13-14 (26-27) de septiembre de 1917
Entre las más malignas y, tal vez, más difundidas tergiversaciones del marxismo por los partidos “socialistas” dominantes se encuentra la mentira oportunista de que la preparación de la insurrección, y en general considerar la insurrección como un arte, es blanquismo.
Bernstein, dirigente del oportunismo, se ganó ya una triste celebridad acusando al marxismo de blanquismo, y, en realidad, con su griterío acerca del blanquismo, los oportunistas de hoy no renuevan ni “enriquecen” en lo más mínimo las pobres “ideas” de Bernstein.
¡Acusar a los marxistas de blanquismo porque conciben la insurrección como un arte!
¿Es posible una distorsión más flagrante de la verdad, cuando ningún marxista niega que fue el propio Marx quien se pronunció del modo más concreto, más claro y más irrefutable acerca de este problema diciendo precisamente que la insurrección es un arte, que hay que tratarla como tal arte, que es necesario conquistar un primer triunfo y seguir luego avanzando de triunfo en triunfo, sin interrumpir la ofensiva contra el enemigo, aprovechándose de su confusión, etc., etc.?
Para poder triunfar, la insurrección debe apoyarse no en una conjura, no en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en ese momento de viraje en la historia, de ascenso de la revolución, en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo.
Pero, si se dan estas condiciones, negarse a tratar la insurrección como un arte equivale a traicionar al marxismo y a la revolución.
Para demostrar que el momento actual es precisamente el momento en que el partido está obligado a reconocer que la insurrección ha sido puesta a la orden del día por la marcha objetiva de los acontecimientos y que debe ser considerada como un arte, acaso sea lo mejor emplear el método comparativo y trazar un paralelo entre las jornadas del 3 y 4 de julio y las de septiembre.
El 3 y 4 de julio se podía, sin faltar a la verdad, plantear el problema así: lo justo era tomar el poder, pues, de no hacerlo, los enemigos nos acusarían igualmente de insurrectos y nos tratarían como tales. Pero de esto no se puede sacar la conclusión de que hubiera sido conveniente tomarlo en aquel entonces, pues no existían las condiciones objetivas necesarias para que la insurrección pudiese triunfar.
1) No teníamos todavía con nosotros a la clase que es la vanguardia de la revolución. No contábamos todavía con la mayoría de los obreros y soldados de las capitales. Hoy tenemos ya la mayoría en ambos sóviets. Es fruto solamente de los acontecimientos de julio y agosto, de la experiencia de las “represalias” contra los bolcheviques y de la experiencia de la kornilovada.
2) No existía entonces un ascenso revolucionario de todo el pueblo. Hoy, después de la kornilovada, sí existe. Así lo demuestran la situación de las provincias y la toma del poder por los sóviets en muchos lugares.
3) Entonces las vacilaciones no habían cobrado todavía proporciones de serio alcance político general en las filas de nuestros enemigos y en las de la pequeña burguesía indecisa. Hoy esas vacilaciones son gigantescas: nuestro principal enemigo, el imperialismo de la Entente y el imperialismo mundial (ya que los “aliados” se encuentran a la cabeza de éste), empieza a vacilar entre la guerra hasta el triunfo final y una paz separada dirigida contra Rusia. Y nuestros demócratas pequeñoburgueses, que ya han perdido evidentemente la mayoría entre el pueblo, vacilan también de un modo extraordinario, habiendo renunciado al bloque, es decir, a la coalición con los kadetes.
4) Por eso, en las jornadas del 3 y 4 de julio la insurrección habría sido un error: no habríamos podido mantenernos en el poder ni física ni políticamente. No habríamos podido mantenernos físicamente, pues aunque por momentos teníamos Petrogrado en nuestras manos, nuestros obreros y soldados no estaban dispuestos entonces a batirse y a morir por Petrogrado: les faltaba todavía el “ensañamiento”, el odio hirviente tanto contra los Kerensky como contra los Tsereteli y los Chernov. Nuestros hombres no estaban todavía templados por las persecuciones contra los bolcheviques, en que participaron los eseristas y los mencheviques.
Políticamente, en julio no habríamos podido sostenernos en el poder, pues, antes de la kornilovada, el ejército y las provincias podían marchar, y habrían marchado, sobre Petrogrado.
Hoy el panorama es completamente distinto.
Tenemos con nosotros a la mayoría de la clase que es la vanguardia de la revolución, la vanguardia del pueblo, la clase capaz de arrastrar detrás de sí a las masas.
Tenemos con nosotros a la mayoría del pueblo, pues la dimisión de Chernov es el indicio más claro y palpable, aunque no el único, de que los campesinos no obtendrán la tierra del bloque de los eseristas (ni de los propios eseristas), y éste es el quid del carácter popular de la revolución.
Estamos en la situación ventajosa de un partido que sabe firmemente cuál es su camino en medio de las más inauditas vacilaciones, tanto de todo el imperialismo como de todo el bloque de mencheviques y eseristas.
Nuestro triunfo es seguro, pues el pueblo está ya al borde de la desesperación, y nosotros señalamos al pueblo entero la verdadera salida: le hemos demostrado, en los días de la kornilovada, el valor de nuestra dirección y, después, hemos propuesto una transacción a los bloquistas, transacción que éstos han rechazado sin que por ello hayan terminado sus vacilaciones.
Sería el mayor de los errores creer que la transacción propuesta por nosotros no ha sido rechazada todavía, que la Conferencia Democrática aún puede aceptarla. La transacción era una oferta hecha de partido a partidos. No podía hacerse de otro modo. Los partidos la rechazaron. La Conferencia Democrática es sólo una conferencia, y nada más. No hay que olvidar una cosa: la mayoría del pueblo revolucionario, los campesinos pobres, irritados, no tienen representación en ella. Se trata de una conferencia de la minoría del pueblo; no se debe olvidar esta verdad evidente. Sería el mayor de los errores, el mayor de los cretinismos parlamentarios, que nosotros considerásemos la Conferencia Democrática como un parlamento, pues aun suponiendo que se hubiese proclamado parlamento permanente y soberano de la revolución, igualmente no resolvería nada: la solución está fuera de ella, está en los barrios obreros de Petrogrado y Moscú.
Contamos con todas las premisas objetivas para una insurrección triunfante. Contamos con las excepcionales ventajas de una situación en que sólo nuestro triunfo en la insurrección pondrá fin a unas vacilaciones que agotan al pueblo y que son la cosa más penosa del mundo; en que sólo nuestro triunfo en la insurrección dará inmediatamente la tierra a los campesinos; en que sólo nuestro triunfo en la insurrección hará fracasar todas esas maniobras de paz por separado, dirigidas contra la revolución, y las hará fracasar mediante la oferta franca de una paz más completa, más justa y más próxima, una paz en beneficio de la revolución.
Por último, nuestro partido es el único que, si triunfa la insurrección, puede salvar Petrogrado, pues si nuestra oferta de paz es rechazada y no se nos concede ni siquiera un armisticio, nos convertiremos en “defensistas”, nos pondremos a la cabeza de los partidos de guerra, nos convertiremos en el partido “de guerra” por antonomasia y libraremos una guerra verdaderamente revolucionaria. Despojaremos a los capitalistas de todo el pan y de todas las botas. No les dejaremos más que migajas y los calzaremos con alpargatas. Y enviaremos al frente todo el pan y todo el calzado.
Y, así, salvaremos Petrogrado.
En Rusia, los recursos, tanto materiales como morales, con que contaría una guerra verdaderamente revolucionaria son todavía inmensamente grandes: hay un 99% de probabilidades de que los alemanes nos concederán, por lo menos, un armisticio. Y, en las condiciones actuales, obtener un armisticio equivale ya a triunfar sobre el mundo entero.
* * *
Luego de haber reconocido la absoluta necesidad de la insurrección de los obreros de Petrogrado y Moscú para salvar la revolución y para salvar a Rusia de un reparto “por separado” a manos de los imperialistas de ambas coaliciones, debemos: primero, adaptar nuestra táctica política en la Conferencia Democrática a las condiciones de la insurrección creciente; segundo, demostrar que no aceptamos sólo de palabra la idea de Marx de que es necesario considerar la insurrección como un arte.
Debemos unir inmediatamente a la minoría bolchevique en la Conferencia Democrática, sin preocuparnos del número ni dejarnos llevar del temor de que los vacilantes continúen en el campo de los vacilantes; allí son más útiles a la causa de la revolución que en el campo de los luchadores firmes y decididos.
Debemos redactar una breve declaración de los bolcheviques subrayando con energía la inoportunidad de los largos discursos y la inoportunidad de los “discursos” en general, la necesidad de proceder a una acción inmediata para salvar la revolución, la absoluta necesidad de romper totalmente con la burguesía, de destituir íntegramente al actual gobierno, de romper de una manera absoluta con los imperialistas anglo-franceses, que están preparando el reparto “separado” de Rusia, la necesidad del paso inmediato de todo el poder a manos de la democracia revolucionaria, encabezada por el proletariado revolucionario.
Nuestra declaración deberá formular esta conclusión de la forma más breve y tajante, y de acuerdo con las propuestas programáticas: paz a los pueblos, tierra a los campesinos, confiscación de las ganancias escandalosas, poner fin al escandaloso sabotaje de la producción por los capitalistas.
Cuanto más breve y tajante sea la declaración, mejor. En ella deben señalarse claramente dos puntos de extraordinaria importancia: el pueblo está agotado por tantas vacilaciones, está harto de la indecisión de los eseristas y los mencheviques; y que nosotros rompemos definitivamente con esos partidos porque han traicionado a la revolución.
Una cosa más: la oferta inmediata de una paz sin anexiones, la inmediata ruptura con los imperialistas aliados, con todos los imperialistas. O bien obtendremos enseguida un armisticio, o bien el paso de todo el proletariado revolucionario a la posición de la defensa, y toda la democracia revolucionaria, dirigida por él, dará comienzo a una guerra verdaderamente justa, verdaderamente revolucionaria.
Después de dar lectura a esta declaración y de reclamar resoluciones y no palabras, acciones y no resoluciones escritas, debemos lanzar todo nuestro grupo a las fábricas y a los cuarteles: allí está su lugar, allí está el pulso de la vida, allí está la fuente de salvación de nuestra revolución y allí está el motor de la Conferencia Democrática.
Allí debemos exponer, en discursos fogosos y apasionados, nuestro programa y plantear el problema así: o la aceptación íntegra del programa por la Conferencia, o la insurrección. No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde.
Si planteamos el problema de ese modo y concentramos todo nuestro grupo en las fábricas y los cuarteles, estaremos en condiciones de determinar el momento justo para iniciar la insurrección.
Y para enfocar la insurrección al estilo marxista, es decir, como un arte, debemos, al mismo tiempo, sin perder un minuto, organizar un Estado Mayor de los destacamentos de la insurrección, distribuir las fuerzas, enviar los regimientos de confianza contra los puntos más importantes, cercar el Teatro de Alejandro y ocupar la fortaleza de Pedro y Pablo, arrestar al Estado Mayor y al Gobierno, enviar contra los cadetes militares y contra la División Salvaje aquellas tropas dispuestas a morir antes que dejar que el enemigo se abra paso hacia los centros neurálgicos de la ciudad; debemos movilizar a los obreros armados, haciéndoles un llamamiento para que se lancen a una desesperada lucha final; ocupar inmediatamente Telégrafos y Teléfonos, instalar nuestro Estado Mayor de la insurrección en la central telefónica y conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los regimientos y todos los puntos de la lucha armada, etc.
Todo esto, naturalmente, a título de ilustración, como ejemplo de que en el momento actual no se puede ser fiel al marxismo, a la revolución, sin considerar la insurrección como un arte.