30 de julio de 1920
Discurso en el II congreso de la Internacional Comunista
Camaradas: Serrati ha dicho que entre nosotros no se ha inventado todavía el sincerómetro. Es ésta una nueva palabra francesa, que significa instrumento para medir la sinceridad. Y semejante instrumento no se ha inventado aún. Pero no necesitamos de ese instrumento; en cambio, poseemos ya uno para determinar las tendencias. Y el error del camarada Serrati, del que hablaré después radica precisamente en que n no ha empleado este instrumento conocido hace mucho.
Diré sólo unas palabras acerca del camarada Crispien. Lamento mucho que no este presente (Dittman: “¡Está enfermo!”) Es una lástima. Su discurso es uno de los documentos más importantes y expresa con exactitud la línea política del ala derecha del Partido Socialdemócrata Independiente. No hablaré de circunstancias personales ni de casos aislados sino de las ideas claramente expresadas en el discurso del camarada Crispien. Creo que sabré demostrar que todo ese discurso ha sido kautskiano de cabo a rabo y que el camarada Crispien comparte las opiniones kautskianas sobre la dictadura del proletariado. Crispien ha contestado a una réplica: "La dictadura no es una novedad; de ella se habla ya en el Programa de Erfurt. En el Programa de Erfurt no se dice nada de la dictadura del proletariado; y la historia ha demostrado que eso no es casual. Cuando en 1902 y 1903 redactamos el primer programa de nuestro partido tuvimos presente en todo momento el ejemplo del Programa de Erfurt. Por cierto que Plejánov -el mismo Plejánov que dijo entonces justamente: “O Bernstein entierra a la socialdemocracia, o la socialdemocracia lo entierra a él”- subrayó de manera especial precisamente la circunstancia de que si en el Programa de Erfurt no se habla de la dictadura del proletariado, eso es un error desde el punto de vista teórico y una concesión cobarde a los oportunistas desde el punto de vista práctico. Y en nuestro programa, la dictadura del proletariado está incluida desde 1903.
El camarada Crispien dice ahora que la dictadura del proletariado no es una novedad y agrega: "Siempre hemos sido partidarios de la conquista del poder político". Pero eso significa eludir la esencia de la cuestión. Se reconoce la conquista del poder político, mas no la dictadura. Todas las publicaciones socialistas, no sólo las alemanas, sino también las francesas y las inglesas, demuestran que los jefes de los partidos oportunistas -MacDonald, por ejemplo, en Inglaterra- son partidarios de la conquista del poder político. Todos ellos, no es broma, son socialistas sinceros, ¡pero están en contra de la dictadura del proletariado! Por cuanto tenemos un buen partido revolucionario, merecedor del titulo de comunista, hay que hacer propaganda de la dictadura del proletariado, a diferencia de la vieja concepción de la II Internacional. Eso lo ha velado y escamoteado el camarada Crispien, y en eso precisamente consiste el error fundamental propio de todos los adeptos de Kautsky.
“Somos jefes elegidos por las masas”, prosigue el camarada Crispien. Es un punto de vista formal y equivocado, pues en el último Congreso del partido de los “independientes” alemanes hemos visto con mucha claridad la lucha de tendencias. No es preciso buscar un medidor de la sinceridad y bromear sobre este tema, como hace el camarada Serrati, para establecer el simple hecho de que la lucha de tendencias debe existir y existe: una tendencia está personificada por los obreros revolucionarios, que vienen a nosotros por vez primera y que son enemigos de la aristocracia obrera; la otra tendencia la personifica la aristocracia obrera, encabezada por los viejos jefes en todos los países civilizados. El camarada Crispien ha dejado sin aclarar precisamente si él se adhiere a la tendencia de los viejos jefes y de la aristocracia obrera o a la tendencia de la nueva masa obrera revolucionaria, que está en contra de la aristocracia obrera.
¿En qué tono habla de escisión el camarada Crispien? Ha dicho que la escisión es una amarga necesidad y se ha lamentado de ello largamente. Por completo en el espíritu de Kaustky. ¿Con quién han roto? ¿Con Scheidemann? Crispien ha dicho: “Hemos efectuado la escisión”. En primer lugar, ¡la habéis efectuado demasiado tarde! Si se habla de eso, hay que decir también esto. Y, en segundo lugar, los independientes no deben llorar por ello, sino decir: la clase obrera internacional se encuentra todavía bajo el yugo de la aristocracia obrera y de los oportunistas. Así están las cosas tanto en Francia como en Inglaterra. El camarada Crispien razona acerca de la escición no a lo comunista, sino completamente en el espíritu de Kautsky, del cual se dice que no tiene influencia. Crispien ha hablado después de los altos salarios. En Alemania, según él, las circunstancias son tales que los obreros viven bastante bien, en comparación con los obreros rusos y, en general, con los de Europa Oriental. La revolución, según sus palabras, puede realizarse sólo en e; caso de que no empeore "demasiado" la situación de los obreros. Yo pregunto: ¿es admisible hablar en ese tono en el Partido Comunista? Eso es contrarrevolucionario. En nuestro país, en Rusia, el nivel de vida es indiscutiblemente más bajo que en Alemania, y cuando implantamos la dictadura, como resultado de ello, los obreros empezaron a pasar más hambre y su nivel de vida descendió más aún. La victoria de los obreros es imposible sin sacrificios, sin un empeoramiento temporal de su Situación. Debemos decir a los obreros lo contrario de lo que ha manifestado Crispien. Cuando se desea preparar a los obreros para la dictadura y se les habla de un empeoramiento "no demasiado" grande, se olvida lo principal. A saber" que la aristocracia obrera surgió precisamente ayudando a "su" burguesía a conquistar por vía imperialista y a ahogar al mundo entero para asegurarse así mejores salarios. Si los obreros alemanes quieren hacer ahora la revolución, deben hacer sacrificios y no asustarse por ello.
En un sentido histórico-universal general, es cierto que en los países atrasados cualquier coolí chino no está en condiciones de hacer la revolución proletaria; pero en los países más ricos, no muchos, en los que se vive más desahogadamente merced a la expoliación imperialista, decir a los obreros que deben temer un empobrecimiento “demasiado grande” será contrarrevolucionario. Hay que decir lo contrario. La aristocracia obrera, que teme los sacrificios, que teme un empobrecimiento “demasiado grande” durante la lucha revolucionaria, no puede pertenecer al partido. De lo contrario, la dictadura será imposible, sobre todo en los países de Europa Occidental.
¿Qué dice Crispien acerca del terror y la violencia? Ha dicho que son dos cosas distintas. Quizá es posible hacer esa diferenciación en un manual de sociología, pero no puede hacerse en la práctica política, especialmente en las circunstancias de Alemania. Contra quienes proceden como los oficiales alemanes que han asesinado a Liebknecht y Rosa Luxemburgo; contra hombres del tipo de Stinnes y Krupp, que compran la prensa; contra gente así, nos vemos obligados a recurrir al terror y a la violencia. Por supuesto, no es necesario proclamar de antemano que recurriremos sin falta al terror; pero si los oficiales y los de Kapp alemanes siguen siendo como son hoy, si Krupp y Stinnes siguen siendo como son hoy, el empleo del terror será inevitable. No sólo Kautsky, sino Ledebour y Crispien hablan de la violencia y del terror en un espíritu absolutamente contrarrevolucionario. Está claro que un partido que se nutre con semejantes ideas no puede participar en la dictadura.
Viene después el problema agrario. Crispien se ha acalorado singularmente en esta cuestión y se le ha ocurrido acusarnos de espíritu pequeñoburgués; hacer algo para el pequeño campesino a expensas de los grandes latifundistas es, según él, pequeñoburgués. Los grandes propietarios deben ser expropiados, y la tierra, entregada a asociaciones cooperativas. Esta concepción es pedante. Incluso en los países de alto desarrollo, incluida Alemania, hay bastantes latifundios, bastantes propiedades agrarias que no son cultivadas con los métodos del gran capital, sino con métodos semifeudales, y de las cuales se puede recortar algo en provecho de los pequeños campesinos sin quebrantar la hacienda. Se puede conservar la gran producción y, no obstante, dar a los pequeños campesinos algo muy sustancial para ellos. Por desgracia, no se piensa en eso; pero, en la práctica, hay que hacerlo, pues de otro modo se incurriría en un error. Así lo demuestra, por ejemplo, el libro de Varga (ex-Comisario del Pueblo de Economía Nacional de la República Soviética Húngara), quien a que el establecimiento de la dictadura del proletariado no cambió casi nada en la aldea húngara, que los jornaleros no observaron nada y los pequeños campesinos no recibieron nada. En Hungría existen grandes latifundios, en Hungría se explotan haciendas semifeudales en grandes superficies. Siempre se encontrarán y deberán encontrarse partes de grandes posesiones agrarias de las que se pueda dar alguna cosa a los pequeños campesinos -quizá no en propiedad, sino en arriendo- para que al campesino parcelario le toque algo de la propiedad confiscada. De otro modo, el peqúeño campesino no advertirá diferencia entre lo que había antes y la dictadura soviética. Si el poder estatal proletario no aplica esta política, no podrá sostenerse.
Crispien ha dicho: “No podéis negar nuestra convicción revolucionaria”. Pese a eso, yo le respondo: se la niego categóricamente. No en el sentido de que no quisierais actuar revolucionariamente, sino en el sentido de que no sabéis pensar revolucionariamente. Apuesto que se puede elegir una comisión, la que queráis, de hombres instruidos, darles diez libros de Kautsky y el discurso de Crispien y esa comisión dirá: este discurso es kautskiano hasta la médula, está impregnado de las ideas de Kautsky desde el comienzo hasta el fin. Todos los métodos de argumentación de Crispien son completamente kautskianos; pero Crispien aparece aquí y dice: “Kautsky no tiene ya ninguna influencia en nuestro partido”. Es posible que no tenga ninguna influencia entre los obreros revolucionarios que se han adherido más tarde. Pero debe considerarse absolutamente demostrado el hecho de que Kautsky ha ejercido y sigue ejerciendo enorme influencia en Crispien, en todo el modo de pensar, en todas las ideas del camarada Crispien. Así lo demuestra el discurso de este último. Por eso, sin inventar el sincerómetro o medidor de la sinceridad, se puede decir: la tendencia de Crispien no corresponde a la Internacional Comunista. Al decir esto, definimos la orientación de toda la Internacional Comunista.
Los camaradas Wijnkoop y Münzenberg han expresado su desagrado por el hecho de que hayamos invitado al Partido Socialista Independiente y hablemos con sus representantes. Considero que eso es equivocado. Cuando Kautsky nos ataca y escribe libros, polemizamos con él como un enemigo de clase. Pero cuando viene aquí para sostener negociaciones el Partido Socialdemócrata Independiente, que ha crecido gracias a la influencia de obreros revolucionarios, debemos hablar con sus representantes, pues constituyen una parte de los obreros revolucionarios. No podemos llegar de golpe a un acuerdo con los “independientes” alemanes, los franceses y los ingleses acerca de la Internacional. El camarada Wijnkoop demuestra con cada uno de sus discursos que comparte casi todas las equivocaciones del camarada Panneckoek. Wijnkoop ha declarado que no comparte las opiniones de Panneckoek, pero con sus discursos demuestra lo contrario. En eso consiste el error fundamental de este grupo "izquierdista"; pero es, en general, un error del movimiento proletario, que crece. Los discursos de los camaradas Crispien y Dittmann están impregnados hasta la médula de espíritu burgués, con el que no se puede preparar la dictadura del proletariado. Si los camaradas Wijnkoop y Múnzenberg van más lejos aún en el problema del Partido Socialdemócrata Independiente, nos otros no nos solidarizamos con ellos.
No tenemos, claro está, un medidor de la sinceridad, como se ha expresado Serrati, para poner a prueba la buena fe de la gente y estamos completamente de acuerdo con que no se trata de juzgar de los hombres, sino de apreciar la situación. Lamento que Serrati, aunque ha hablado, no haya dicho nada nuevo. Su discurso ha sido del mismo tipo de los que escuchamos ya en la II Internacional.
Serrati no tenía razón al decir: “En Francia, la situación no es revolucionaria, en Alemania es revolucionaria, en Italia es revolucionaria”.
Pero aún en el caso de que la situación fuera contrarrevolucionaria, la II Internacional se equivoca y tiene una gran culpa al no desear organizar la propaganda y la agitación revolucionarias; porque, incluso en una situación no revolucionaria, se puede y se debe hacer propaganda revolucionaria: así lo ha demostrado toda la historia del Partido Bolchevique. La diferencia entre los socialistas y los comunistas consiste precisamente en que los socialistas se niegan a actuar como actuamos nosotros en cualquier situación, a saber: a hacer labor revolucionaria.
Serrati se limita a repetir lo que ha dicho Crispien. No queremos decir que estén obligados a expulsar sin falta a Turati tal o cual día. Esta cuestión ha sido tratada ya por el Comité Ejecutivo y Serrati nos ha dicho “Ninguna expulsión, sino depuración del partido”. Debemos sencillamente decir a los camaradas italianos que es la tendencia de los miembros de L'Ordine Nuevo, y no la mayoría actual de los dirigentes del Partido Socialista y de su grupo parlamentario, la que corresponde a la tendencia de la Internacional Comunista. Afirman que quieren defender al proletariado frente a la reacción. Chernov, los mencheviques y otros muchos en Rusia “defienden” también al proletariado frente a la reacción, lo que, sin embargo, no es todavía un argumento para que los aceptemos en nuestros medios.
Por eso, debemos decir a los camaradas italianos y a todos los partidos que tienen un ala derecha: esta tendencia reformista no tiene nada de común con el comunismo.
Os rogamos, camaradas italianos, que convoquéis un congreso y propongáis en él nuestras tesis y resoluciones. Y estoy seguro de que los obreros italianos desearán seguir en la Internacional Comunista.