La historia no ha conocido ningún proceso revolucionario en que la clase dominante se quedara de brazos cruzados ante la posibilidad de que los oprimidos le arrebatasen el liderazgo de la sociedad. Cualquier clase dominante siempre defenderá, y en última instancia lo hará por la fuerza de las armas, su posición de mando.

 

La contrarrevolución levanta cabeza

La derrota del alzamiento armado de obreros y soldados acaecida en Petrogrado en julio de 1917 provocó un cambio brusco en la correlación de fuerzas, esta vez favorable a la reacción. Asimismo, el sentimiento de derrota entre las masas se extendió a toda Rusia. Julio y agosto de 1917 fueron meses de reacción dentro de un período revolucionario. El régimen de doble poder salido de la Revolución de Febrero no podía continuar eternamente. O la revolución tomaba el poder o de lo contrario la contrarrevolución lo haría. La burguesía rusa, los grandes industriales y banqueros, los terratenientes y, por supuesto, los aliados occidentales, empezando por Gran Bretaña y Francia, preparaban el camino hacia una dictadura militar en Rusia.

A partir del 9 de julio, la asamblea del sóviet decide que el gobierno provisional, compuesto enteramente por “socialistas” (socialrevolucionarios y mencheviques), se convierta en “gobierno de salvación de la revolución” con Kérenski al frente y le confiere poderes ilimitados. Entre las medidas que toma este gobierno destaca la restauración de la pena de muerte en el frente, abolida desde febrero. Asimismo expidió instrucciones ordenando “poner fin, con todos los medios posibles, a las acciones espontáneas en la esfera de las relaciones agrarias”, lo que significaba en esencia que cualquier protesta campesina sería reprimida.

La reacción atacaba y el gobierno retrocedía. El 7 de agosto fueron puestos en libertad los miembros más destacados de las Centurias Negras (grupos fascistas) que habían participado en pogromos. Ese mismo día, destacamentos de soldados envían saludos a los dirigentes bolcheviques encarcelados tras las Jornadas de Julio.

Una de las razones que motivaron la relativa fortaleza de la reacción durante los meses de julio y agosto fue la campaña de calumnias orquestada desde los cuarteles generales de los kadetes (Partido Demócrata Constitucionalista, burgués) y los conciliadores (socialrevolucionarios y mencheviques, al frente de los sóviets en ese momento) contra los bolcheviques. Ello, unido a los efectos de la derrota de julio, creó un ambiente temporal de cierta indiferencia hacia los bolcheviques entre las masas de obreros y soldados que los seguían mayoritariamente en Petrogrado antes de las Jornadas de Julio, y de cierta hostilidad entre la pequeña burguesía urbana, los campesinos y los regimientos de soldados. Por ejemplo, no sólo los dueños de las imprentas se negaban a sacar periódicos bolcheviques, sino también los propios trabajadores impresores. Al fin y al cabo, a muchos les hicieron creer que Lenin y los bolcheviques eran espías alemanes.

El proceso molecular de toma de conciencia de las masas

La campaña de calumnias, que a corto plazo tuvo efectos de desacreditar y minar la autoridad de los bolcheviques entre las masas, resultó un arma de doble filo. La política represiva y contrarrevolucionaria del gobierno Kérenski, que se agudizó tras la derrota de las Jornadas de Julio, no hizo sino aumentar la influencia del Partido Bolchevique entre los obreros, campesinos y los soldados.

En poco tiempo las fábricas más avanzadas de Petrogrado iban reponiéndose de la derrota. Cada vez era más patente para los obreros el peligro de la contrarrevolución. Una ola de indignación recorrió fábricas y talleres. La convocatoria de una Conferencia nacional en Moscú, el 13 de agosto, con representantes de las clases poseedoras, del ejército, de los conciliadores, de la diplomacia extranjera, y con la exclusión de los bolcheviques ponía de manifiesto el carácter abiertamente contrarrevolucionario de esta reunión. Esta Conferencia provocó una huelga general de protesta en la ciudad. La iniciativa surgió nuevamente desde abajo, y todos los círculos bolcheviques de Moscú la aprobaron. También los sindicatos. El Sóviet de Moscú se opuso, pero lo más importante es que las masas ignoraron esta decisión y llevaron la huelga general adelante. 400.000 obreros secundaron la huelga y paralizaron Moscú el 12 de agosto. A propuesta de los bolcheviques, no se hizo ninguna manifestación a fin de evitar provocaciones de la reacción, que se frotaba las manos ante la posibilidad de unas “jornadas de agosto”. Hubo también huelgas en otras ciudades como Kiev, Kostroma, etc. Se hacía patente que el resto del país seguía los pasos de Petrogrado.

“Si los sóviets son impotentes —decía el periódico de los bolcheviques moscovitas—, el proletariado debe estrechar sus filas en torno a sus organizaciones vitales”. De hecho, una de las demandas de los obreros durante estos días fue que se renovaran los sóviets. En vista del papel jugado por éstos durante las Jornadas de Julio, Lenin llegó a plantear la posibilidad de abandonar la consigna de “¡Todo el poder a los sóviets!”, que en aquel momento significaba “Todo el poder a los sóviets conciliadores”. Desde Finlandia, plasmó estas ideas para el congreso bolchevique de finales de julio en el opúsculo A propósito de las consignas. Naturalmente, en el Congreso hubo polémica en torno a este asunto, pero los acontecimientos del mes de agosto zanjaron el debate: la derrota de la intentona golpista del general Kornílov cambió bruscamente la situación revitalizando los sóviets, y los bolcheviques no abandonaron su consigna inicial de ¡Todo el poder para los sóviets!

Al respecto, Trotsky explica en Lecciones de Octubre: “Resulta muy instructiva la lucha que emprendió Lenin contra el fetichismo sovietista después de las Jornadas de Julio. Dado que en julio los sóviets, dirigidos por socialrevolucionarios y mencheviques, se convirtieron en organismos que impulsaban francamente a los soldados a la ofensiva y perseguían a los bolcheviques, se podían y debían buscar otros caminos para el movimiento revolucionario de las masas obreras. Lenin señalaba los comités de fábrica como organismos de la lucha por el poder (...) Es muy probable que el movimiento hubiera tomado esta forma de no ser por la sublevación de Kornílov, que obligó a los sóviets conciliadores a defenderse y permitió a los bolcheviques insuflarles de nuevo el espíritu revolucionario, ligándolos estrechamente a las masas por medio de su izquierda, o sea, del bolchevismo”.

La sublevación de Kornílov

Desde hacía tiempo, la burguesía tenía la esperanza de que un golpe militar eliminara, de una vez por todas, la pesadilla soviética. Kérenski, como fiel servidor de la contrarrevolución, aceptaba esta opción siempre y cuando él fuera el centro de la dictadura. El complot aparecía claro. Una opción era dejar caer Riga, una de las plazas más importantes del frente ruso, en manos alemanas, y así abrirle al enemigo el camino a Petrogrado. La burguesía se había hecho derrotista, prefería a los soldados alemanes antes que a los bolcheviques rusos.

Pero el auténtico plan consistía en que Kérenski aprobase una disposición gubernamental de una naturaleza claramente contrarrevolucionaria para las masas, a fin de provocar una insurrección, que sería aplastada por las tropas del “salvador” Kornílov, el generalísimo de los ejércitos rusos. Para ello, los servicios de contraespionaje simularían ser militantes bolcheviques y agitarían a las masas para provocar la insurrección. El Comité Central bolchevique planteó que no se hiciese caso a los llamamientos que no formulara el partido. Las masas ya estaban claramente con los bolcheviques y no hicieron ningún caso a los provocadores.

Kornílov dio la orden de atacar Petrogrado el 27 de agosto. Aparentemente contaba con una base militar sólida, formada por cosacos y otros regimientos afines, pero que pronto se descompuso. El plan fracasó estrepitosamente. Las organizaciones soviéticas revivieron por la presión de las masas. Los órganos superiores soviéticos se vieron sustituidos por la iniciativa de los de abajo o de la barricada.

Los bolcheviques habían previsto desde el principio la inevitabilidad de un alzamiento contrarrevolucionario y se habían preparado para la lucha. Presionaron al comité de defensa del Sóviet de Petrogrado a fin de que se armara a los trabajadores. En los barrios obreros había colas de gente dispuesta a formar la guardia roja.

Los sindicatos no permanecieron neutrales. El de Correos y Telégrafos se ocupó de interceptar los mensajes destinados a las tropas de Kornílov, que eran remitidos al comité de defensa. Los ferroviarios obstaculizaron el paso de los convoyes mandándolos de un sitio a otro, sin destino prefijado. Mientras tanto, delegados de los regimientos revolucionarios fueron a hablar con los soldados de las compañías kornilovianas. Al final, hasta los cosacos participaban en los mítines. Así, el 30 de agosto se comunicaba a Kérenski que las fuerzas de Kornílov están desintegrándose.

Mientras duró la lucha, las masas dirigidas por los bolcheviques no tenían ninguna confianza en Kérenski. Todos, incluidos los conciliadores con Kérenski a la cabeza, compartían un mismo objetivo: la lucha contra Kornílov, pero nada más. Como señalaba Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, la actitud a tomar era la siguiente: “Apoyad el fusil sobre el hombro de Kérenski y disparad contra Kornílov. Después ajustaremos las cuentas a Kérenski”.

Es necesario remarcar que en un principio los conciliadores —como se vio durante semanas en la actitud conspiradora de Kérenski al intentar llegar a un acuerdo con Kornílov— estaban de acuerdo con el aplastamiento definitivo de los bolcheviques, de no haber sido evidente que, tras haberlo logrado, los cosacos, los caballeros de San Jorge y otras organizaciones contrarrevolucionarias les hubieran barrido a ellos también. La reacción había decidido jugarse el todo por el todo. Los sóviets se vieron obligados a autodefenderse aunque sólo fuera por pura supervivencia.

Sin embargo, quedó claro el papel de Kérenski. No liberó a los bolcheviques encarcelados con el fin de poder entregárselos a la contrarrevolución; si ésta hubiese triunfado, habrían sido fusilados. El fracaso de Kornílov fue una derrota para la reacción y para la impotente política conciliadora. La correlación de fuerzas se inclinó nuevamente del lado de la revolución.

El preparlamento y la lucha por el II Congreso de los sóviets

El gobierno provisional, fiel a su tradición de no aguantar ningún empuje serio, se rompió. Los kadetes lo abandonaron definitivamente el 26 de agosto, un día antes de la intentona de Kornílov. También los conciliadores salieron de él, pues la complicidad de Kérenski en el complot había quedado clara. No obstante, como no podían prescindir de él, lo mantuvieron en su puesto de jefe del gobierno.

Al día siguiente de la derrota de Kornílov, Kérenski trató de poner en práctica el programa del generalísimo y retornar a la idea de la dictadura, sólo si él, claro está, era la figura central de la misma. Quería reunir en su persona las atribuciones de generalísimo del ejército y de jefe del gobierno. Pero quería enmascarar su dictadura personal con un directorio de cinco miembros. Al final llevó a la práctica estos planes.

Bajo la presión del momento, el directorio se vio obligado a poner en libertad, aunque bajo fianza y manteniendo todos los cargos contra ellos, a los dirigentes bolcheviques encarcelados. El 4 de septiembre fue liberado Trotsky, bajo fianza de 3.000 rublos pagados por los sindicatos de Petrogrado. Ese mismo día Kérenski publicó un decreto que reconocía el decisivo papel de los comités revolucionarios para sostener al gobierno, pero les pedía que cesaran sus actuaciones y se disolvieran. Naturalmente, tanto los sóviets como los comités se negaron, y Kérenski, comprendiendo que la situación había cambiado desfavorablemente para la reacción, tuvo que callar. Los sóviets de Petrogrado y Moscú se habían renovado en la lucha contra Kornílov, y los bolcheviques estaban ahora al frente de ellos. La reacción comprendió que tenía que cambiar de táctica.

La convocatoria de una Conferencia Democrática, a mediados de septiembre, decidida días antes de la sublevación de Kornílov, perseguía paralizar la convocatoria de un nuevo Congreso de los Sóviets, para así eliminarlos a través de su sustitución por distintos organismos “democráticos”. También perseguía que se avalara “democráticamente” la formación de un nuevo gobierno de coalición, puesto que los sóviets se oponían a ello. Antes de acabar las sesiones, la conferencia eligió un organismo permanente: el preparlamento.

¿Qué actitud debían adoptar los bolcheviques ante este organismo? El objetivo de un partido revolucionario cuando participa en un parlamento es que sus ideas lleguen más fácilmente a las masas, pero sin fomentar ilusiones en el sistema parlamentario. Por tanto, sólo le dará la espalda cuando las masas hayan abandonado sus ilusiones en la mascarada parlamentaria de la burguesía y su fin inmediato sea el derrocamiento del régimen existente.

El abandono de los bolcheviques del preparlamento, decidido por el Comité Central no sin cierta polémica, ponía encima de la mesa que sólo restaba luchar por la convocatoria del II Congreso de los Sóviets. Sin embargo, los conciliadores pronto le vieron problemas a una convocatoria rápida del congreso propuesta por los bolcheviques, creyendo, no sin fundamento, que podían quedar en minoría y que, además, este congreso podría ser un pretendiente directo al poder bajo la batuta bolchevique. Intentaron retrasar la convocatoria, pero sólo consiguieron que les llovieran resoluciones de congresos regionales, de sóviets locales, de fábricas y de regimientos de soldados pidiéndola. La lucha por el II Congreso allanó el camino para que numerosos sóviets locales y de provincias lejanas se bolchevizaran y creó las condiciones, por primera vez, para la conquista del poder por los bolcheviques, aupados por las masas de obreros, soldados y campesinos.