15 de abril de 1919
Los imperialistas de los países de la Entente bloquean Rusia, tratando de aislar a la República soviética para que no contamine el mundo capitalista. Estas gentes, que se jactan de sus instituciones “democráticas”, están tan cegadas por el odio a la República soviética que no advierten cómo hacen el ridículo. Figúrense ustedes: los países más adelantados, más civilizados y “democráticos”, armados hasta los dientes, que tienen bajo dominio militar indiviso a todo el mundo, temen como al fuego el contagio ideológico procedente de un país arruinado, hambriento, atrasado y que, según ellos, ¡es incluso un país semisalvaje!
Esta sola contradicción abre ya los ojos a las masas trabajadoras de todos los países y ayuda a desenmascarar la hipocresía de los imperialistas, como Clemenceau, Lloyd George, Wilson y sus gobiernos.
Pero a nosotros nos ayuda no sólo la ceguera que el odio a los sóviets causa a los capitalistas, sino también las disensiones entre ellos, que les llevan a ponerse zancadillas mutuamente. Han organizado una auténtica conspiración del silencio, temiendo más que nada la difusión de noticias verídicas sobre la República soviética, en general, y de sus documentos oficiales, en particular. Sin embargo, el órgano principal de la burguesía francesa, Le Temps, ha publicado la noticia sobre la fundación, en Moscú, de la III Internacional, de la Internacional Comunista.
Expresamos a este órgano principal de la burguesía francesa, a este portavoz del chovinismo y del imperialismo francés, nuestro más respetuoso agradecimiento. Estamos dispuestos a remitir a Le Temps un mensaje solemne para manifestarle nuestro reconocimiento por la ayuda que nos presta de un modo tan acertado y hábil.
La manera en que dicho periódico ha redactado su información, basándose en nuestro comunicado radiofónico, muestra con claridad meridiana los motivos que han guiado a este órgano del dinero. Quería disparar un dardo contra Wilson, como para mortificarle, cuando decía: “¡Vea qué gentes son ésas con las que usted admite que se entablen negociaciones!”. Los sabihondos que escriben por encargo de la gente adinerada no ven que su empeño de atemorizar a Wilson con los bolcheviques se transforma, a los ojos de las masas trabajadoras, en propaganda pro bolchevique. Otra vez: ¡Nuestro más respetuoso agradecimiento al órgano de los millonarios franceses!
La III Internacional fue fundada bajo una situación mundial en que ni las prohibiciones ni los pequeños y mezquinos subterfugios de los imperialistas de la Entente o de los lacayos del capitalismo, como Scheidemann en Alemania y Renner en Austria, son capaces de impedir que entre la clase obrera del mundo entero se difundan las noticias acerca de esta internacional y las simpatías que despierta. Esta situación ha sido creada por la revolución proletaria, que, de un modo evidente, se está incrementando en todas partes cada día, cada hora. Esta situación ha sido creada por el movimiento soviético entre las masas trabajadoras, el cual ha alcanzado ya una potencia tal, que se ha convertido auténticamente en un movimiento internacional.
La I Internacional (1864-1872) puso los cimientos de la organización internacional de los obreros para la preparación de su ofensiva revolucionaria contra el capital. La II Internacional (1889-1914) fue una organización internacional del movimiento proletario cuyo crecimiento en amplitud se realizó a costa de un descenso temporal del nivel revolucionario, un fortalecimiento temporal del oportunismo, que al final llevó a dicha internacional a una bancarrota ignominiosa. De hecho, la III Internacional fue creada en 1918, cuando el largo proceso de la lucha contra el oportunismo y el socialchovinismo condujo, sobre todo durante la guerra, a la formación de partidos comunistas en una serie de naciones. Formalmente, la III Internacional ha sido fundada en su I congreso, celebrado en marzo de 1919 en Moscú. Y el rasgo más característico de esta internacional, su misión, es cumplir, llevar a la práctica los preceptos del marxismo y realizar los ideales seculares del socialismo y del movimiento obrero. Este rasgo, el más característico de la III Internacional, se ha revelado inmediatamente en que la nueva, la tercera “Asociación Internacional de los Trabajadores” ya ha comenzado a convertirse, en cierto grado, en una unión de repúblicas socialistas soviéticas.
La I Internacional puso los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo. La II Internacional marcó la época de la preparación del terreno para una amplia extensión del movimiento entre las masas en una serie de países. La III Internacional ha recogido los frutos del trabajo de la II Internacional, ha amputado la parte corrompida, oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa, y ha comenzado a implantar la dictadura del proletariado.
La alianza internacional de los partidos que dirigen el movimiento más revolucionario del mundo, el movimiento del proletariado para el derrocamiento del yugo del capital, cuenta ahora con una base más sólida que nunca: varias repúblicas soviéticas que convierten en realidad, a escala internacional, la dictadura del proletariado, la victoria de éste sobre el capitalismo.
La importancia histórica universal de la III Internacional, la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo secular del socialismo y del movimiento obrero, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado.
Esta previsión genial, esta teoría genial se está transformando en realidad.
Las letras latinas están traducidas actualmente a los idiomas de todos los pueblos de la Europa contemporánea; más aún, a todos los idiomas del mundo.
Ha comenzado una nueva época en la historia universal.
La humanidad se sacude la última forma de esclavitud: la esclavitud capitalista, o sea, la esclavitud asalariada.
Al liberarse de la esclavitud, la humanidad adquiere por vez primera la verdadera libertad.
¿Cómo ha podido ocurrir que uno de los países más atrasados de Europa haya sido precisamente el primero en implantar la dictadura del proletariado, en organizar una república soviética? Quizá no nos equivoquemos si afirmamos que precisamente esta contradicción entre el atraso de Rusia y su “salto” a la forma más elevada de democracia, a la democracia soviética o proletaria, por encima de la democracia burguesa; que precisamente esta contradicción ha sido una de las causas (además del peso de las costumbres oportunistas y de los prejuicios filisteos sobre la mayoría de los jefes del socialismo) que hizo particularmente difícil o retardó la comprensión del papel de los sóviets en Occidente.
Las masas obreras del mundo entero percibieron instintivamente el significado de los sóviets como arma de lucha del proletariado y como forma del Estado proletario. Pero los “líderes”, corrompidos por el oportunismo, seguían y siguen rindiendo culto a la democracia burguesa, calificándola de “democracia” en general.
¿Es acaso sorprendente que la implantación de la dictadura del proletariado haya mostrado, ante todo, la “contradicción” entre el atraso de Rusia y su “salto” por encima de la democracia burguesa? Cabría extrañarse si la historia nos brindara la posibilidad de implantar una nueva forma de democracia sin una serie de contradicciones.
Cualquier marxista, incluso cualquier hombre familiarizado con la ciencia moderna en general, al que preguntáramos si es posible el paso uniforme, armónicamente proporcional, de los diversos países capitalistas a la dictadura del proletariado nos respondería, sin duda, negativamente. En el mundo capitalista no hubo ni pudo haber jamás nada uniforme, ni armónico ni proporcional. Cada país ha ido desarrollando, con particular relieve, uno u otro aspecto o rasgo, o todo un grupo de rasgos, inherentes al capitalismo y al movimiento obrero. El proceso de desarrollo ha tenido lugar de forma desigual.
Cuando Francia llevó a cabo su gran revolución burguesa, despertando a todo el continente europeo a una vida histórica nueva, Inglaterra, aunque estaba mucho más desarrollada que Francia en el sentido capitalista, se puso a la cabeza de la coalición contrarrevolucionaria. Pero el movimiento obrero inglés de aquella época anticipó ya, genialmente, muchos de los aspectos del futuro marxismo.
Cuando Inglaterra dio al mundo el primer movimiento proletario y revolucionario, movimiento amplio, verdaderamente de masas y políticamente formado, el cartismo, en el continente europeo se desarrollaban revoluciones burguesas, en su mayoría débiles, mientras que en Francia estalló la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía. La burguesía derrotó a los diversos destacamentos nacionales del proletariado por separado y de manera distinta en los diferentes países.
Inglaterra fue el país en que, según expresión de Engels, la burguesía, junto con la aristocracia aburguesada, había creado la élite más aburguesada del proletariado. Este país capitalista adelantado resultó estar atrasado en varios decenios en el sentido de la lucha revolucionaria del proletariado. En Francia, las fuerzas del proletariado parecían haberse agotado en las dos heroicas insurrecciones de la clase obrera contra la burguesía en 1848 y 1871, insurrecciones que fueron una aportación valiosísima en el sentido histórico universal. Luego, desde los años 70 del siglo XIX, la hegemonía del movimiento obrero en la Internacional pasó a Alemania, cuando este país marchaba económicamente a la zaga de Inglaterra y Francia. Y cuando Alemania sobrepasó económicamente a estos dos países, esto es, en el segundo decenio del siglo XX, a la cabeza del partido obrero marxista de Alemania, que servía de modelo universal, se encontraba un puñado de canallas declarados, desde Scheidemann y Noske hasta David y Legien, gentuza inmunda vendida a los capitalistas, los verdugos más repugnantes al servicio de la monarquía y la burguesía contrarrevolucionaria salidos de la clase obrera.
La historia mundial conduce indefectiblemente a la dictadura del proletariado. Pero no lo hace, ni mucho menos, por caminos lisos, llanos y rectos.
A principios del siglo XX, cuando todavía era marxista, y no el renegado del marxismo en que se ha convertido al luchar por la unidad con los Scheidemann y por la democracia burguesa contra la democracia soviética o proletaria, Karl Kautsky escribió un artículo titulado Los eslavos y la revolución, en el que exponía las condiciones históricas que marcaban la posibilidad del paso de la hegemonía en el movimiento revolucionario mundial a los eslavos.
Y así sucedió en realidad. Temporalmente —se sobrentiende que sólo por un breve período de tiempo—, la hegemonía en la internacional revolucionaria del proletariado pasó a los rusos, tal como pasó, en diversos períodos del siglo XIX, a los ingleses, luego a los franceses y más tarde a los alemanes.
He tenido ocasión de decir reiteradas veces que, en comparación con los países adelantados, a los rusos les ha sido más fácil comenzar la gran revolución proletaria, pero les será más difícil continuarla y llevarla hasta el triunfo definitivo, en el sentido de la organización completa de la sociedad socialista.
Nos fue más fácil comenzar por varios factores: 1) El inusual —para la Europa del siglo XX— atraso político de la monarquía zarista originaba un empuje revolucionario de las masas de una fuerza excepcional. 2) El atraso de Rusia hizo coincidir de un modo peculiar la revolución proletaria contra la burguesía con la revolución campesina contra los terratenientes. De ahí partimos en octubre de 1917, y no hubiéramos vencido con tanta facilidad de no haber partido de ahí. Ya en 1856, Marx, al referirse a Prusia, indicaba la posibilidad de una combinación peculiar de la revolución proletaria con una guerra campesina. Los bolcheviques, desde el comienzo de 1905, abogaban por la idea de la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y de los campesinos. 3) La revolución de 1905 contribuyó muchísimo a la educación política de las masas obreras y campesinas, tanto en el sentido de familiarizar a su vanguardia con la “última palabra” del socialismo en Occidente, como en el sentido de la acción revolucionaria de las masas. Sin este “ensayo general” de 1905, las revoluciones de 1917, tanto la burguesa de febrero como la proletaria de octubre, habrían sido imposibles. 4) Las condiciones geográficas de Rusia le permitieron sostenerse más tiempo que otros países frente a la superioridad militar de los países capitalistas avanzados. 5) La actitud peculiar del proletariado ante los campesinos facilitaba la transición de la revolución burguesa a la revolución socialista, facilitaba la influencia de los proletarios de la ciudad sobre las capas semiproletarias, más pobres de los trabajadores del campo. 6) La larga escuela de lucha huelguística y la experiencia del movimiento obrero de masas europeo facilitaron el surgimiento, en una situación revolucionaria que se exacerbaba profunda y rápidamente, de una forma tan peculiar de organización revolucionaria del proletariado como son los sóviets.
Esta enumeración, claro está, no es completa. Pero, por ahora, podemos limitarnos a ella.
La democracia soviética o proletaria ha nacido en Rusia. En comparación con la Comuna de París, se ha dado el segundo paso de importancia histórica universal. La República soviética proletaria y campesina ha resultado ser la primera república socialista sólida en el mundo. Ya no puede morir como nuevo tipo de Estado. Ya no está sola en el mundo.
Para continuar la obra de la construcción del socialismo, para llevarla a cabo, aún hace falta mucho, muchísimo. Las repúblicas soviéticas de los países más cultos, donde el proletariado goza de mayor peso e influencia, cuentan con todas las probabilidades de sobrepasar a Rusia, si es que emprenden el camino de la dictadura del proletariado.
La II Internacional en bancarrota está agonizando y se pudre en vida. De hecho, desempeña el papel de lacayo de la burguesía internacional. Es una verdadera Internacional amarilla. Sus ideólogos más destacados, como Kautsky, cantan loas a la democracia burguesa, calificándola de “democracia’’ en general o —lo que es más necio y burdo todavía— de “democracia pura”.
La democracia burguesa ha caducado, lo mismo que la II Internacional, aunque cumplió un trabajo históricamente necesario y útil, cuando la tarea era preparar a las masas obreras en los marcos de esta democracia burguesa.
La república burguesa más democrática ha sido siempre y no podía ser otra cosa que una máquina para la opresión de los trabajadores por el capital, un instrumento del poder político del capital, de la dictadura de la burguesía. La república democrática burguesa prometía el poder a la mayoría, lo proclamaba, pero jamás pudo realizarlo, ya que existía la propiedad privada de la tierra y demás medios de producción.
La “libertad” en la república democrática burguesa era, de hecho, la libertad para los ricos. Los proletarios y los jornaleros podían y debían aprovecharla con objeto de preparar sus fuerzas para derrocar al capital, para vencer a la democracia burguesa; pero, de hecho, las masas trabajadoras, por regla general, no podían gozar de la democracia bajo el capitalismo.
Por vez primera en el mundo, la democracia soviética o proletaria ha creado una democracia para las masas, para los trabajadores, para los obreros y los pequeños campesinos.
Jamás ha existido en el mundo un poder estatal ejercido por la mayoría de la población, un poder realmente de esta mayoría, como lo es el poder soviético.
Éste reprime la “libertad” de los explotadores y de sus auxiliares, les priva de la “libertad” de explotar, de la “libertad” de enriquecerse a costa del hambre, de la “libertad” de luchar por la restauración del poder del capital, de la “libertad” de confabularse con la burguesía extranjera contra los obreros y campesinos de su patria.
Que los Kautsky defiendan semejante libertad. Para ello hay que ser un renegado del marxismo, un renegado del socialismo.
La bancarrota de los ideólogos de la II Internacional, como Hilferding y Kautsky, en ninguna otra cosa se ha manifestado con tanta evidencia como en su total incapacidad de comprender la significación de la democracia soviética o proletaria, su relación con la Comuna de París, su lugar en la historia, su necesidad como forma de dictadura del proletariado.
El periódico Die Freiheit, órgano de prensa de la socialdemocracia alemana “independiente” (léase: mezquina, filistea, pequeñoburguesa), publica en su nº 74, del 11 de febrero de 1919, un llamamiento titulado Al proletariado revolucionario de Alemania. Este llamamiento está firmado por la dirección de dicho partido y por toda su minoría de la “Asamblea Nacional”, la “Constituyente” alemana. En él se acusa a los Scheidemann de tener la intención de eliminar los sóviets y propone —¡no se rían!— combinar los sóviets con la Constituyente, conferir a los sóviets ciertos derechos estatales, un determinado lugar en la Constitución. ¡Conciliar, unir la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado! ¡Qué sencillo! ¡Qué idea filistea más genial! Sólo es de lamentar que la hayan experimentado ya bajo Kerensky, en Rusia, los mencheviques y eseristas unidos, esos demócratas pequeñoburgueses que se creen socialistas.
Quien, al leer a Marx, no haya comprendido que en la sociedad capitalista, en cada situación grave, en cada conflicto de clases importante, sólo es posible la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado, no ha comprendido nada ni de la doctrina económica ni de la doctrina política de Marx.
Pero la idea genialmente filistea de Hilferding, Kautsky y Cía. de unir de un modo pacífico la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado exige un análisis especial, siempre que se quiera analizar a fondo los absurdos económicos y políticos acumulados en este notabilísimo y ridiculísimo llamamiento del 11 de febrero. Habrá que aplazarlo, pues, para otro artículo.