión, en ese nuevo Gobierno Provisional. Su autoridad se vio reforzada gracias al apoyo que éste recibía por parte de la dirección de los sóviets. Pero una de las características de un período revolucionario es que las masas aprenden de su experiencia muy rápido. En la medida que pasaban las semanas y las promesas de cambio real no se cumplían, estas ilusiones en el nuevo gobierno se iban diluyendo. La desconfianza hacia el gobierno fue imponiéndose entre las masas, sobre todo en las ciudades, para las que cada vez era más evidente que este pretendía restablecer el orden capitalista, no abordar seriamente ninguno de los problemas fundamentales de las masas y seguir con la guerra.
La política de la dirección de los sóviets fue facilitada por la posición vacilante de la dirección de los bolcheviques que no se opuso decididamente a la formación del Gobierno Provisional.
Lenin y los bolcheviques
Aunque los bolcheviques lucharon inmediatamente por la jornada de ocho horas, alentaron la creación de milicias obreras y, en definitiva, se esforzaron por actuar como revolucionarios consecuentes frente a las posiciones totalmente seguidistas con la burguesía de mencheviques y socialrevolucionarios, la dirección del Partido Bolchevique y parte de sus cuadros, diezmados por años de luchar a contracorriente, la represión y las deportaciones, no supieron entender el desarrollo del proceso revolucionario. De hecho, en la reunión del Comité Ejecutivo de los sóviets del 1 de marzo, en el que se discutió la formación del Gobierno Provisional, no hubo ni una sola voz discordante a pesar de que de los 39 miembros, 11 eran bolcheviques o simpatizantes. Igualmente en la reunión del sóviet, de los 400 diputados presentes sólo votaron en contra de entregar el poder a la burguesía 19, cuando había 40 bolcheviques en la reunión.
Con la llegada de Kámenev y Stalin del exilio, la dirección del Partido Bolchevique experimentó un giro todavía más derechista. Este giro tuvo su reflejo en Pravda, donde se podía leer respecto a la guerra lo siguiente: “…mientras que el ejército alemán obedezca al Káiser, el soldado ruso deberá permanecer firme en su puesto contestando las balas con las balas y los obuses con los obuses (…) Nuestra consigna no debe ser un ¡Abajo la guerra! sin contenido. Nuestra consigna debe ser: ejercer presión sobre el Gobierno Provisional con el fin de obligarle (…) a tantear la disposición de los países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones inmediatamente (…) Entre tanto, todo el mundo debe permanecer en su puesto de combate”.1
Lenin defendía una posición diferente a la mantenida por la dirección del Partido Bolchevique que se encontraba en el interior de Rusia. A pesar de estar separado de la revolución por un continente en guerra, sus planteamientos —como demostraron los acontecimientos posteriores— reflejaban de una forma más correcta las necesidades de la revolución. Su preocupación por la política que estaba aplicando el Partido era manifiesta y desde un principio hizo todo lo posible para ayudar al Partido a orientarse en el proceso revolucionario. Desde su exilio en Zúrich intentó que su voz fuera escuchada. El 6 de marzo, telegrafió: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, ningún apoyo al Gobierno Provisional (…) no hay más garantía que armar al proletariado”.
En abril Lenin consigue llegar a Rusia cruzando Europa en el famoso tren blindado. Pero una vez en allí, la tarea de cambiar la política del Partido Bolchevique no sería sencilla. Convencido de sus ideas, Lenin redactó un documento que pasó a la historia como Las Tesis de Abril.2 En él se establecen una serie de tesis cuyo objetivo central era fijar nítidamente el carácter socialista de la Revolución Rusa, cambiar la posición del Partido Bolchevique respecto a la guerra, a la caracterización del nuevo gobierno provisional y establecer las tareas de los bolcheviques.
Las Tesis de Abril y el carácter socialista de la revolución
El 4 de abril Lenin presentó en nombre propio sus tesis en dos reuniones. Hay que destacar que fueron mal acogidas en ese momento por la dirección bolchevique. El 8 de abril, cuatro días después de publicarse las tesis, se podía leer en Pravda: “Por lo que se refiere al esquema general del camarada Lenin, lo juzgamos inaceptable, en cuanto arranca del principio de que la revolución democrático-burguesa ha terminado ya y se orienta en el sentido de transformarla inmediatamente en revolución socialista”.3
Las tesis de Lenin se pueden resumir en los siguientes puntos:
• La guerra imperialista es de rapiña. Es imposible acabar con ella, con una paz democrática, sin derrocar al capital.
• La tarea de la revolución ahora es poner el poder en manos del proletariado y los campesinos pobres. Ningún apoyo al gobierno burgués. No a la república parlamentaria. Volver a ella desde los sóviets es un paso atrás.
• Los bolcheviques están en minoría. Deben por tanto desarrollar una paciente labor de esclarecimiento y propaganda.
• Nacionalización de todas las tierras del país y su puesta en manos de los sóviets locales de braceros y campesinos. Nacionalización de la banca bajo control obrero.
• Celebrar inmediatamente un congreso del Partido. Construir una internacional revolucionaria, rompiendo con la Segunda Internacional.
Lenin luchó firmemente contra la teoría de las dos etapas defendida por los mencheviques, y cuya esencia era: primero realizar la revolución burguesa, en la cual el proletariado debe apoyar a la llamada burguesía “progresista”, y posteriormente, en un futuro indeterminado, preparar la lucha por el socialismo.4
El informe que había presentado Stalin el 29 de marzo era bien distinto y estaba totalmente impregnado de esa teoría etapista menchevique: “…el poder está compartido por dos órganos. El sóviet ha asumido la iniciativa de las transformaciones revolucionarias. El sóviet (...) es un órgano destinado a controlar al Gobierno. Éste, por su parte, ha abrazado en la práctica la misión de consolidar las conquistas del pueblo”. Para Stalin, los obreros y soldados hacían la revolución y los burgueses la consolidaban.
Tras el triunfo de la Revolución de Febrero había una enorme contradicción: mientras que la fuerza motriz que había acabado con el zarismo eran los trabajadores y campesinos, la dirección del movimiento estaba en manos de la burguesía y la pequeña burguesía. Los bolcheviques estaban en clara minoría en los sóviets. Lenin, en ese contexto, señaló que la principal tarea de los revolucionarios era ganar a la mayoría de la clase trabajadora para las posiciones del bolchevismo. Para ello era indispensable un cambio radical en la orientación del Partido y explicar pacientemente a las masas, desenmascarando en la práctica a los enemigos de clase y a sus sostenedores dentro de las filas del movimiento obrero y campesino.
Las tesis de Lenin coincidían con la teoría de la revolución permanente de Trotsky elaborada unos años antes. La idea principal era que en un país atrasado como Rusia, la burguesía era incapaz de llevar hasta sus últimas consecuencias la revolución democrático-burguesa (reparto de la tierra, industrialización del país, acabar con la participación de Rusia en la guerra imperialista, etc.), en la medida que sus intereses estaban unidos por multitud de hilos a los de los terratenientes rusos y a los de los capitalistas de los países más desarrollados. La única forma de conseguir completar la revolución era a través de la toma del poder por la clase obrera armada con el programa de la revolución socialista. Esta teoría se demostró cien por cien correcta en la Revolución Rusa.
A pesar de la enorme autoridad de Lenin, hubo enormes resistencias por parte de los viejos bolcheviques y una parte de los cuadros del Partido que se aferraban a las fórmulas del pasado. Durante todo el mes de abril se produjeron debates que culminaron finalmente en la Conferencia de abril del Partido, entre los días 24 y 29 de abril, y que asumió definitivamente las tesis de Lenin. En dicha conferencia la oposición a Lenin sólo consiguió 7 votos de los 174 delegados presentes. Las tesis de abril se convirtieron en mayoritarias a excepción de un punto: la ruptura definitiva con la Segunda Internacional.
Lenin planteaba la necesidad de construir una nueva internacional, una internacional comunista, basándose en aquellas fuerzas que durante la Conferencia de Zimmerwald5 de 1915 y, un año después, en la de Kienthal, habían demostrado en los hechos, no sólo de palabra, su verdadero internacionalismo, y se habían enfrentado a las posiciones conciliadoras y pacifistas de Kautsky, su máximo representante. Sin embargo, Zinóviev presentó en la Conferencia de abril una resolución para participar en la siguiente reunión de Zimmerwald. Lenin planteó que los bolcheviques acudieran, pero únicamente a título informativo. Finalmente, la resolución de Zinóviev se aprobó con el único voto en contra de Lenin. A pesar de este punto, el cambio de la política del Partido Bolchevique fue un paso adelante decisivo que les permitió avanzar los meses siguientes hasta ganar a la mayoría de la clase trabajadora en Octubre.
El papel del individuo en la historia
Los procesos revolucionarios son procesos objetivos, se dan independientemente de los deseos y las actitudes de una u otra persona. Es posible que, sin la llegada de Lenin en abril, el desarrollo de las fuerzas revolucionarias hubiera provocado que los bolcheviques cambiaran de posición. El hecho es que su llegada a Rusia el 3 de abril precipitó la crisis dentro del Partido y finalizó con el cambio de rumbo decisivo. Pero sin la existencia del Partido Bolchevique, un partido vivo y enraizado en el movimiento real, con miles de cuadros forjados durante los años anteriores y condiciones muy duras, cuya tradición era la de la más amplia libertad a la hora de debatir6 y la máxima unidad a la hora de actuar, la revolución no hubiera podido triunfar. Igualmente, sin la llegada de Lenin y sin las tesis de abril, los bolcheviques habrían estado más expuestos al peligro de ser arrastrados por los acontecimientos y no haber estado en condiciones de disputar la dirección de la revolución a los reformistas, que sin duda la habrían descarrilado. Lenin era un eslabón más en la cadena bolchevique, pero un eslabón muy importante. Ni Lenin ni los bolcheviques fueron fruto del azar, fueron el resultado de años de formación teórica e intervención en los acontecimientos de la lucha de clases. La dirección revolucionaria no se puede improvisar, hay que construirla previamente.
Una vez solventada esta crisis en la dirección bolchevique, éstos tenían una tarea por hacer: cambiar el mundo, comenzando por tomar el poder en Octubre.
1. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Fundación Federico Engels. p. 253, Madrid, 2007.
2. V. Lenin, Las Tesis de Abril, Fundación Federico Engels, Madrid, 2009
3. León Trotsky, Op. cit., p. 269
4. Esta teoría fue rescatada por Stalin, tras la muerte de Lenin, y posteriormente por los estalinizados partidos comunistas, con consecuencias desastrosas para multitud de procesos revolucionarios, empezando por la dramática derrota, en 1925-27, de la Revolución china.
5. Lenin y otros internacionalistas revolucionarios formaron la llamada izquierda zimmerwaldiana. En su manifiesto se calificaba de imperialista a la guerra mundial, se condenaba la posición socialchovinista de aquellos “socialistas” que habían votado a favor de los créditos de guerra y entrado en gobiernos burgueses, y se hacía un llamamiento al movimiento obrero europeo para luchar contra la guerra y por una paz sin anexiones ni compensaciones.
6. Sin duda, si alguien se hubiera atrevido a discrepar de esta forma en tiempos de Stalin, lejos de propiciarse el debate, hubiese sido condenado como traidor a la revolución.