Se ha vertido sangre por las calles de Petrogrado. Se añadió un capítulo trágico a la Revolución Rusa. ¿A quién hay que culpar? “A los bolcheviques”, dice la gente de la calle, repitiendo lo que sus periódicos le dicen. La suma total de estos sucesos trágicos, en lo que concierne a la burguesía y a sus políticos serviles, se agota en las palabras: arrestar a los cabecillas y desarmar a las masas. Y el objetivo de esa acción es establecer el “orden revolucionario”. Los socialrevolucionarios y los mencheviques, en el arresto y el desarme de los bolcheviques, se preparan para establecer el “orden”. Existe sólo una pregunta: ¿qué tipo de orden, y para quién?
La revolución despierta grandes esperanzas en las masas. Entre las masas de Petrogrado, que jugaron un rol de liderazgo en la revolución, esas esperanzas y expectativas fueron albergadas con una seriedad excepcional. La tarea del partido socialdemócrata era transformar esas esperanzas y expectativas en programas políticos claramente definidos para llevar la impaciencia revolucionaria de las masas al canal de la acción política planificada. La revolución se vio cara a cara con la cuestión del poder estatal. Nosotros, así como la organización bolchevique, nos encontramos cediendo todo el poder al Comité Central de los delegados de los consejos de obreros, soldados y campesinos. Las clases altas, y entre ellas debemos incluir a los socialrevolucionarios y a los mencheviques, exhortaban a las masas a apoyar al gobierno de Miliukov-Guchkov. Hasta el último momento, esto es, hasta el momento en que las figuras del primer Gobierno Provisional más claramente imperialistas presentaron su renuncia, ambos partidos arriba mencionados estaban unidos en toda la línea y con firmeza al gobierno. Sólo después de la reorganización del gobierno dieron a entender desde sus propios periódicos a las masas que no habían dicho toda la verdad, que habían sido engañados. Al rato estaban diciendo que se debía confiar en la nueva “coalición” gubernamental. La socialdemocracia revolucionaria predijo que el nuevo gobierno no se diferenciaría básicamente del viejo, que éste no daría ninguna concesión a la revolución y otra vez traicionaría las esperanzas de las masas. Y eso fue lo que pasó. Después de dos meses de política de debilitamiento, de demanda de confianza, de exhortaciones verborrágicas, la actitud del gobierno de oscurecer todos los temas no podía ser disimulada por más tiempo. Se hizo claro que las masas una vez más -en ese momento más cruelmente que nunca- habían sido engañadas.
Crecía la impaciencia y la desconfianza, no día a día, sino hora a hora, de una gran masa de obreros y soldados en Petrogrado. Esos sentimientos, tan desesperados para todos los integrantes, eran alimentados por la prolongada guerra, por la desorganización económica, por un establecimiento invisible del paro de las ramas más importantes de la producción, encontraron una expresión política inmediata en el eslogan: “todo el poder a los sóviets”. La retirada de los kadetes y la prueba definitiva de la bancarrota interna del Gobierno Provisional convenció a las masas aún más minuciosamente que estaban en lo correcto al oponerse a los líderes del sóviet. Las vacilaciones de los socialrevolucionarios y los mencheviques simplemente agregaron aceite a las llamas. Las demandas, casi el acoso, dirigidas a la guarnición de Petrogrado, requiriendo de ellos el impulso de una ofensiva, tuvo el efecto similar. La explosión se volvió inevitable.
Todos los partidos, incluyendo a los bolcheviques, tomaron todos los recaudos para evitar que las masas realicen la demostración del 16 de julio; pero las masas hicieron la manifestación, y además, con las armas en sus manos. Todos los agitadores, todos los representantes de distrito declararon en la tarde del 16 de julio que la manifestación del 17 de julio, puesto la cuestión del poder permanecía incierta, estaba destinada a ocurrir, y que no podrían tomarse medidas para contener al pueblo.
Esa es la única razón por la cual el partido bolchevique, y con él nuestra organización, decidió no permanecer alejado y lavarse las manos de las consecuencias, sino hacer todo lo que estaba a nuestro alcance para transformar la jornada del 17 de julio en una demostración pacífica. No tiene otro significado el llamamiento del 17 de julio. Esto era, por supuesto, comprensible, teniendo en cuenta ciertas intervenciones de las bandas contrarrevolucionarias, que produjeron sangrientos conflictos. Habría sido posible, es verdad, privar a las masas de cualquier dirección política, decapitarlas políticamente, negándose a dirigirlas, y abandonarlas a su destino. Pero nosotros, siendo un partido de trabajadores, no podríamos ni seguiríamos las tácticas de Pilatos: decidimos acompañar a las masas y unirnos a ellas, para introducir en su confusión elemental las mejores medidas de organización realizables bajo esas circunstancias, y así reducir al mínimo el número de probables víctimas. Los hechos son bien conocidos. La sangre ha corrido. Y ahora la prensa “influyente” de la burguesía, y otros periódicos sirvientes de la burguesía, están intentando cargar sobre nuestros hombros la total responsabilidad por las consecuencias –por la pobreza, el agotamiento, el desafecto y la rebeldía de las masas. Para lograr este fin, para completar su trabajo de movilización contrarrevolucionaria contra el partido del proletariado, hay publicaciones de pícaros anónimos, semi anónimos o clasificaciones variadas, en que circulan acusaciones de soborno: la sangre se ha derramado por culpa de los bolcheviques, y los bolcheviques estaban actuando bajo las órdenes de Wilhelm.
En el presente estamos atravesando días de prueba. La firmeza de las masas, su autocontrol, la fidelidad de sus “amigos”, todas esas cosas están siendo puestas en cuestión. Estamos también siendo sujetos de esta prueba, y saldremos de él más fortalecidos, más unidos, que de ninguna prueba anterior. La vida está con nosotros y peleando por nosotros. La nueva reconstrucción del poder, dictada por una situación inevitable, y por la miserable falta de entusiasmo de los partidos dirigentes, nada cambiará nada ni se resolverá nada. Debemos tener un cambio radical de todo el sistema. Necesitamos un poder revolucionario.
La política de Tseretelli-Kerensky está directamente interesada en desarmar y debilitar el ala izquierda de la revolución. Si, con la ayuda de sus métodos, tienen éxito en establecer un “orden”, serán los primeros –después de nosotros, obviamente- en caer víctimas de su “poder”. Pero no tendrán éxito. La contradicción es muy profunda, los problemas son muy grandes para que se solucione con medidas sólo políticas.
Después de los días de juicio vendrán días de progreso y victoria.