Las condiciones de la guerra están oscureciendo y torciendo las fuerzas internas de la revolución. Sin embargo el curso de la revolución será determinado por esas mismas fuerzas internas, a saber, las clases sociales.
La revolución que ha estado reuniendo fuerzas a partir de 1912, al principio, se interrumpió por la guerra, y más tarde, debido a la intervención heroica de un ejército enfurecido, se aceleró en una agresividad sin precedentes. El poder de de resistencia de parte del viejo régimen ha sido, definitivamente socavado por el avance de la guerra. Los partidos políticos que podrían haber tomado la función de mediadores entre la monarquía y el pueblo de repente se encontraron suspendidos en el aire, debido al poderoso golpe desde abajo, y fueron obligados a último momento a realizar el peligroso salto hacia la orilla segura de la revolución. Esto impartió a la revolución, por un tiempo, la apariencia externa de una completa armonía nacional. Por primera vez en toda su historia, el liberalismo burgués se sintió “ligado” a las masas –y es esto que debe haberles dado la idea de utilizar el espíritu revolucionario “universal” al servicio de la guerra.
Las condiciones, el objetivo, los participantes de la guerra no cambiaron. Guchkov y Miliukov, los más francamente imperialistas de la dirección política del viejo régimen, son ahora los encargados de los destinos de la Revolución Rusa. Naturalmente, la guerra, cuyo carácter fundamental se mantiene del mismo modo que bajo el zarismo –contra el mismo enemigo, con los mismos aliados, y con las mismas obligaciones internacionales- ahora debe ser transformada en “una guerra por la revolución”. Para las clases capitalistas, este paso fue equivalente a la movilización por la revolución, y se debían estimular las fuerzas y las pasiones, en el interés del imperialismo. Los Miliukovs consienten magnánimamente en llamar al “trapo rojo” un emblema sagrado sólo si las masas trabajadoras muestran su disposición para morir con éxtasis bajo la bandera roja, por Constantinopla y los Estrechos.
Pero el engaño imperialista de Miliukov resalta a la vista. Para ganarse la fuerza de las masas y guiar su energía revolucionaria en el camino de una ofensiva en el frente externo, se requieren métodos más complicados pero, principalmente, se necesitan diferentes partidos políticos, con plataformas que aún no se hayan visto comprometidas, y reputaciones que aún no hayan sido manchadas.
Se los encontró. En los días de contrarrevolución, y particularmente en el período del último boom industrial, el capital ha sometido y domesticado mentalmente muchos de los miles de revolucionarios de 1905, sin preocuparse de ningún modo por sus “preceptos” obreros o marxistas. Y había por lo tanto entre los intelectuales “socialistas” muchos grupos numerosos, listos para recibir un soborno, para tomar parte en contener la lucha de clases y en la educación de las masas para “fines” patrióticos. De común acuerdo con la intelligentsia, que había sido llevada al protagonismo en la época contrarrevolucionaria, fueron los obreros comprometidos, quienes habían sido definitiva y finalmente aterrorizados por la derrota de la Revolución de 1905, y desarrollaron desde entonces en sí mismos el talento único de ser conformistas en todos lados.
La oposición de las clases burguesas al zarismo -bajo un fundamento imperialista, sin embargo- ha proporcionado, incluso antes de la Revolución, las bases necesarias para un acercamiento entre los socialistas oportunistas y las clases propietarias. En la Duma, Kerensky y Cheidze desarrollaron su política como un anexo del bloque progresivo y los “socializados” Gvozdievs y Bogdanovs se fusionaron con los Guchkovs en los Comités de Industria de Guerra. Pero la existencia del zarismo hizo muy compleja la defensa abierta del punto de vista del patriotismo “gubernamental”. La Revolución disolvió todos los obstáculos de esta naturaleza. La capitulación a los partidos capitalistas ahora se llamó “unidad democrática”, y la disciplina del estado burgués lentamente se volvió “disciplina revolucionaria”, y finalmente, la participación en la guerra capitalista fue considerada como la defensa de la Revolución frente a la derrota externa.
Esta intelligentsia nacionalista, la que el social-patriota Struve ha profetizado, invocado y entrenado en su periódico Vyekhi, lentamente se encontró con el apoyo inesperado y generoso de las masas desamparadas más atrasadas del pueblo, que estaban organizadas por la fuerza en un ejército.
Fue sólo porque la revolución estalló en el curso de la guerra que los elementos pequeño burgueses de la ciudad y del campo de inmediato tomaron involuntariamente la apariencia de una fuerza organizada, y comenzaron a influir a los integrantes de los delegados de consejos de obreros y soldados, que en otro momento que no fuera en tiempos de guerra no podría haber llegado más allá de la influencia sobre las fuerzas de esas clases dispersas y atrasadas La intelligentsia menchevique-populista encontró en estas masas de toscos, provincianos, la mayoría todavía apenas despiertos a la vida política, un apoyo que fue al principio completamente natural. Por dirigir a las clases pequeño burguesas al camino de la conciliación con el liberalismo capitalista, que había nuevamente demostrado maravillosamente su inhabilidad para guiar al pueblo independientemente, la intelligentsia menchevique-populista, a través de la presión de las masas, adquirió cierta posición incluso entre sectores del proletariado, que habían sido relegadas momentáneamente a una posición secundaria por el aspecto numérico impresionante del ejército.
Puede parecer al principio que todas las contradicciones de clase se han eliminado, que todos los elementos sociales se han compuesto a través de los fragmentos de la ideología populista-menchevique, y que, gracias al “clasismo constructivo” de Kerensky, Cheidze y Dan, se ha realizado una tregua nacional Burgfrieden. De allí la sorpresa y la maravilla sin par cuando una política proletaria independiente se impone de nuevo, y surge por eso el salvaje, en verdad, el repugnante lamento contra los revolucionarios, los destructores de la armonía universal.
Los intelectuales pequeño burgueses, después de haber sido promovidos por los delegados del sóviet de obreros y soldados a una altura para la que no están realmente preparados, se asustan más por la idea de responsabilidad que por ninguna otra cosa, y por ende respetuosamente ceden su poder al gobierno capitalista-feudal al que han cedido en adelante desde el surgimiento de la Duma del 3 de junio. El natural terror de los pequeños burgueses frente al carácter sagrado del poder estatal, que fue obvio en el caso de los populistas (laboristas), fue cubierto con un velo, en el caso de los mencheviques-patriotas, por sus bases doctrinarias que plantean como un hecho inaceptable que haya socialistas que asuman la carga del poder en una revolución burguesa.
Así sobrevino el “doble poder”, que debiera llamarse con mucha más claridad la “doble impotencia”. La burguesía asumió la autoridad en nombre del orden y de la guerra por la victoria; aun, sin sóviets, no podría gobernar; la relación última hacia el gobierno fue que impuso respeto con poca confianza, combinado con un miedo a que el proletariado revolucionario pueda, en algún gesto poco cauteloso, tumbar todos sus negocios.
Luego la política exterior de Miliukov, cínica y provocativa, trajo una crisis. Conscientes del efecto amplio del miedo cuando se enfrentan a los problemas del poder entre las filas de los líderes pequeño burgueses, el partido de la burguesía comenzó a aprovecharse, en su territorio, a través de un completo chantaje: amenazando con una huelga gubernamental, esto es, resignando toda participación en la autoridad, exigieron que el sóviet les suministre un número de señuelos socialistas, que funcionen en una coalición ministerial hecha para fortalecer la confianza general de las masas en el gobierno, y, de esta manera, la eliminación del “doble poder”.
Antes del ultimátum a punta de pistola, los patriotas mencheviques se apresuraron a desprenderse de sus vestigios anteriores de prejuicios marxistas contra la participación en un gobierno burgués, y se volvieron al mismo camino de los “líderes” laboristas del sóviet, quienes no estaban avergonzados por ningún super cargamento de principio o prejuicios. Esto fue más manifiesto en la persona de Chernov, que volvió de las conferencias de Zimmerwald y Kienthal donde se había excomulgado por fuera del socialismo a Vandervelde, Guesde y Sembat —sólo para entrar al ministerio del Príncipe Lvov y Shingariev—. Para estar seguros, los mencheviques patriotas señalaron que el ministerialismo ruso no tenía nada en común con el ministerialismo francés o belga, siendo el fruto de circunstancias verdaderamente excepcionales, como se había previsto en la resolución contra el ministerialismo del Congreso Socialista de Ámsterdam (1904). Aún estaban repitiendo como loros los argumentos del ministerialismo francés o belga, mientras continuaban constantemente invocando “la naturaleza excepcional de las circunstancias”. Kerensky, bajo su forma teatral y redundante, sin embargo, contiene algunos rastros de realidad, clasificando el ministerialismo ruso en la misma categoría que el de Europa occidental, y declara en su discurso de Helsingfors, que gracias principalmente a él, Kerensky, los socialistas rusos han atravesado en dos meses una distancia que a los socialistas de Europa occidental les tomó diez años lograr. Realmente, ¡Marx no estaba errado cuando llamó a la revolución la locomotora de la historia! La coalición de gobierno fue sentenciada por la Historia antes de que se creara. Si se estableció inmediatamente después de la caída del zarismo, como una expresión de “la unidad revolucionaria de la nación”, probablemente debía haber mantenido por un tiempo la lucha de las fuerzas de la revolución bajo su control. Pero el primer gobierno fue el gobierno de Guchkov-Miliukov. Se consintió su existencia sólo tanto como para mostrar la falsedad completa de la “unidad nacional” y para despertar la resistencia revolucionaria del proletariado contra la propaganda burguesa que prostituía la revolución en los intereses del imperialismo. La improvisada coalición ministerial evidentemente no podría, bajo estas circunstancias, detener el desastre; la misma estaba destinada a convertirse el eje principal de contención, la fuente central de división y divergencia en las filas de la “democracia revolucionaria”. Su existencia política —no hablaremos de sus “actividades”— es simplemente una larga descomposición, cubierta decentemente por una enorme cantidad de palabras.
Para luchar contra la bancarrota completa en la economía y, particularmente, sobre el problema del alimento, el Departamento de Economía del Comité Ejecutivo de los Sóviets elaboró un plan que creaba un amplio sistema de administración estatal de las ramas más importantes de la industria. Los miembros del Departamento de Economía no discrepan demasiado con los dirigentes políticos del sóviet en sus tendencias políticas como en su conocimiento de la situación económica del país. Por esa misma razón llegan a conclusiones de un carácter profundamente revolucionario. Su estructura de lo único que carece es de las fuerzas motrices de la revolución. El gobierno evidentemente, para la mayor parte capitalista, no podría dar vida a un sistema diametralmente opuesto a los intereses egoístas de las clases propietarias. Aunque Skobeley, el ministro menchevique de Trabajo, no entiende esto, sin embargo es ampliamente comprendido por el serio y eficiente Konovaloy, el representante del comercio y de la industria. Toda la prensa burguesa dio una cobertura inconfundible a este hecho. Luego comenzó sobre los actuales líderes del sóviet otra vez una explotación de su terror y pánico: la burguesía los amenazó con abandonar tras su puerta un poder recién nacido. La respuesta de los “líderes” fue hacer creer que no sucedía nada especial. Si los representantes responsables del capital nos han abandonado, permítannos invitar a M. Buryshkin. Pero Buryshkin se negó en forma ostentosa a tener algo que ver con las operaciones quirúrgicas sobre la propiedad privada. Y luego comenzó la búsqueda de un ministro de Comercio e Industria “independiente”, un hombre detrás de cual no hubiera nada ni nadie, y quien pudiera servir como un buzón inofensivo, en donde puedan entrar las demandas contrarias del trabajo y del capital. Mientras tanto continuaban su curso los gastos económicos, y la actividad central del gobierno se volvió imprimir papel moneda, assignats. Teniendo como viejos compañeros a Lvov y Shingariev, resulto que Chernov impidió incluso la publicación, en materia de los temas agrarios, de un radicalismo expresado solamente en palabras, algo que es característico de los típicos representantes de la pequeña burguesía. Completamente consciente del rol al que fue asignado, Chernov se introdujo en la sociedad como un representante, no de la revolución agraria, sino de ¡las estadísticas de la agricultura! Según la interpretación liberal burguesa, que también hacen suya los ministros socialistas, la revolución entre las masas debe suspenderse en una pasiva espera a la convocatoria de una Asamblea Constituyente, y hasta que los SOCIALREVOLUCIONARIOS entren al ministerio de terratenientes y empresarios, los ataques de los campesinos contra el sistema agricultura feudal son estigmatizados como anarquistas.
En el terreno de la política internacional, el colapso de los “programas de paz” proclamados por la coalición gubernamental se volvió más rápido y más catastróficamente de lo que posiblemente podría haberse imaginado. M. Robot, el premier francés, no sólo rechazó categórica y descortésmente la fórmula de paz de Rusia y reiteró pomposamente la necesidad absoluta de continuar la guerra hasta que la “victoria completa” sea asegurada, sino también negó a los socialistas franceses sus pasaportes a la Conferencia de Estocolmo, que ha sido organizada con la colaboración de los colegas y aliados de M. Robot, los ministros rusos socialistas. El gobierno italiano, cuya política colonial se ha distinguido siempre por una obscenidad excepcional, por un “sagrado Egoísmo”, respondió con una fórmula de “paz sin anexiones” con su anexión por separado de Albania. Nuestro gobierno, y esto incluye a los ministros socialistas, sostuvo por dos semanas la publicación de las respuestas de los aliados, evidentemente confiando en la eficacia de esos mezquinos planes para impedir su bancarrota política. Sin demora, la cuestión sobre la situación internacional de Rusia, la cuestión de por qué es que los soldados rusos deberían estar listos para pelear y morir, sigue siendo tan aguda como el día en que la cartera del Ministro de Asuntos Internacionales se deshizo de Miliukov. En el departamento del Ejército y de la Marina, que aún está devorando la mejor parte del poder nacional y de los recursos nacionales, está dominando indiscutiblemente la política de la prosa y la retórica. Las causas materiales y psicológicas de la condición del ejército son muy profundas para ser decididas por la prosa y la poesía del ministerio. La substitución del General Srussilov por el General Alexeyev significa un cambio de esos dos oficiales, sin duda, pero no un cambio en el Ejército. La estimulación de la opinión popular y del ejército en un “ofensiva”, y luego la repentina caída de ese lema a favor del lema menos definitivo de “la preparación por una ofensiva”, muestra que el Ministerio del Ejército y la Marina es aún tan poco capaz de dirigir la nación hacia la victoria, como lo fue el Departamento de Terechenko de dirigir la nación hacia la paz.
La pintura de la impotencia del Gobierno Provisional alcanza su clímax en el trabajo del Ministerio de Asuntos Internacionales, el que, para usar las palabras de los delegados más leales del Sóviet de Campesinos, “con parcialidad” llenó las oficinas de las administraciones locales con terratenientes feudales. Los esfuerzos de la parte activa de la población que obtuvo para sí el autogobierno comunal, por derecho de conquista, y sin esperar a la Asamblea Constituyente, están inmediatamente estigmatizados en la jerga del policía estatal de Dans como anarquistas, y son saludados con la enérgica oposición del gobierno el que, por su composición, está completamente protegido contra una acción enérgica si ésta realmente tiene un carácter creativo.
En el curso de los últimos días, esta política de bancarrota generalizada encontró su máxima expresión de repulsa en el incidente de Kronstadt.
La campaña vil y completamente corrupta de la prensa burguesa contra Kronstadt, que es para ellos el símbolo del internacionalismo revolucionario y de la desconfianza en el gobierno de coalición, ambos emblemas de la independencia política de las grandes masas del pueblo, no sólo tomó posesión del gobierno y de los líderes del sóviet, sino que transformó a Tseretelli y a Skobolev en los cabecillas de la persecución repugnante de los marinos, soldados y trabajadores de Kronstadt.
En un momento en el cual el internacionalismo revolucionario es sistemáticamente sustituido por el socialismo patriótico en las fábricas, en los talleres y entre los soldados del frente, los socialistas en el ministerio, obedientes a sus maestros están arriesgando un juego peligroso para destruir la vanguardia proletaria revolucionaria de un solo golpe, y así preparar el “momento psicológico” para la sesión del Congreso de los Sóviets de Toda Rusia. Reagrupar a la democracia burguesa de los pequeños campesinos alrededor de la bandera del liberalismo burgués que es aliado y prisionero del capital anglo-francés y norteamericano, y aislar políticamente y “disciplinar al proletariado” —esa es ahora la principal tarea, en cuya realización está gastando todas sus energías el bloque de gobierno de los mencheviques y socialrevolucionarios—. Una parte esencial de su política está fundada en las amenazas desvergonzadas de represión sangrienta y de provocaciones de violencia abierta.
La agonía mortal de la coalición ministerial comenzó el día de su nacimiento. El socialismo revolucionario debe hacer todo lo que esté en su poder para prevenir la agonía mortal de terminar en la convulsión de la guerra civil. La única vía para hacerlo no es una política complaciente y evasiva, que sólo abra el apetito de los nuevos hombres de estado, sino que es una política de acción agresiva en toda la línea. No debemos permitirles que se aíslen: debemos aislarlos. Debemos responder las acciones desdichadas y despreciables de la coalición gubernamental clarificando, incluso entre los sectores más atrasados de las masas laboriosas, el significado completo de esta alianza contraria que se hace pasar públicamente como revolucionaria. A los métodos de las clases propietarias y de sus apéndices menchevique- socialrevolucionarios de traficar con el problema de la comida, de la industria, de la agricultura, de la guerra, debemos oponer los métodos del proletariado. Sólo en ese sentido se puede aislar al liberalismo y asegurar el liderazgo y la influencia del proletariado revolucionario sobre las masas urbanas y rurales. Junto a la inevitable caída del gobierno presente vendrá la caída de los líderes actuales del sóviet de delegados obreros y campesinos. Preservar la autoridad del sóviet como representante de la revolución, y asegurar la continuación de sus funciones como un poder dirigente, ahora sólo está en manos de una actual minoría del sóviet. Esto se volverá más claro cada día. La época de la “doble impotencia”, con el gobierno capaz y el sóviet sin atreverse, inevitablemente culminará en una crisis de gravedad sin precedentes. Está en nosotros guardar nuestras energías para ese momento, de modo que la cuestión del poder pueda resolverse en todas sus dimensiones.