LAS RELACIONES INTERNACIONALES POSTERIORES A VERSALLES
La burguesía de todo el mundo recuerda con melancolía y pesar los días de antaño. Todos los fundamentos de la política internacional o interna están subvertidos o cuestionados. Para el mundo de los explotadores, el mañana es tormentoso. La guerra imperialista terminó de destruir el viejo sistema de las alianzas y promesas mutuas sobre el que estaban basados el equilibrio internacional y la paz armada. Ningún nuevo equilibrio resulta de la paz de Versalles.
Primeramente Rusia, luego Austria-Hungría y Alemania han sido arrojadas fuera de la liza. Esas potencias de primer orden, que habían ocupado el primer lugar entre los piratas del imperialismo mundial, se convirtieron en las víctimas del pillaje y han sido libradas al desmembramiento. Ante el imperialismo vencedor de la Entente se ha abierto un campo ilimitado de explotación colonial, que comienza en el Rhin y abarca toda la Europa central y oriental, para terminar en el Océano Pacífico. ¿Acaso el Congo, Siria, Egipto y México pueden ser comparados con las estepas, los bosques y las montañas de Rusia, con las fuerzas obreras, con los obreros cualificados de Alemania? El nuevo programa colonial de los vencedores era muy simple: derrotar a la república proletaria en Rusia, apropiarse de nuestras materias primas, acaparar la mano de obra alemana, el carbón alemán, imponer al empresariado alemán el papel de guardián de cárcel y tener a su disposición las mercancías así obtenidas y las ganancias de las empresas. El proyecto de “organizar Europa” que había sido concebido por el imperialismo alemán en la época de sus éxitos militares fue retomado por la Entente victoriosa. Mientras conducen al estrado de los acusados a los canallas del imperio alemán, los gobiernos de la Entente los consideran como sus pares.
Pero incluso en el campo de los vencedores hay vencidos.
Embriagada por su chovinismo y sus victorias, la burguesía francesa se considera ya dueña de Europa. En realidad, Francia nunca estuvo, desde todo punto de vista, en una situación de dependencia más servil con respecto a sus rivales más poderosos, Inglaterra y EEUU. Francia impone a Bélgica un programa económico y militar, y transforma a su débil aliada en provincia vasalla, pero frente a Inglaterra desempeña, en mayor dimensión, el papel de Bélgica. Por el momento, los imperialistas ingleses dejan a los usureros franceses la tarea de hacerse justicia en los límites continentales que les son asignados, logrando de ese modo que recaiga sobre Francia la indignación de los trabajadores de Europa y de la propia Inglaterra. El poder de Francia, despojada y arruinada, sólo es aparente y ficticio. Algún día los socialpatriotas franceses se verán obligados a admitirlo. Italia ha perdido más influencia que Francia en las relaciones internacionales. Carente de carbón, de pan, de materias primas, absolutamente desequilibrada por la guerra, la burguesía italiana, pese a toda su mala voluntad, es incapaz de poner en práctica, en la medida de sus deseos, los derechos que cree tener al pillaje y a la violencia, incluso en las colonias que Inglaterra se avino a cederle.
Japón, presa de las contradicciones inherentes al régimen capitalista en una sociedad que sigue siendo feudal, se halla en vísperas de una crisis revolucionaria muy profunda. Pese a las circunstancias más bien favorables que lo amparan en el plano de la política internacional, esta crisis ya ha paralizado su ímpetu imperialista.
Quedan solamente dos verdaderas grandes potencias mundiales: Gran Bretaña y EEUU.
El imperialismo inglés se ha desembarazado de su rival asiático, el zarismo, y de la amenazadora competencia alemana. El poder de Gran Bretaña sobre los mares está en su apogeo. Rodea a los continentes con una cadena de pueblos que le están sometidos. Ha puesto sus manos en Finlandia, Estonia y Letonia, ha quitado a Suecia y Noruega los últimos vestigios de su independencia y transformado al mar Báltico en un golfo perteneciente a las aguas británicas. Nadie puede resistirle en la zona del mar del Norte. Al poseer El Cabo, Egipto, India, Persia, Afganistán, hace del Océano Índico un mar interno totalmente sometido a su poder. Al ser dueña de los océanos, Inglaterra controla los continentes. Soberana del mundo, encuentra límites a su poder en la república norteamericana del dólar y en la república rusa de los sóviets.
La guerra mundial obligó a EEUU a renunciar definitivamente a su conservadurismo continental. Ampliando su influencia, el programa de su capitalismo nacional (“América para los americanos”, doctrina Monroe) ha sido remplazada por el programa del imperialismo: “Todo el mundo para los norteamericanos”. No contentándose ya con explotar la guerra mediante el comercio, la industria y las operaciones bursátiles, buscando otras fuentes de riqueza distintas de las que extraía de la sangre europea cuando era neutral, EEUU entró en guerra, desempeñó un papel decisivo en la derrota de Alemania y se inmiscuyó en la resolución de todos los problemas de política europea y mundial.
Bajo la bandera de la Sociedad de las Naciones, EEUU intentaron reproducir del otro lado del océano la experiencia que ya habían llevado a cabo entre ellos de una asociación federativa de grandes pueblos pertenecientes a diversas razas. Quisieron encadenar a su carro triunfal a los pueblos de Europa y de otras partes del mundo, sometiéndolos al gobierno de Washington. La Liga de las Naciones sólo debía ser una sociedad que gozase de un monopolio mundial, bajo la firma “Yanqui y Compañía”.
El presidente de EEUU, el gran profeta de los lugares comunes, descendió de su Sinaí para conquistar Europa, llevando consigo sus catorce artículos. Los especuladores, los ministros, los hombres de negocios de la burguesía no se engañaron ni un solo momento respecto al verdadero sentido de la nueva revelación. En cambio, los “socialistas” europeos, trabajados por el fermento de Kautsky, se sintieron embargados por un éxtasis religioso y danzaron como el rey David, acompañando al arca santa de Wilson.
Cuando hubo que resolver cuestiones prácticas, el apóstol norteamericano se dio cuenta que, pese al alza extraordinaria del dólar, la primacía sobre todas las rutas marítimas que unen y separan a las naciones seguía perteneciendo a Gran Bretaña. Inglaterra dispone de la flota más poderosa, del mayor calado y posee una antigua experiencia de piratería mundial. Además, Wilson debió enfrentarse con la república de los sóviets y con el comunismo. Profundamente herido, el Mesías norteamericano desautorizó a la Liga de las Naciones, a la que Inglaterra había convertido en una de sus cancillerías diplomáticas y volvió la espalda a Europa.
Sin embargo, sería muy infantil pensar que luego de haber sufrido un primer fracaso infligido por Inglaterra, el imperialismo norteamericano se encerrará en su caparazón, es decir, se conformará nuevamente con la doctrina Monroe. De ningún modo. Mientras continúa sometiendo por medios cada vez más violentos al continente americano, transformando en colonias a los países de América central y meridional, EEUU, representado por sus dos partidos dirigentes, los demócratas y los republicanos, se prepara para liquidar a la Liga de las Naciones creada por Inglaterra y constituir su propia Liga en la que desempeñará el papel de centro mundial. En otras palabras, tienen intención de hacer de su flota, en los próximos tres a cinco años, un instrumento de lucha más poderoso de lo que lo es actualmente la flota británica. Ello obliga a la Inglaterra imperialista a plantearse la siguiente cuestión: ¿ser o no ser?
A la rivalidad furiosa de esos dos gigantes en el dominio da las construcciones navales se agrega una lucha no menos despiadada por la posesión del petróleo.
Francia, que contaba con desempeñar el papel de árbitro entre Inglaterra y EEUU, se vio arrastrada a la órbita de Gran Bretaña como satélite de segunda magnitud. La Liga de las Naciones le significa un peso intolerable y trata de deshacerse de ella fomentando el antagonismo entre Inglaterra y EEUU.
De este modo trabajan las fuerzas más poderosas, preparando un nuevo conflicto mundial.
El programa de emancipación de las naciones pequeñas, que había surgido durante la guerra, condujo a la derrota total y al sometimiento absoluto de los pueblos de los Balcanes, vencedores y vencidos, y a la balcanización de una parte considerable de Europa. Los intereses imperialistas de los vencedores los llevaron a separar de las grandes potencias vencidas algunos pequeños estados que representaban a nacionalidades distintas. En este caso no se trataba de lo que se denomina el principio de las nacionalidades a la libre determinación: el imperialismo consiste en romper los marcos nacionales, incluso los de las grandes potencias. Los pequeños estados burgueses recientemente creados sólo son los subproductos del imperialismo. Al crear, para contar con un apoyo provisorio, toda una serie de pequeñas naciones, abiertamente oprimidas u oficialmente protegidas, pero en realidad vasallos (Austria, Hungría, Polonia, Yugoslavia, Bohemia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Armenia, Georgia, etc.) dominándolas mediante los bancos, los ferrocarriles y el monopolio del carbón, el imperialismo los condena a sufrir dificultades económicas y nacionales intolerables, conflictos interminables, sangrientas querellas.
¡Qué monstruosa broma representa en la historia el hecho de que la restauración de Polonia, después de haber formado parte del programa de la democracia revolucionaria y de las primeras manifestaciones del proletariado, haya sido realizada por el imperialismo con el objeto de obstaculizar a la revolución! La Polonia “democrática”, cuyos precursores murieron en las barricadas de toda Europa, es en este momento un instrumento impropio y sangriento en manos de los bandidos anglo¬franceses que atacan la primera república proletaria que ha surgido en el mundo.
Al lado de Polonia, la Checoslovaquia “democrática”, vendida al capital francés, proporciona una guardia blanca contra la Rusia soviética, contra la Hungría soviética.
La heroica tentativa realizada por el proletariado húngaro para salir del caos político y económico que impera en la Europa central y entrar en los cauces de la federación soviética (que es verdaderamente la única vía de salvación) fue ahogada por la reacción capitalista coaligada, en momentos en que, engañado por los partidos que lo dirigen, el proletariado de las grandes potencias europeas no se halla en condiciones de cumplir su deber con la Hungría socialista y consigo mismo.
El gobierno soviético de Budapest fue derrotado con la ayuda de los socialtraidores que, después de haberse mantenido en el poder durante tres años y medio, fueron vencidos por la canalla contrarrevolucionaria desatada, cuyos sangrientos crímenes han superado a los de Koltchak, Denikin, Wrangel y otros agentes de la Entente… Pero, aunque abatida por un tiempo, la Hungría soviética continúa iluminando, cual espléndido faro, a los trabajadores de Europa central.
El pueblo turco no quiere someterse a la vergonzosa paz que le imponen los tiranos de Londres. Para hacer ejecutar las cláusulas del tratado, Inglaterra armó y lanzó a Grecia contra Turquía. De este modo, la península balcánica y Asia Menor, turcos y griegos, están condenados a una devastación total, a masacres mutuas.
En la lucha de la Entente contra Turquía, Armenia fue inscrita en el programa, así como Bélgica lo fue en la lucha contra Alemania y Serbia en la lucha contra Austria-Hungría. Después que Armenia fue constituida (sin fronteras definidas, sin posibilidad de existencia) Wilson se negó a aceptar el mandato armenio que le proponía la Liga de las Naciones, pues el suelo de Armenia no posee ni petróleo ni platino. La Armenia “emancipada” se halla ahora más indefensa que nunca.
Casi todos los nuevos estados “nacionales” tiene una irredenta propia, es decir: su propia úlcera interna.
Al mismo tiempo, la lucha nacional en los dominios de los países victoriosos alcanzó su más alto grado de tensión. La burguesía inglesa, que querría adoptar bajo su tutela a los pueblos de todo el mundo, es incapaz de resolver en forma satisfactoria el problema irlandés que se plantea a su lado.
La cuestión nacional en las colonias es más amenazante. Egipto, India y Persia se ven sacudidos por las insurrecciones. Los proletarios avanzados de Europa y América transmiten a los trabajadores de las colonias la consigna de la Federación Soviética.
La Europa oficial, gubernamental, nacional, civilizada, burguesa, tal como surgió de la paz de Versalles, sugiere la idea de una casa de locos. Los pequeños estados creados artificialmente, divididos, ahogados desde el punto de vista económico en los límites que le han sido prescriptos combaten entre sí para tratar de ganar puertos, provincias, pequeñas ciudades, cualquier cosa. Buscan la protección de los estados más fuertes, cuyo antagonismo crece día a día. Italia mantiene una actitud hostil con respecto a Francia y estaría dispuesta a sostener contra ella a Alemania si ésta fuese capaz de levantar cabeza. Francia está envenenada por la envidia que le provoca Inglaterra y, para lograr que se le paguen sus rentas, está dispuesta a encender nuevamente el fuego en los cuatro rincones de Europa. Inglaterra mantiene a Europa, con ayuda de Francia, en un estado de caos e impotencia que le deja las manos libres para efectuar sus operaciones mundiales dirigidas contra EEUU. EEUU deja que Japón se empantane en la Siberia oriental para asegurar, mientras tanto, su preponderancia naval sobre Gran Bretaña, a alcanzar antes de 1925, siempre que Inglaterra no quiera medir sus fuerzas antes de esa fecha.
Para completar convenientemente este cuadro, el oráculo militar de la burguesía francesa, el mariscal Foch, nos previene que la guerra futura tendrá como punto de partida el punto en que la guerra precedente se detuvo: se verá aparecer, ante todo, los aviones y los tanques, el fusil automático y las ametralladoras en lugar del fusil portátil, la granada en lugar de la bayoneta.
Obreros y campesinos de Europa, América, Asia, África y Australia. ¡Habéis sacrificado diez millones de vidas, veinte millones de heridos e lisiados! ¡Ahora sabéis al menos lo que se obtuvo a ese precio!
LA SITUACIÓN ECONÓMICA
Mientras tanto, la pauperización de la humanidad se desarrolla a todo vapor.
Mediante sus mecanismos, la guerra ha destruido los vínculos económicos cuyo desarrollo constituía una de las más importantes conquistas del capitalismo mundial. Desde 1914, Inglaterra, Francia e Italia, estuvieron completamente separadas de Europa central y del Cercano Oriente, y desde 1917 de Rusia.
La guerra destruyó lo creado por generaciones; el trabajo humano, volcado también a la guerra, se redujo al mínimo. En todos estos años, el esfuerzo de elaboración de materias primas se destinó fundamentalmente a la producción de medios de destrucción.
En los dominios económicos donde el hombre entra en lucha inmediata con la naturaleza avara e inerte, extrayendo de sus entrañas el combustible y las materias primas, el trabajo fue progresivamente reducido a la nada. La victoria de la Entente y la paz de Versalles no detuvieron la destrucción económica y la decadencia general sino que solamente modificaron sus vías y sus formas. El bloqueo a la Rusia soviética y la guerra civil provocada artificialmente a lo largo de sus fértiles fronteras causaron y causan todavía daños incalculables para el bienestar de la humanidad. Si bien la economía de Rusia está sostenida, desde el punto de vista técnico, aún muy modestamente, la Internacional afirma ante todo el mundo que ella podría, gracias a las formas soviéticas de economía, dar dos y hasta tres veces más productos alimenticios y materias primas a Europa de lo que daba antes la Rusia del zar. En lugar de ello, el imperialismo anglo-francés obliga a la república de los trabajadores a emplear toda su energía y sus recursos en su defensa. Para privar a los obreros rusos de combustible, Inglaterra retuvo entre sus garras Bakú, de donde sólo pudo exportar para su propio uso una parte insignificante de la producción total de petróleo. La riquísima fuente hullera del Don ha sido devastada por los bandidos blancos a sueldo de la Entente cada vez que han logrado tomar la ofensiva en ese sector. Los ingenieros y los zapadores franceses se dedicaron más de una vez a destruir nuestros puentes y vías férreas. Y Japón no ha cesado hasta ahora de saquear y arruinar a la Siberia oriental.
La ciencia industrial alemana y la tasa de producción muy elevada de la mano de obra alemana, esos dos factores de gran importancia para el resurgimiento de la vida económica europea, están paralizados por las cláusulas de la paz de Versalles, incluso más de lo que lo habían estado a causa de la guerra. La Entente se halla ante una contradicción insalvable: si uno quiere que le paguen debe ofrecer garantías de poder trabajar; para ello debe asegurar la posibilidad de vivir. Y dar a la Alemania arruinada, desmembrada, exangüe, los medios para rehacerse, significa también darle la posibilidad de un estallido de protesta. Foch teme una revancha alemana, y este temor se evidencia en todos sus actos, por ejemplo en el modo de ajustar cada día más la tenaza militar que debe impedir que Alemania se levante.
A todos les falta algo, todos tienen alguna necesidad. No solamente el balance de Alemania sino también los de Francia e Inglaterra se distinguen exclusivamente por su pasivo. La deuda francesa se eleva a trescientos mil millones de francos, de los cuales dos tercios, según palabras del senador reaccionario Gaudin de Villaine, son los resultados de toda clase de depredaciones, abusos y desórdenes.
Francia necesita oro, carbón. El burgués francés apela a las innumerables tumbas de los soldados caídos durante la guerra para reclamar los intereses de sus capitales. Alemania debe pagar. ¿Acaso el general Foch no cuenta con suficientes senegaleses como para ocupar las ciudades alemanas? Rusia también debe pagar. Para persuadirnos de ello, el gobierno francés gasta en devastar a Rusia los miles de millones arrancados a los contribuyentes para la reconstrucción de los departamentos franceses.
La entente financiera internacional que debía aligerar el peso de los impuestos franceses anulando las deudas de guerra, no pudo realizarse. EEUU se mostró muy poco dispuesto a regalar a Europa diez mil millones de libras esterlinas.
La emisión de papel moneda continúa, alcanzando cada día una cifra más monumental. En Rusia, donde existe una organización económica unificada, un reparto sistemático de los productos y donde el salario en moneda tiende cada vez más a ser remplazado por el pago en especie, la continua emisión de papel moneda y la rápida caída de sus tasas no hacen sino confirmar el resquebrajamiento del viejo sistema financiero y comercial. Pero en los países capitalistas la masa creciente de papel moneda significa la profundización del caos económico y el crac inevitable.
Las conferencias convocadas por la Entente se trasladan de un lugar a otro, tratando de inspirarse en alguna playa de moda. Cada uno reclama los intereses de la sangre derramada durante la guerra, una indemnización proporcional según el número de sus muertos. Esta especie de Bolsa ambulante debate cada quince días el mismo tema: si Francia debe recibir el 50 o el 55% de una contribución que Alemania no está en condiciones de pagar. Esas conferencias fantasmagóricas son realizadas para refrendar la famosa “organización” de Europa de la que tanto se jactan.
El capitalismo ha degenerado en el curso de la guerra. La extracción sistemática de la plusvalía del proceso de producción (base de la economía cuyo objetivo es la ganancia) se ha vuelto un trabajo demasiado aburrido para los señores burgueses, que se han acostumbrado a duplicar y decuplicar su capital en pocos días mediante la especulación, apoyándose en el robo internacional.
El burgués se ha desprendido de algunos prejuicios que le molestaban y ha adquirido, por el contrario, una cierta “habilidad” de la que carecía hasta ahora. La guerra lo acostumbró, como si se tratase de actos sin importancia, a reducir al hambre a países enemigos mediante el bloqueo, a bombardear e incendiar ciudades y pueblos pacíficos, a infectar las fuentes y los ríos arrojando cultivos de cólera, a transportar dinamita en valijas diplomáticas, a emitir billetes de banco falsos imitando a los del enemigo, a emplear la corrupción, el espionaje y el contrabando en proporciones hasta ahora inusitadas. Los medios de acción aplicados en la guerra siguieron en vigor en el mundo comercial después de firmarse la paz. Las operaciones comerciales de cierta importancia se efectúan bajo la égida del Estado. Éste se ha convertido en algo semejante a una asociación de malhechores armados hasta los dientes. El campo de la producción mundial se retrae cada día más y el control sobre la producción deviene mucho más frenético y resulta más caro.
¡Robar! ¡He aquí la última palabra de la política capitalista, la divisa que remplaza al proteccionismo y el libre intercambio! La agresión de que fue víctima Hungría por parte de los bandidos rumanos que saquearon todo lo que encontraron, ya fuesen locomotoras o alhajas, caracteriza a la filosofía económica de Lloyd-George y Millerand.
En su política económica interna, la burguesía no sabe a qué atenerse, entre un sistema de nacionalización, de reglamentación y de control por parte del Estado que podría ser muy eficaz y, por otra parte, las protestas que se escuchan contra el control efectuado por el Estado sobre los asuntos económicos. El parlamento francés trata de hallar un camino que le permita concentrar la dirección de todas las vías férreas de la república en manos únicas sin por eso lesionar los intereses de los capitalistas accionistas de las compañías ferroviarias privadas. Al mismo tiempo, la prensa capitalista lleva a cabo una campaña furiosa contra el “estatismo”, que es el primer paso de la intervención del Estado y que pone un freno a la iniciativa privada.
Los ferrocarriles norteamericanos, que mientras fueron dirigidos por el Estado durante la guerra se encontraban desorganizados, entraron en una situación aún más difícil cuando el control del gobierno fue suprimido. Sin embargo, el Partido Republicano promete en su programa liberar la vida económica del arbitraje gubernamental. El jefe de los sindicatos norteamericanos, Samuel Gompers, ese viejo guardián del capital, lucha contra la nacionalización de los ferrocarriles que a su vez los adeptos ingenuos y los charlatanes del reformismo proponen a Francia a modo de panacea universal. En realidad, la intervención desordenada del Estado sólo sería realizada para secundar la actividad perniciosa de los especuladores, para introducir el desarrollo más completo en la economía del capitalismo, en momentos en que éste se halla en su período de decadencia. Quitar a los trusts los medios de producción y de transporte para trasmitirlos a la “nación”, es decir al Estado burgués, al más poderoso y ávido de los trusts capitalistas, no significa acabar con el mal sino hacer causa común con él.
La caída de los precios y al aumento de la tasa de cambio sólo son indicios engañosos que no pueden ocultar una ruina inminente. El hecho de que los precios bajen no quiere decir que haya un aumento de materias primas ni que el trabajo sea ahora más productivo.
Después de la experiencia sangrienta de la guerra, la masa obrera ya no es capaz de trabajar con la misma fuerza bajo idénticas condiciones. La destrucción, en el curso de algunas horas, de valores cuya creación había exigido años, la desvergonzada especulación de una pandilla financiera con apuestas de varios miles de millones y, al lado de esto, montones de cadáveres y ruinas, esas lecciones de la historia no ayudan a mantener en la clase obrera la disciplina automática inherente al trabajo asalariado. Los economistas burgueses y los fabricantes de folletines nos hablan de una “ola de pereza” que según ellos afluye sobre Europa amenazando su futuro económico. Los administradores tratan de ganar tiempo concediendo ciertos privilegios a los obreros cualificados. Pero pierden su tiempo. Para la reconstitución y el desarrollo de la productividad del trabajo es necesario que la clase obrera sepa pertinentemente que cada golpe de martillo tendrá como resultado un mejoramiento de su suerte, le ayudará a educarse y lo acercará a una paz universal. Ahora bien, esta seguridad sólo puede dársela una revolución social.
El aumento de precios en los productos alimenticios siembra el descontento y la rebelión en todos los países. La burguesía de Francia, Italia, Alemania y otros países sólo puede ofrecer paliativos a la carestía de la vida y a la amenazadora ola de huelgas. Para estar en condiciones de pagar a los agricultores, aunque sólo sea una parte de sus gastos de producción, el Estado, cubierto de deudas, se empeña en especulaciones turbias, se desvalija a sí mismo para postergar la hora de las definiciones. Si bien es cierto que algunas categorías de obreros viven actualmente en mejores condiciones que antes de la guerra, eso en realidad no significa nada en lo que concierne al estado económico de los países capitalistas. Se obtienen resultados efímeros apelando al futuro para lanzar empréstitos de charlatanes. Pero el futuro llevará a la miseria y a todo tipo de calamidades.
¿Qué decir de EEUU? “¡América es la esperanza de la humanidad”; por boca de Millerand, el burgués francés repite esta frase de Turgot y espera que se le refinancien sus deudas, justamente él, que no las refinancia a nadie. Pero EEUU no es capaz de sacar a Europa del impasse económico en que se halla. Durante los seis últimos años, han agotado su stock de materias primas. La adaptación del capitalismo norteamericano a las exigencias de la guerra mundial ha reducido su base industrial. Los europeos cesaron de emigrar a América. Una ola de retornos privó a la industria norteamericana de centenares de miles de alemanes, italianos, polacos, serbios, checos, que buscaban en Europa el milagro de una patria recobrada. La carencia de materias primas y de fuerzas obreras pesa en gran medida sobre la república trasatlántica y origina una profunda crisis económica, a consecuencia de la cual el proletariado norteamericano entra en una nueva fase de lucha revolucionaria. EEUU se europeiza rápidamente.
Los países neutrales no han escapado a las consecuencias de la guerra y del bloqueo. Semejante a un líquido encerrado en vasos comunicantes, la economía de los estados capitalistas estrechamente vinculados entre sí, grandes o pequeños, beligerantes o neutrales, vencedores o vencidos, tiende a adoptar un único nivel: el de la miseria, el hambre y la decadencia.
Suiza vive al día. Cada eventualidad amenaza con desequilibrarla totalmente. En Escandinavia, el abundante flujo de oro no puede resolver el problema del aprovisionamiento y se ven obligados a pedir carbón a Inglaterra en pequeñas cantidades y en medio de grandes zalamerías. Pese al hambre que padece Europa, la pesca en Noruega también sufre una crisis inusitada.
España, de donde Francia sacó hombres, caballos y víveres, no puede sustraerse a numerosas dificultades desde el punto de vista del aprovisionamiento, las que a su vez provocan huelgas violentas y manifestaciones de las masas a las que el hambre obliga a salir a la calle.
La burguesía cuenta firmemente con el campo. Sus economistas afirman que el bienestar de los campesinos aumentó extraordinariamente, lo que sólo es una ilusión. Es cierto que los campesinos que llevan sus productos al mercado en mayor o menor medida han hecho fortuna durante la guerra. Vendieron sus productos a muy altos precios y pagaron con una moneda que les redujo las deudas que habían contraído cuando el dinero valía mucho. Para ellos, esta es una ventaja evidente. Pero durante la guerra sus explotaciones fueron ganadas por el desorden y su rendimiento se debilitó. Ahora tienen necesidad de manufacturas, y el precio de ellas ha aumentado simultáneamente con la moneda. Las exigencias del fisco se han tornado monstruosas y amenazan con devorar al campesino junto a sus productos y tierras. Así, después de un período de crecimiento momentáneo del bienestar, los campesinos de la pequeña burguesía se enfrentan cada vez en mayor medida con dificultades irreductibles. Su descontento en relación a los resultados de la guerra aumentará y, representado por un ejército permanente, el campesino prepara a la burguesía no pocas sorpresas desagradables.
La restauración económica de Europa, de la que hablan los ministros que la gobiernan, es una mentira. Europa se encamina a la ruina y el mundo entero con ella.
Sobre la base del capitalismo no hay salvación. La política del imperialismo no podrá eliminar la necesidad, sólo logrará tornarla más dolorosa al favorecer la dilapidación de las reservas de que se dispone todavía.
El problema del combustible y de las materias primas es un problema internacional que únicamente puede resolverse sobre la base de una producción reglamentada de acuerdo con un plan, realizada en común, socializada.
Es preciso anular las deudas del Estado. Es preciso emancipar al trabajo y sus frutos del tributo monstruoso que paga a la plutocracia mundial. Es preciso acabar con la plutocracia. Es preciso echar abajo las barreras gubernamentales que fraccionan la economía mundial. Es preciso sustituir el consejo supremo económico de los imperialistas de la Entente por un consejo supremo económico del proletariado mundial para la explotación centralizada de todos los recursos de la humanidad.
Debemos acabar con el imperialismo para que el género humano pueda continuar subsistiendo.
EL RÉGIMEN BURGUÉS DESPUÉS DE LA GUERRA
Toda la energía de las clases poseedoras está concentrada en estos dos problemas: en el campo de la lucha internacional mantenerse en el poder e impedir que el proletariado se convierta en el amo del país. De acuerdo con ese programa, los viejos grupos políticos de la burguesía rusa convirtieron al estandarte del Partido Demócrata Constitucionalista (kadete), durante el período decisivo de la lucha, en el estandarte de todos los ricos unidos contra la revolución de los obreros y de los campesinos. Pero también en los países cuya cultura política es más antigua y posee raíces más profundas, los programas que separaban a las diversas fracciones de la burguesía desaparecieron, casi sin dejar huellas, mucho antes del ataque abierto llevado a cabo por el proletariado revolucionario.
Lloyd George aparece como el heraldo de la unidad de los conservadores, de los unionistas y de los liberales para la lucha en común contra la dominación amenazadora de la clase obrera. Este viejo demagogo coloca en la base de su sistema a la santa iglesia, a la que compara con una central eléctrica que proporciona idéntica corriente a todos los partidos de las clases poseedoras. En Francia, la época tan cercana aún y tan ruidosa del anticlericalismo parece ser sólo una visión de otro mundo: los radicales, los realistas y los católicos constituyen en la actualidad un bloque nacional contra el proletariado en acción. Al tender la mano a todas las fuerzas de la reacción, el gobierno francés apoya al centuria negro Wrangel y reanuda sus relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Un neutralista convencido, el germanófilo Giolitti, se apodera del gobierno del Estado italiano en calidad de jefe común de los intervencionistas, neutralistas, clericales, mazinistas. Está dispuesto a soslayar los problemas secundarios de la política interna y exterior para rechazar con mayor energía la ofensiva de los proletariados revolucionarios en las ciudades y los pueblos. El gobierno de Giolitti se considera, con toda razón, el último bastión de la burguesía italiana.
La política de todos los gobiernos alemanes y de los partidos gubernamentales, después de la derrota de los Hohenzollern, trató de establecer, de acuerdo con las clases dirigentes de los países de la Entente, un frente común de odio contra el bolchevismo, es decir contra la revolución proletaria.
En momentos en que el Shylock anglo-francés ahoga con creciente ferocidad al pueblo alemán, la burguesía alemana, sin distinción de partidos, exige que el enemigo afloje el lazo que la estrangula lo suficiente como para poder liquidar con sus propias manos a la vanguardia del proletariado alemán. Este tema es tratado en todas las conferencias periódicas que se llevan a cabo y en las convenciones que se firman respecto al desarme y al reparto de las armas de guerra.
En EEUU ya no se hace ninguna diferencia entre republicanos y demócratas. Esas poderosas organizaciones políticas de explotadores, adaptadas al círculo restringido de los intereses norteamericanos, demostraron fehacientemente hasta qué punto sus diferencias estaban desprovistas de consistencia cuando la burguesía norteamericana entró en el campo del bandolerismo mundial.
Nunca como hasta ahora las intrigas de los jefes y de sus bandas (tanto en la oposición como en los ministerios) habían dado prueba de semejante cinismo, habían actuado tan abiertamente. Pero simultáneamente todos los jefes y sus pandillas, los partidos burgueses de todos los países, constituyen un frente común contra el proletariado revolucionario.
En momentos en que los socialdemócratas continúan oponiendo al camino de la democracia la violencia de la vía dictatorial, los últimos vestigios de la democracia son liquidados en todos los estados del mundo.
Después de una guerra durante la cual las cámaras de representantes, aunque no dispusiesen del poder, servían para cubrir con sus gritos patrióticos la acción de los grupos dirigentes imperialistas, los parlamentos han caído en una total postración. Todos los problemas serios se resuelven fuera del parlamento. La ampliación ilusoria de las prerrogativas parlamentarias, solemnemente proclamada por los saltimbanquis del imperialismo en Italia y en los demás países, no modifica nada. Los verdaderos amos de la situación, que disponen del Estado, tales como lord Rothschild, lord Weir, Morgan y Rockefeller, Schneider y Loucheur, Rugo Stinnes y Félix Deutsch, Rizzelo y Agnelli, es decir los reyes del oro, del carbón, del petróleo y del acero, actúan detrás de los bastidores enviando a los parlamentos a sus agentes para ejecutar sus trabajos.
El parlamento francés, que se entretiene todavía con el procedimiento de tres lecturas de proyectos de leyes insignificantes, el parlamento francés desacreditado más que ningún otro por el abuso de la retórica, por la mentira, por el cinismo con el cual se deja comprar, se entera de pronto que los cuatro mil millones que había destinado a las reparaciones en las regiones devastadas de Francia han sido usados por Clemenceau con otros objetivos, y principalmente para proseguir la obra de destrucción emprendida en las provincias rusas.
La aplastante mayoría de los diputados del parlamento inglés, llamado el todopoderoso, sabe tanto de las verdaderas intenciones de Lloyd George y de Kerson en lo que respecta a la Rusia soviética y hasta a Francia, como las ancianas de los villorrios bengalíes.
En EEUU, el parlamento es un coro obediente o que refunfuña algunas veces bajo la batuta del presidente. Este no es sino el agente de la maquinaria electoral que sirve de aparato político a los trusts, ahora, después de la guerra, en mayor medida que antes.
El parlamentarismo tardío de los alemanes, aborto de la revolución burguesa, que a su vez sólo es un aborto de la historia, está sujeto desde la infancia a todas las enfermedades que afectan a los perros viejos. El Reichstag de la República de Ebert, “el más democrático del mundo”, es impotente no sólo ante el bastón de mariscal que agita Foch sino también ante las maquinaciones de sus especuladores, de sus Stinnes así como ante los complots militares de una camarilla de oficiales. La democracia parlamentaria alemana es sólo un vacío entre dos dictaduras.
Durante la guerra se han producido profundas modificaciones en la composición de la burguesía. Frente al empobrecimiento general de todo el mundo, la concentración de capitales ha dado un gran paso adelante. Han pasado a primer plano casas de comercio que antes no se conocían. La solidez, el equilibrio, la propensión a los compromisos “razonables”, la observación de un cierto decoro en la explotación y en la utilización de los productos desapareció bajo el torrente del imperialismo.
Los nuevos ricos han ocupado el proscenio: proveedores del ejército, especuladores de baja estofa, advenedizos, vividores, merodeadores, ex convictos cubiertos de diamantes, canalla sin ningún tipo de fe ni ley, ávida de lujo, dispuesta a cualquier atrocidad para obstaculizar la revolución proletaria de la que sólo pueden esperar un nudo corredizo.
El régimen actual en cuanto que dominación de los ricos, se yergue ante las masas con toda su desvergüenza. En EEUU, en Francia, en Inglaterra, el lujo de posguerra ha adquirido un carácter frenético. París, atestada de parásitos del patriotismo internacional, se asemeja, según una confesión de Le Temps, a una Babilonia en vísperas de una catástrofe.
A merced de esta burguesía se alinean la política, la justicia, la prensa, el arte, la Iglesia. Todos los frenos, todos los principios son dejados de lado. Wilson, Clemenceau, Millerand, Lloyd George, Churchill no se detienen ante las más desvergonzadas acciones, ante las mentiras más groseras y, cuando se les sorprende realizando actos deshonestos, prosiguen tranquilamente sus proezas, que deberían llevarlos a una corte de justicia. Las reglas clásicas de la perversidad política, tal como las redactó el viejo Maquiavelo, sólo son inocentes aforismos de un tonto provinciano en comparación con los principios con los que se rigen los actuales gobiernos burgueses. Los tribunales, que antes cubrían con un oropel democrático su esencia burguesa, engañan abiertamente a los proletarios y realizan un trabajo de provocación contrarrevolucionario. Los jueces de la III República absuelven sin vacilar al asesino de Jaurès. Los tribunales de Alemania, que había sido proclamada república socialista, alientan a los asesinos de Liebknecht, de Rosa Luxemburgo y de muchos otros mártires del proletariado. Los tribunales de las democracias burguesas sirven para legalizar solemnemente todos los crímenes del terror blanco.
La prensa burguesa se deja comprar abiertamente, lleva el signo de los vendidos en la frente, como una marca de fábrica. Los diarios dirigentes de la burguesía mundial son fábricas monstruosas de mentiras, calumnias y prisiones espirituales.
Las disposiciones y los sentimientos de la burguesía están sujetos a alzas y bajas intempestivas, como el precio de sus mercados. Durante los primeros meses que siguieron al fin de la guerra, la burguesía internacional, sobre todo la burguesía francesa, temblaba ante la amenaza del comunismo. De la inminencia del peligro se hacía una idea relacionada por los crímenes sangrientos que había cometido. Pero supo rechazar el primer ataque. Unidos a ella por los lazos de una responsabilidad común, los partidos socialistas y los sindicatos de la Segunda Internacional le prestaron un último servicio, ayudándola ante los primeros golpes asestados por la cólera de los trabajadores. Al precio del total naufragio de la Segunda Internacional, la burguesía logró algún respiro. Fue suficiente la obtención por parte de Clemenceau de cierto número de votos contrarrevolucionarios en las elecciones parlamentarias, algunos meses de equilibrio inestable, el fracaso de la huelga de mayo para que la burguesía francesa proclamase con seguridad la solidez inquebrantable de su régimen. El orgullo de esta clase alcanzó el mismo nivel al que antes habían llegado sus temores.
La amenaza se ha convertido en el único argumento de la burguesía. No cree en las frases y exige actos: que se detenga, que se dispersen las manifestaciones, que se confisque, que se fusile. Los ministros burgueses y los parlamentarios tratan de imponerse ante la burguesía representando el papel de hombres enérgicos, de hombres de acero. Lloyd George aconseja directamente a los ministros alemanes que fusilen a sus comuneros, como se hizo en Francia en 1871. Un funcionario de tercera categoría puede contar con los aplausos tumultuosos de la Cámara si sabe insertar al final de un insignificante informe algunas amenazas contra los obreros.
Mientras la administración se transforma en una organización cada vez más desvergonzada, destinada a realizar sangrientas represiones contra las clases trabajadoras, otras organizaciones contrarrevolucionarias privadas, formadas bajo su control y puestas a su disposición, trabajan para impedir por la fuerza las huelgas, para cometer provocaciones, prestar falsos testimonios, destruir las organizaciones revolucionarias, tomar por asalto los locales comunistas, masacrar e incendiar, asesinar a los dirigentes revolucionarios, y adoptan otras medidas tendientes a defender la propiedad privada y la democracia.
Los hijos de los grandes propietarios, de los grandes burgueses, los pequeños burgueses que no saben a qué atenerse y en general los elementos desclasados, en primer lugar los miembros de diversas categorías emigradas de Rusia, forman inagotables cuadros de reserva para los ejércitos irregulares de la contrarrevolución. A la cabeza se hallan altos oficiales de la escuela de la guerra imperialista.
Los veinte mil oficiales del ejército de Hohenzollern constituyen, sobre todo después de la rebelión de Kapp-Lüttwitz, un núcleo contrarrevolucionario al que la democracia alemana sólo podrá liquidar con el auxilio del martillo de la dictadura del proletariado. Esta organización centralizada de los terroristas del antiguo régimen se completa con los destacamentos de sicarios formados por los grandes verdugos prusianos.
En EEUU, organizaciones tales como la National Security League o el Knigths of Liberty son los regimientos de vanguardia del capital y a su lado actúan esas bandas de malhechores que son las Detective Agencies de espionaje privado.
En Francia, la Liga Cívica no es sino una organización perfeccionada de los “renards” y la Confederación del Trabajo, reformista por otra parte, es puesta fuera de la ley.
La mafia de los oficiales blancos húngaros, que sigue teniendo una existencia clandestina aunque su gobierno de verdugos contrarrevolucionarios subsista con el beneplácito de Inglaterra, ha demostrado al proletariado de todo el mundo cómo se pone en práctica esta civilización y esta humanidad que preconizan Wilson y Lloyd George, luego de haber criticado el poder de los sóviets y las violencias revolucionarias.
Los gobiernos “democráticos” de Finlandia, Georgia, Letonia y Estonia realizan grandes esfuerzos para poder alcanzar el nivel de perfección de su prototipo húngaro. En Barcelona, la policía tiene bajo sus órdenes a una banda de asesinos. Y lo mismo ocurre en todas partes.
Incluso en un país vencido y arruinado como Bulgaria, los oficiales sin empleo se reúnen en sociedades secretas dispuestas, ante la primera señal, a dar prueba de su patriotismo en detrimento de los obreros búlgaros.
Tal como es practicado en el régimen burgués de posguerra, el programa de la conciliación de intereses contradictorios, de la colaboración entre las clases, del reformismo parlamentario, del socialismo gradual y del acuerdo mutuo en el seno de cada nación, sólo es una siniestra payasada.
La burguesía se ha negado definitivamente a conciliar sus propios intereses y los del proletariado mediante simples reformas. Corrompe a una aristocracia obrera insignificante con unas cuantas migajas y somete a las grandes masas a sangre y fuego.
Ni un solo problema importante es decidido por mayoría de votos. Del principio democrático sólo queda un fugaz recuerdo en los confundidos cerebros de los reformistas. Cada vez más, el gobierno se limita a organizar lo que constituye el núcleo esencial de los Estados: los regimientos de soldados. La burguesía ya no pierde su tiempo “contando las peras en el árbol”, ahora cuenta los fusiles, las ametralladoras y los cañones que tendrá a su disposición cuando llegue el momento en que deba decidirse la cuestión del poder y de la propiedad.
¿Quién viene a hablarnos de colaboración o de mediación? Nuestro triunfo sólo es posible con la derrota de la burguesía y únicamente la revolución proletaria puede provocar esa derrota.
LA RUSIA SOVIÉTICA
El chovinismo, la codicia, la discordia se entremezclan en una danza desenfrenada y únicamente el principio del comunismo permanece vigente y creador ante el mundo. Si bien el poder de los sóviets se estableció primeramente en un país atrasado, devastado por la guerra, rodeado de poderosos enemigos, demostró no solamente una tenacidad poco común sino también una actividad insospechada. Probó, en los hechos, la fuerza potencial del comunismo. El desarrollo y el fortalecimiento del poder soviético constituyen el punto culminante de la historia mundial desde la creación de la Internacional Comunista.
La capacidad para formar un ejército hasta ahora siempre ha sido considerada como el criterio de toda actividad económica o política. La fuerza o la debilidad del ejército son el indicio que sirve para evaluar la fuerza o la debilidad del Estado desde el punto de vista económico. El poder de los sóviets creó una fuerza militar de primer orden, y gracias a ella combatió con indiscutible superioridad no sólo a los campeones de la vieja Rusia monárquica y burguesa, los ejércitos de Koltchak, Denikin, Yudenich, Wrangel y otros, sino también a los ejércitos nacionales de las repúblicas “democráticas” que participan en combate para complacer al imperialismo mundial (Finlandia, Estonia, Letonia, Polonia).
Desde el punto de vista económico, ya es un gran milagro que la Rusia soviética se haya mantenido durante estos tres primeros años. Más aún, pudo desarrollarse porque, al haber tenido la fuerza suficiente como para arrancar de manos de la burguesía los instrumentos de explotación, los convirtió en instrumentos de producción industrial y los puso metódicamente en acción. El estruendo de las piezas de artillería a lo largo del inmenso frente que rodea a Rusia por todas partes no le impidió adoptar las medidas necesarias para restablecer la vida económica e intelectual perturbada.
La monopolización por parte del Estado socialista de los principales productos alimenticios y la lucha sin cuartel contra los especuladores salvaron a las ciudades rusas de un hambre mortal y posibilitaron el reabastecimiento del Ejército Rojo. La reunión de todas las fábricas, de los ferrocarriles y de la navegación bajo la égida del Estado permitió la regularización de la producción y la organización del transporte. La concentración de la industria y del transporte en manos del gobierno simplifica los métodos técnicos creando modelos únicos para las diversas piezas, modelos que sirven de prototipo a toda producción ulterior. Sólo el socialismo posibilita una evaluación precisa de la cantidad de bulones para locomotoras, vagones y vapores que es preciso producir y reparar.
Igualmente, es posible prever periódicamente la producción al por mayor necesaria de las piezas de máquinas adaptadas al prototipo, lo que presenta incalculables ventajas para la elevación de la productividad del trabajo.
El progreso económico, la organización científica de la industria, la puesta en práctica del sistema Taylor (desprovisto de sus rasgos de superexplotación) no encuentran en la Rusia soviética otros obstáculos que los que tratan de suscitar los imperialistas extranjeros.
Mientras que los intereses de las nacionalidades, enfrentándose a las pretensiones imperialistas, son una fuente continua de conflictos universales, de rebeliones y de guerras, la Rusia socialista ha demostrado que un gobierno obrero es capaz de conciliar las necesidades nacionales con las necesidades económicas, depurando a las primeras de todo chovinismo y a las segundas de todo imperialismo. El socialismo tiene por objeto unir a todas las regiones, todas las provincias, todas las nacionalidades mediante un mismo sistema económico. El centralismo económico, al no admitir la explotación de una clase por otra, de una nación por otra y al ser igualmente ventajoso para todas, no paraliza en absoluto el libre desarrollo de la economía nacional.
El ejemplo de la Rusia de los sóviets demuestra a los pueblos de Europa Central, del sudeste de los Balcanes, de las posesiones coloniales de Gran Bretaña, a todas las naciones, a todas las poblaciones oprimidas, a los egipcios y a los turcos, a los hindúes y a los persas, a los irlandeses y a los búlgaros que la solidaridad de todas las nacionalidades del mundo sólo es realizable mediante una Federación de Repúblicas Soviéticas.
La revolución hizo de Rusia la primera potencia proletaria. En sus tres años de existencia, sus fronteras se han modificado incesantemente. Estrechadas bajo los golpes del imperialismo mundial, recuperaban sus anteriores dimensiones cuando la presión disminuía. Para los sóviets, la lucha se convirtió en la lucha contra el capitalismo mundial. El problema de la Rusia de los sóviets se transformó en una piedra de toque para todas las organizaciones obreras. La segunda e infame traición de la socialdemocracia alemana después de la del 4 de agosto de 1914 residió en que, al formar parte del gobierno, recurrió al imperialismo occidental en lugar de aliarse a la revolución de Oriente. Una Alemania soviética aliada a la Rusia soviética habrían sido más fuertes que todos los estados capitalistas juntos.
La Internacional Comunista ha hecho suya la causa de la Rusia soviética. El proletariado internacional sólo guardará sus armas cuando la Rusia soviética se convierta en uno de los eslabones de una Federación de Repúblicas Soviéticas que abarque a todo el mundo.
LA REVOLUCIÓN PROLETARIA Y LA INTERNACIONAL COMUNISTA
La guerra civil está vigente en todo el mundo. Su divisa es: “El poder a los sóviets”.
El capitalismo ha transformado en proletariado a la inmensa mayoría de la humanidad. El imperialismo ha sacado a las masas de su inercia y las ha empujado al movimiento revolucionario. Lo que entendemos en la actualidad por la palabra “masa” no es lo que entendíamos por ella hace algunos años. Lo que constituía la masa en la época del parlamentarismo y del tradeunionismo ahora se ha convertido en la elite. Millones y decenas de millones de hombres que hasta ahora vivieron al margen de toda política están transformándose en una masa revolucionaria. La guerra movilizó a todo el mundo, despertó el sentido político de los medios más atrasados, les dio ilusiones y esperanzas y los defraudó. Los rasgos característicos de las viejas formas del movimiento obrero (estrecha disciplina corporativa y, en suma, inercia de los proletarios más conscientes por una parte, apatía incurable de las masas por la otra) cayeron en el olvido para siempre. Millones de nuevos reclutas acaban de incorporarse. Las mujeres que perdieron a sus maridos y a sus padres y que debieron ocupar su lugar de trabajo participan ampliamente en el movimiento revolucionario. Los obreros de la nueva generación, habituados desde la infancia al fragor y a los estallidos de la guerra mundial, acogieron a la revolución como su elemento natural. La lucha pasa por fases diferentes según los países, pero esta lucha es la última. Sucede que las olas revolucionarias, estrellándose contra el edificio de una organización caduca, le prestan una nueva vida. Viejas enseñas, divisas semiborradas flotan aquí y allí sobre la superficie de las olas. En los cerebros existen perturbaciones, tinieblas, prejuicios, ilusiones. Pero el movimiento en su conjunto tiene un carácter profundamente revolucionario. No es posible ni extinguirlo ni detenerlo. Se extiende, se fortalece, se purifica, rechaza todo lo caduco. No se detendrá hasta que el proletariado mundial haya llegado al poder.
La huelga es el medio de acción más habitual en el movimiento revo1ucionario. Su causa más frecuente es el alza de los precios sobre los productos de primera necesidad. La huelga surge frecuentemente de conflictos regionales. Es el grito de protesta de las masas impacientadas por los manejos parlamentarios de los socialistas. Expresa la solidaridad entre los explotados de un mismo país o de países diferentes. Sus divisas son de naturaleza económica a la vez que política. Frecuentemente, fragmentos de reformismo se entremezclan con consignas de revolución social. La huelga se calma, parece terminar, luego prosigue con más fuerza, trastrocando la producción, amenazando al aparato gubernamental. Despierta la furia de la burguesía porque aprovecha toda ocasión para expresar su simpatía por la Rusia soviética. Los presentimientos de los explotadores no carecen de fundamento, porque esta huelga caótica significa en realidad el socialismo revolucionario y la movilización del proletariado internacional llevados a la práctica.
La estrecha interdependencia en la que se encuentran todos los países y que se puso en evidencia de manera tan catastrófica durante la guerra, da una importancia particular a los sectores del trabajo que vinculan a los países entre sí y coloca en primer plano a los ferroviarios y a los obreros del transporte en general. El proletariado del transporte tuvo ocasión de demostrar su fuerza en el boicot a la Hungría y a la Polonia blancas. La huelga y el boicot, métodos que la clase obrera empleaba al comienzo de su lucha sindical, es decir cuando aún no había comenzado a utilizar el parlamentarismo, tienen en nuestros días la misma importancia y el mismo temible significado que la preparación de la artillería antes del último ataque.
La impotencia a la que se encuentra reducido el individuo ante el ciego avance de los acontecimientos históricos obliga no solamente a nuevos estratos de obreros y obreras sino también a los empleados, los funcionarios, los intelectuales pequeñoburgueses, a entrar en las filas de las organizaciones sindicales. Antes de que la marcha de la revolución proletaria obligue a crear sóviets que predominarán sobre todas las viejas organizaciones obreras, los trabajadores se agrupan en sindicatos, toleran, mientras esperan, la vieja constitución de esos sindicatos, su programa oficial, su elite dirigente, pero aportan a esas organizaciones la creciente energía revolucionaria de las masas que no habían actuado hasta ahora.
Los más humildes entre los humildes, los proletarios rurales, los trabajadores agrícolas, están levantando cabeza. En Italia, Alemania y otros países observamos un magnífico crecimiento del movimiento revolucionario entre ellos, y su acercamiento fraternal al proletariado urbano.
Los estratos campesinos más pobres cambian su actitud con respecto al socialismo. Mientras las intrigas de los reformistas parlamentarios, que partían de los prejuicios del mujik con respecto a la propiedad, no han rendido frutos; el verdadero movimiento revolucionario del proletariado, con su lucha implacable contra los opresores, ha dado lugar a un rayo de esperanza en el corazón de los propietarios campesinos más atrasados, ignorantes y arruinados.
El océano de la escasez y la ignorancia humanas no tiene fondo. Cada capa social que sale a la superficie deja otra a punto de salir. Pero la vanguardia no debe esperar que la pesada retaguardia salga para entrar en batalla. Una vez en el poder, recién entonces, la clase obrera realizará el trabajo de despertar, elevar y educar a sus sectores más atrasados.
Los trabajadores de los países coloniales y semicoloniales han despertado. En las regiones inconmensurables de la India, Egipto, Persia, sobre las que yace el pulpo gigantesco del imperialismo británico, en este océano humano inexplorado, se mueven constantemente fuerzas tremendas, levantando poderosas marejadas que causan temblores en las acciones y los corazones de la City.
En los movimientos de los pueblos coloniales el elemento social se combina con el nacional, pero ambos se dirigen contra el imperialismo. Los países coloniales y atrasados, en general, recorren a marcha redoblada el camino que va desde los primeros tropiezos infantiles a las formas más maduras de lucha, bajo la presión del imperialismo moderno y la dirección del proletariado revolucionario.El fructífero acercamiento entre los pueblos musulmanes y no musulmanes esclavizados por la dominación británica y extranjera; la purificación interna del movimiento mediante la liquidación del clero y la reacción chovinista; la lucha simultánea contra la opresión extranjera y sus aliados nativos (los señores feudales, los sacerdotes y los usureros); todo esto transforma al ejército creciente de la insurrección colonial en una gran fuerza histórica, en una reserva poderosa para el proletariado mundial.
Los parias se levantan. Acaban de despertar, gravitan y se vuelven ávidos hacia la Rusia Soviética, hacia las luchas con barricadas en las calles de las ciudades alemanas, a las huelgas en constante aumento de Inglaterra, hacia la Internacional Comunista.
El socialismo que, directa o indirectamente, defiende la situación privilegiada de ciertas naciones en detrimento de otras, que se aviene a la esclavitud colonial, que admite diferencias de derechos entre los hombres de distintas razas y color, que ayuda a la burguesía de la metrópoli a mantener su dominación sobre las colonias en lugar de favorecer la insurrección armada de esas colonias, el socialismo inglés que no apoya con toda su fuerza la insurrección en Irlanda, Egipto y la India contra la plutocracia londinense, ese “socialismo”, lejos de pretender obtener el mandato y la confianza del proletariado, merece si no balas al menos la marca del oprobio.
Ahora bien, en sus esfuerzos por lograr el triunfo de la revolución mundial, el proletariado se enfrenta no sólo con las alambradas semiderruidas que dividen aún los países desde la época de guerra, sino sobre todo con el egoísmo, el conservadurismo, la ceguera y la traición de las viejas organizaciones partidarias y de los sindicatos que vivieron de él anteriormente.
La traición a que se acostumbró la socialdemocracia internacional no tiene parangón en la historia de la lucha contra la servidumbre. Por eso en Alemania sus consecuencias son más terribles. La derrota del imperialismo alemán fue, al mismo tiempo, la del sistema de economía capitalista. Fuera del proletariado no había ninguna clase que pudiese pretender el poder del Estado. El perfeccionamiento de la técnica, el número y el nivel intelectual de la clase obrera alemana eran una garantía segura del éxito de la revolución social. Desgraciadamente, la socialdemocracia alemana se convirtió en un obstáculo. Gracias a complicadas maniobras en las que la astucia se mezcló con la estupidez, paralizó la energía del proletariado para desviarlo del camino hacia la conquista del poder, que era su objetivo natural y necesario.
La socialdemocracia se dedicó durante decenas de años a conquistar la confianza de los obreros para luego, llegado el momento decisivo, cuando la suerte de la sociedad burguesa estaba en juego, poner toda su autoridad al servicio de los explotadores.
La traición del liberalismo y la derrota de la democracia burguesa son episodios insignificantes en comparación con la monstruosa traición de los partidos socialistas. El papel de la propia Iglesia, esa fábrica central del conservadurismo como la definió Lloyd George, es insignificante al lado del papel antisocialista de la Segunda Internacional.
La socialdemocracia quiso justificar su traición hacia la revolución durante la guerra mediante la fórmula de la defensa nacional, y encubre su política contrarrevolucionaria, después de la firma de la paz, con la fórmula de la democracia. Defensa nacional y democracia, he aquí las solemnes fórmulas de capitulación del proletariado ante la voluntad de la burguesía.
Pero la caída no se detiene aquí. Continuando su política de defensa del régimen capitalista, la socialdemocracia está obligada, a remolque de la burguesía, a pisotear la “defensa nacional” y la “democracia”. Scheidemann y Ebert besan la mano del imperialismo francés cuyo apoyo reclaman contra la revolución soviética. Noske encarna el terror blanco y la contrarrevolución burguesa.
Albert Thomas se transforma en comisionado de la Liga de las Naciones, esa vergonzosa agencia del imperialismo. Vandervelde, elocuente imagen de la fragilidad de la Segunda Internacional de la que era jefe, se convierte en ministro del rey, colega del beato Delacroix, defensor de los sacerdotes católicos belgas y abogado de las atrocidades capitalistas cometidas contra los negros del Congo.
Henderson, que imita a los grandes hombres de la burguesía, que figura por turno como ministro del rey y representante de la oposición obrera de Su Majestad; Tom Shaw, que reclama del gobierno soviético pruebas irrefutables tales como que el gobierno de Londres está compuesto de estafadores, de bandidos y de perjuros. ¿Qué son estos señores sino los enemigos jurados de la clase obrera?
Renner y Sietz, Niemets y Tousar, Troelstra y Branting, Daszinsky y Chjeidze, cada uno de ellos traduce, en la lengua de su pequeña burguesía deshonesta, la derrota de la Segunda Internacional.
Karl Kautsky, ex teórico de la Segunda Internacional y ex marxista, se convierte en el consejero balbuceante designado por la prensa amarilla de todos los países.
Bajo el impulso de las masas, los elementos más flexibles del viejo socialismo, sin por ello cambiar de naturaleza, cambian de carácter y de color, rompen o se disponen a romper con la Segunda Internacional, batiéndose, como siempre en retirada, ante toda acción de masas y revolucionaria y también ante todo preludio serio de acción.
Para caracterizar y a la vez desenmascarar a los actores de esta farsa, basta decir que el Partido Socialista Polaco que tiene como jefe a Daszinsky y por patrón a Pilsudski, el partido del cinismo burgués y del fanatismo chovinista, declara retirarse de la Segunda Internacional.
La elite parlamentaria dirigente del Partido Socialista Francés, que vota actualmente contra el presupuesto y contra el tratado de Versalles, sigue siendo en el fondo uno de los pilares de la república burguesa. Sus gestos de oposición son lo suficientemente aislados como para no perturbar la semiconfianza que les tienen los medios más conservadores dentro del proletariado.
En los problemas capitales de la lucha de clases, el socialismo parlamentario francés continúa engañando la voluntad de la clase obrera, sugiriéndole que el momento actual no es propicio para la conquista del poder porque Francia está demasiado empobrecida, del mismo modo como antes era desfavorable a causa de la guerra, o como en vísperas de la guerra el obstáculo era la prosperidad industrial y antes la crisis industrial. Al lado del socialismo parlamentario y en el mismo plano se halla el sindicalismo charlatán y engañoso de los Jouhaux y Compañía.
La creación de un Partido Comunista fuerte y templado por el espíritu de unidad y de disciplina en Francia es una cuestión de vida o muerte para el proletariado francés.
La nueva generación de obreros alemanes hace su educación y extrae su fuerza de las huelgas y las insurrecciones. Su experiencia le seguirá costando tantas víctimas mientras el Partido Socialdemócrata Independiente continúe sufriendo la influencia de los conservadores socialdemócratas y de los rutinarios que rememoran la socialdemocracia de los tiempos de Bebel, que no comprenden el carácter revolucionario de la época actual y tiemblan ante la guerra civil y el terror revolucionario, dejándose llevar por los acontecimientos, a la espera del milagro que debe venir en ayuda de su incapacidad. Es en el fuego de la lucha donde el partido de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht enseña a los obreros alemanes cuál es el buen camino.
En el movimiento obrero inglés la rutina es tal que en Inglaterra aún no se ha sentido la necesidad de cambiar: los dirigentes del Partido Laborista británico se obstinan en permanecer dentro de los marcos de la Segunda Internacional.
Mientras que el curso de los acontecimientos de los últimos años, al romper la estabilidad de la vida económica en la Inglaterra conservadora ha vuelto a las masas trabajadoras totalmente aptas para asimilar el programa revolucionario, la mecánica oficial de la nación burguesa con su poder real, su Cámara de los Lores, su Cámara de los Comunes, su Iglesia, sus Trade Unions, su Partido Laborista, Jorge V, el arzobispo de Canterbury y Henderson, permanece intacta como un poderoso freno automático contra el desarrollo. Sólo un Partido Comunista liberado de la rutina y del espíritu de secta, íntimamente ligado a las grandes organizaciones obreras, puede oponer el elemento proletario a esta elite oficial.
En Italia, donde la burguesía reconoce francamente que la suerte del país se halla, al fin de cuentas, en manos del Partido Socialista, la política del ala derecha representada por Turati se esfuerza por encauzar el torrente de la revolución proletaria por el carril de las reformas parlamentarias.
¡Proletarios de Italia, pensad en Hungría cuyo ejemplo está escrito en la historia para recordar que en la lucha por el poder, así como durante el ejercicio del poder, el proletariado debe permanecer firme, rechazar a todos los elementos equívocos y hacer despiadadamente justicia ante todas las tentativas de traición!
Las catástrofes militares, seguidas de una temible crisis económica, inauguran un nuevo capítulo en el movimiento obrero de EEUU y en los otros países del continente norteamericano. La liquidación de la charlataneria y de la desvergüenza del presidente Wilson significa la liquidación de ese socialismo norteamericano mezcla de ilusiones pacifistas y de actividad mercantil cuya coronación es el tradeunionismo “de izquierda” de los Gompers y Compañía. La estrecha unión de los partidos obreros revolucionarios y de las organizaciones proletarias del continente americano, desde la casi isla de Alaska hasta el Cabo de Hornos, en forma de una compacta sección americana de la Internacional, frente al imperialismo todopoderoso amenazante de EEUU, debe ser realizado en la lucha contra todas las fuerzas movilizadas por el dólar para su defensa.
Los socialistas de gobierno y sus consortes de todos los países tuvieron muchas razones para acusar a los comunistas de provocar, mediante su táctica intransigente, la actividad de la contrarrevolución cuyas filas ellos contribuyen a afianzar. Esta inculpación política no es sino una reedición tardía de los lamentos del liberalismo. Precisamente este último afirmaba que la lucha espontánea del proletariado impulsa a los privilegiados hacia el campo de la reacción. Esa es una verdad incuestionable. Si la clase obrera no atacase los fundamentos de la dominación de la burguesía, ésta no tendría ninguna necesidad de reprimirla. La idea misma de contrarrevolución no existiría si la historia no conociera revoluciones. Si las insurrecciones del proletariado implican fatalmente la unión de la burguesía para la defensa y el contraataque, ello prueba una sola cosa: que la revolución es la lucha de dos clases irreconciliables que sólo puede culminar en el triunfo definitivo de una sobre la otra.
El comunismo rechaza con desprecio la política consistente en mantener a las masas en el estancamiento, ante el temor a las represalias de la contrarrevolución.
A la incoherencia y al caos del mundo capitalista, cuyos últimos esfuerzos amenazan con destruir toda la civilización humana, la Internacional Comunista opone la lucha combinada del proletariado mundial para la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y por la reconstrucción de una economía nacional y mundial basada en un plan económico único, establecido y realizado por la sociedad solidaria de los productores. Al agrupar bajo la bandera de la dictadura del proletariado y del sistema soviético de Estado a los millones de trabajadores de todas partes del mundo, la Internacional Comunista lucha obstinadamente para organizar y purificar sus propios elementos.
La Internacional Comunista es el partido de la insurrección del proletariado mundial en rebelión. Rechaza todas las organizaciones y los partidos que, bajo una forma abierta o velada, adormecen, desmoralizan y perturban al proletariado, exhortándolo a inclinarse ante los fetiches con los que se protege la dictadura de la burguesía: la legalidad, la democracia, la defensa nacional, etc..
La Internacional Comunista tampoco puede tolerar en sus filas a las organizaciones que mientras incluyen en su programa la dictadura del proletariado, persisten en llevar a cabo una política empeñada en buscar una solución pacífica a la crisis histórica. La única forma de resolver el problema es reconocer el sistema de los sóviets. La organización soviética no encierra una virtud milagrosa. Esta virtud revolucionaria reside en el propio proletariado. Es preciso que éste no vacile en sublevarse y conquistar el poder y solamente entonces la organización soviética pondrá de manifiesto sus cualidades y seguirá siendo para él su arma más eficaz.
La Internacional Comunista pretende expulsar de las filas del movimiento obrero a todos los jefes que están directa o indirectamente vinculados con la burguesía a través de la colaboración política. Lo que necesitamos son jefes que sientan por la sociedad burguesa un odio mortal, que organicen al proletariado en vistas de una lucha despiadada, que estén dispuestos a conducir al combate al ejército de los insurrectos, que no se detengan a mitad de camino suceda lo que suceda y que no teman recurrir a medidas de represión despiadadas contra todos aquellos que intenten detenerlos por la fuerza.
La Internacional Comunista es el partido internacional de la insurrección proletaria y de la dictadura proletaria. Para ella no existen otros objetivos ni otros problemas que los de la clase obrera. Las pretensiones de las pequeñas sectas, cada una de las cuales quiere salvar a la clase obrera a su modo, son extrañas y contrarias al espíritu de la Internacional Comunista. Esta no posee la panacea universal, el remedio infalible para todos los males, sino que saca lecciones de la experiencia de la clase obrera en el pasado y en el presente, y esta experiencia le sirve para reparar sus errores y desviaciones. De allí extrae un plan general y sólo reconoce y adopta las fórmulas revolucionarias de la acción de masas.
Organización sindical, huelga económica y política, boicot, elecciones parlamentarias y municipales, tribuna parlamentaria, propaganda legal e ilegal, organizaciones clandestinas en el seno del ejército, trabajo cooperativo, barricadas, la Internacional Comunista no rechaza ninguna de las formas organizativas o de lucha creadas en el transcurso del desarrollo del movimiento obrero, pero tampoco consagra a ninguna en calidad de panacea universal.
El sistema de los sóviets no es únicamente un principio abstracto que los comunistas quieren oponer al sistema parlamentario. Los sóviets son un aparato del poder proletario que, a través de la lucha y sólo mediante esta lucha, deben remplazar al parlamentarismo. A la vez que combate de la manera más decidida el reformismo de los sindicatos, el arribismo y el cretinismo de los parlamentos, la Internacional Comunista no deja de condenar el sectarismo de aquellos que invitan a los proletarios a abandonar las filas de organizaciones sindicales que cuentan con millones de miembros y a ignorar a las instituciones parlamentarias y municipales. Los comunistas de ningún modo se alejan de las masas engañadas y vendidas por los reformistas y los patriotas sino que aceptan luchar con ellos, dentro de las organizaciones de masas y de las instituciones creadas por la sociedad burguesa, de manera de poder acabar con esta última rápidamente. Mientras que, bajo la égida de la Segunda Internacional, los sistemas de organización de clase y los medios de lucha casi exclusivamente legales se encontraban sometidos al control y a la dirección de la burguesía y la clase revolucionaria estaba amordazada por los agentes reformistas, la Internacional Comunista, por el contrario, arranca de manos de la burguesía las riendas que ésta había acaparado, asume la organización del movimiento obrero, lo reúne bajo las órdenes de un mando revolucionario y, ayudado por él, propone al proletariado un objetivo único: la toma del poder para destruir al Estado burgués y organizar una sociedad comunista.
En toda su actividad, bien sea como líder de una huelga revolucionaria, bien como organizador de grupos clandestinos, como secretario de un sindicato, agitador de un mitin de masas, diputado, obrero de cooperativa o combatiendo en las barricadas, el comunista siempre es fiel a sí mismo en su carácter de miembro disciplinado del Partido Comunista, celoso luchador, enemigo implacable de la sociedad capitalista, de régimen económico, de su Estado, de sus mentiras democráticas, de su religión y de su moral. Es un soldado abnegado de la revolución proletaria y heraldo infatigable de la nueva sociedad.
¡Obreros y obreras!
¡En esta tierra hay una sola bandera por la que vale la pena luchar y morir:
es la bandera de la Internacional Comunista!
El II Congreso de la Internacional Comunista
Rusia: N. Lenin, G. Zinóviev, N. Bujarin, L. Trotsky.
Alemania: P Levi, E Meyer Y. Walcher, E. Wolfstein.
Austria: Steinhardt, Toman, Stroemer.
Francia: Rosmer, Jacques Sadoul, Henri Guilbeaux.
Inglaterra: Tom Quelch, Gallacher, E. Sylvia Pankhurst, MacLaine.
EEUU: Fleen, A. Frayna, A. Bilan, J. Reed.
Italia: D. M. Serrati, N. Bombacci, Graziadei, A. Bordiga.
Noruega: Frys, Shefflo, A. Madsen.
Suecia: K. Dalstraem, Samuelson, Winberg.
Dinamarca: O. Jorgenson, M. Nilsen.
Holanda: Wijncup, Jansen, Van Leuve.
Bélgica: Van Overstraaten.
España: Pestaña.
Suiza: Herzog, J. Humbert-Droz.
Hungría: Racoczy, A. Roudnyansky, Varga.
Galitzia: Levitsky.
Polonia: J. Marchlevsky.
Latvia: Stutchka, Krastyn.
Lituania: Mitzkévitch-Kapsukas.
Checoslovaquia: Vanek, Gula, Zapototsky.
Estonia: E. Wakman, G. Poegelman.
Finlandia: L Rakhia, Letonmiaky, K. Manner.
Bulgaria: Kabaktchiev, Maximov, Chablin.
Yugoslavia: Milkitch.
Georgia: M. Tsajayaiah.
Armenia: Nazaritian.
Turquía: Nichad.
Persia: Sultán Saadé.
India: Atcharia, Sheffik, Roy.
Indias Orientales Holandesas: Maring.
China: Lau-Siu-Chau.
Corea: Pak Djinchoun, Him Houlin.
México: Allen, Seaman.