Vladimir Ilich Uliánov, universalmente conocido como Lenin, el alias que se vio obligado a adoptar en sus años de lucha clandestina, fue uno de los más grandes teóricos marxistas, líder del Partido Bolchevique y dirigente de la revolución socialista de octubre de 1917.
Lenin vivió sus años de infancia y primera juventud en una pequeña ciudad rusa, dónde su padre desempeñaba un alto cargo en la administración del sistema escolar. Se inició en la actividad política en su primer año de estudiante en la Universidad de Kazán, siguiendo los pasos de su hermano mayor Aleksandr, militante del grupo La Voluntad del Pueblo, que pocos meses antes había sido detenido por la policía zarista, condenado a muerte y ahorcado.
Como consecuencia de su participación en las manifestaciones de estudiantes de diciembre de 1887, Lenin fue expulsado de la Universidad, aunque las autoridades le permitieron estudiar por correspondencia. Durante sus años de estudiante a distancia, Lenin ingresó en uno de los primeros círculos marxistas que se formaron en Rusia y cuando al terminar sus estudios de Derecho pudo instalarse en San Petersburgo, su principal actividad era ya la militancia revolucionaria.
De la mano del círculo marxista de San Petersburgo, del que formaba parte la que sería su compañera de toda la vida, Nadezhda Krúpskaya, Lenin empezó el trabajo político entre los obreros de las industrias de la ciudad, haciendo que las ideas del marxismo, hasta entonces confinadas en ambientes intelectuales, empezaran a ser conocidas por la clase trabajadora. También en esos años inicia Lenin su ingente labor teórica, dirigida a combatir las ideas del populismo ruso y del marxismo académico.
En 1895 Lenin realiza su primer viaje al extranjero, donde conoce a Plejánov, considerado como el pionero del marxismo en Rusia, y a otros dirigentes socialistas europeos de esa época. A su vuelta en Rusia contribuye a la fundación del primer embrión de partido obrero en Rusia, la Unión de Lucha para la Emancipación de la Clase Obrera, que fue muy pronto desarticulado por la policía. Lenin fue condenado a un año de cárcel y a tres años más de deportación a Siberia. Durante esos años Lenin continuó su trabajo teórico y se preparó para lo que sería su primera gran batalla en el seno del marxismo ruso, la batalla por convertir al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en un genuino partido revolucionario.
Cumplida su condena, Lenin inicia su exilio europeo y empieza a llevar adelante las ideas forjadas en los años anteriores. Su primer paso es fundar el periódico Iskra (La Chispa), concebido como un instrumento de coordinación de los grupos obreros del interior de Rusia y desde cuyas páginas, al igual que en el libro fundamental ¿Qué hacer?, Lenin y sus colaboradores defienden el tipo de partido centralizado necesario para dar la batalla contra la autocracia zarista.
En 1903, en el II Congreso del POSDR, Lenin defiende con firmeza su concepción del Partido y consigue el apoyo de la mayoría de los delegados (el término bolchevique viene de bolshinstvo, “mayoría” en ruso). Con la decisión de la minoría reformista (mencheviques) de escindirse se abre un largo período de lucha interna en el POSDR, un período en el Lenin mantuvo contra viento y marea una postura principista, de defensa intransigente de su modelo de partido revolucionario, gracias a la cual pudo desarrollarse el Partido Bolchevique, herramienta imprescindible para la victoria revolucionaria de Octubre de 1917.
La Revolución Rusa de 1905 hizo posible el retorno de Lenin a Rusia, pero las fuerzas del bolchevismo eran todavía demasiado débiles para jugar un papel significativo. La revolución fue finalmente aplastada por el ejército zarista y las organizaciones obreras tuvieron que pasar a una dura clandestinidad. El reflujo posterior a la derrota provocó el crecimiento de las ideas revisionistas en el seno del POSDR.
A finales de 1907 Lenin se vio obligado a partir a su segundo exilio en Suiza. Allí dedicó todas sus fuerzas a una doble tarea. En primer lugar, combatir el clima de desánimo que se instaló entre los militantes de la izquierda rusa como consecuencia del fracaso de la revolución de 1905 reforzando los fundamentos más básicos de la teoría marxista. De esta época es su principal obra filosófica Materialismo y empiriocriticismo, donde refuta la filosofía burguesa/idealista y defiende el materialismo dialéctico.
Al mismo tiempo que desarrollaba esta batalla ideológica continuó la lucha contra la conciliación artificial de posiciones políticas y organizativas radicalmente opuestas. Frente a las vacilaciones de algunos bolcheviques, Lenin se mostró inflexible en su resolución de construir un partido capaz de tomar el poder y finalmente la separación con los mencheviques se convirtió en definitiva.
La firmeza y la intransigencia de Lenin pronto dieron sus primeros frutos. Cuando en 1912, a raíz de una matanza de mineros, las huelgas y luchas obreras se reactivaron en toda Rusia, La fracción bolchevique, actuando ya abiertamente como un partido independiente, se fortaleció extraordinariamente y empezó a ganar importantes posiciones en los sindicatos.
El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 constituyó una prueba de fuego decisiva para el movimiento socialista europeo. Uno tras otro, los grandes partidos socialistas, con los socialdemócratas alemanes al frente, abandonaron su tradicional postura antibelicista y cerraron filas con sus respectivos gobiernos burgueses, apoyando los presupuestos de guerra, aceptando ministerios y animando a los trabajadores a participar con entusiasmo en la horrible matanza que se desarrolló en los siguientes cuatro años.
Las pequeñas minorías de revolucionarios que en el seno de los partidos socialistas europeos se oponían a la guerra, pudieron contar con la firme posición internacionalista de Lenin y los bolcheviques para agrupar sus fuerzas y preparar el embrión de lo que después sería la Internacional Comunista. Frente a posturas vagamente pacifistas y humanitarias, Lenin defendió la única consigna correcta en esos tiempos de contienda generalizada: orientar a los trabajadores a abandonar la lucha contra sus hermanos de clase de otros países para volver sus armas hacia el auténtico enemigo, la burguesía de su propio país y preparar el derrocamiento del régimen capitalista.
Como ya había ocurrido varias veces en el pasado la postura de Lenin quedó en minoría, pero esa circunstancia no le hizo modificar su estrategia que, como se pudo comprobar en 1917, era la única efectiva para acabar con la guerra y con el sistema social que la genera.
Con el estallido de la Revolución de Febrero en Rusia, Lenin volvió de su largo exilio y reorientó la estrategia del Partido Bolchevique. Su postura fue expuesta en sus famosas Tesis de Abril, dónde defendió el carácter socialista de la revolución rusa, denunció la política de colaboración de clases de los mencheviques y socialistas-revolucionarios, y propugno ganar pacientemente a las masas para el programa de la toma del poder y el derrocamiento del orden capitalista. Sus detractores le acusaron de haberse pasado a la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
La audacia que supo demostrar en los momentos de máximo peligro para la revolución, su perseverancia en la tarea de ganar pacientemente el apoyo de las más amplias masas y conquistar así una sólida mayoría en los soviets, los órganos a través de los que la clase obrera y los campesinos pobres expresaban su creciente poder, fueron factores decisivos para el éxito de la primera revolución obrera triunfante de la Historia.
Pero la excepcional importancia histórica de Lenin no se agota en su protagonismo en los acontecimientos de 1917 ni en el papel dirigente que desempeñó en los años inmediatos como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, el órgano de gobierno del primer Estado Obrero del mundo. Tras la revolución de Octubre, Lenin mantuvo la orientación internacionalista que caracterizó toda su vida y promovió la constitución del primer gran partido mundial de la revolución proletaria, la Internacional Comunista, también conocida como Tercera Internacional y que fue fundada en marzo de 1919.
La intervención de Lenin fue decisiva para orientar los primeros pasos de los jóvenes partidos comunistas y para superar los inevitables errores derivados de la impaciencia revolucionaria y del menosprecio a las condiciones objetivas de cada momento. Como fruto de esta tarea Lenin nos dejó otra valiosísima obra El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, de lectura obligada para cualquier militante revolucionario.
En los últimos años de su vida, enfermo y gravemente dañado como consecuencia de un atentado terrorista, Lenin todavía tuvo fuerzas suficientes para llevar a cabo su última batalla.
Como consecuencia de su aislamiento, de la herencia de atraso económico y cultural recibido del zarismo, de los estragos de la guerra civil y de la intervención militar de las potencias imperialistas, en la joven Unión Soviética empezaron a aparecer los síntomas anunciadores de una grave deformación: la burocratización del Estado Obrero y del propio Partido Bolchevique. Poco a poco, los cuadros revolucionarios fueron siendo sustituidos por oportunistas y carreristas que abandonaban a marchas forzadas la perspectiva internacionalista que caracterizó a Lenin. Un sector de la dirección bolchevique, encabezada por Stalin, vio en ese fenómeno una oportunidad para afianzar su propio poder personal y desencadenó una persecución implacable contra los verdaderos leninistas.
Lenin murió a principios de 1924 y no vio el desarrollo y culminación de esta traición a los principios que inspiraron la Revolución de Octubre. Pero tuvo tiempo, antes de morir, de analizar y denunciar el proceso de burocratización y sobre todo de proponer medidas para atajarlo. Los escritos y notas de sus secretarias recogidas en el llamado Testamento, dónde entre otras medidas propone separar a Stalin de la Secretaria General del Partido, son un testimonio de que hasta el último minuto de su vida consciente, Lenin no dejó de defender las ideas y el programa del marxismo revolucionario.