22 de enero de 19124
Lenin murió. Lenin ya no existe. Las leyes oscuras que regulan el funcionamiento de la circulación arterial pusieron fin a esa existencia. El arte de la medicina se vio impotente para operar el milagro que de ella se esperaba apasionadamente, que de ella exigían millones de corazones.
¿Cuántos hombres habrá entre nosotros que de buena voluntad y sin dudar hubieran dado hasta la última gota de su sangre para reanimar, para regenerar el organismo del gran jefe, de Lenin, Ilich, el único, el inimitable? Pero no había milagro posible ahí donde la ciencia era impotente. Y Lenin murió. Estas palabras caen sobre nuestra conciencia de una manera terrible, tal como el peñasco gigante cae en el mar. ¿Podrá creerse? ¿Podrá aceptarse?
La conciencia de los trabajadores del mundo entero no va a querer admitir este hecho, pues el enemigo dispone aún de una fuerza considerable; el camino a recorrer es largo; la gran tarea, la mayor jamás emprendida en la Historia, no está terminada; pues Lenin es necesario para la clase obrera mundial, indispensable como tal vez jamás alguien lo haya sido en la historia de la humanidad.
El segundo ataque de su enfermedad, mucho más grave que el primero, duró más de diez meses. El sistema arterial, según la amarga expresión de los médicos, no dejó de “jugar” durante todo ese tiempo. Terrible broma en la que se jugaba la vida de Ilich. Podríamos esperar una mejoría y casi una cura absoluta, pero también podríamos esperar una catástrofe. Estábamos todos a la espera de la convalecencia, fue catástrofe lo que se produjo. El regulador cerebral de la respiración se negó a funcionar y apagó el órgano del genial pensamiento.
Perdimos a Ilich. El Partido está huérfano. La clase obrera está huérfana. Es, por encima de todo, el sentimiento que tenemos al oír la noticia de la muerte del maestro, del jefe.
¿Cómo iremos a proseguir? ¿Encontraremos el camino? ¿No nos perderemos? Porque Lenin, camaradas, ya no se encuentra entre nosotros…
Lenin ya no existe, mas tenemos el leninismo. Lo que había de inmortal en Lenin –sus enseñanzas, su trabajo, sus métodos, su ejemplo– vive en nosotros, en este Partido que creó, en este primer Estado obrero a la cabeza del cual se encontró y que dirigió.
En este momento, nuestros corazones están invadidos por este dolor tan profundo, porque todos nosotros fuimos contemporáneos de Lenin, trabajamos a su lado, estudiamos en su escuela. Nuestro Partido es el leninismo en acción; nuestro Partido es el jefe colectivo de los trabajadores. En cada uno de nosotros vive una parte de Lenin, lo que constituye lo mejor de cada uno de nosotros.
¿Cómo avanzaremos a partir de ahora? Con el faro del leninismo en la mano. ¿Encontraremos el camino? Sí, a través del pensamiento colectivo, de la voluntad colectiva del Partido, ¡lo encontraremos!
Y mañana, y después de mañana, de aquí a ocho días, de aquí a un mes, aún nos interrogaremos: ¿será posible que Lenin ya no exista? Durante largo tiempo esta muerte va a parecernos un capricho de la naturaleza, inverosímil, imposible, monstruoso.
Que este sufrimiento cruel que sentimos, que cada uno de nosotros siente en el corazón al recordar que Lenin ya no existe, sea para nosotros un aviso diario: recordemos que nuestra responsabilidad es ahora mucho mayor. ¡Seamos dignos del jefe que nos instruyó!
¡En el sufrimiento y en el luto, cerremos filas, aproximemos nuestros corazones, agrupémonos más estrechamente para las nuevas batallas!
Camaradas, hermanos, Lenin ya no está entre nosotros. ¡Adiós Ilich! ¡Adiós, jefe!…
León Trotsky
URSS, República de Georgia, Estación de Tiflis, 22 de enero de 1924.