Pronunciado el 14 de octubre de 1921.
Se avecina el cuarto aniversario del 25 de octubre (7 de noviembre).
Cuanto más tiempo nos separa de esta gran jornada, tanto más claro aparece el significado de la revolución proletaria en Rusia y tanto más hondo reflexionamos sobre la experiencia práctica, en conjunto, de nuestro trabajo.
Este significado y esta experiencia podrían exponerse brevemente —en forma, claro es, muy distante de ser completa y exacta— como sigue.
La tarea directa e inmediata de la revolución en Rusia era democrática burguesa: acabar con los restos de todo lo medieval, barrerlos hasta el fin, limpiar a Rusia de esa barbarie, de esa vergüenza, de ese inmenso freno para toda la cultura y todo el progreso en nuestro país.
Y nos enorgullecemos con razón de haber llevado a cabo esa limpieza con mucha más energía, rapidez, audacia, éxito, amplitud y profundidad, desde el punto de vista de la influencia sobre las masas del pueblo, sobre el grueso de la nación, que la Gran Revolución Francesa hace más de ciento veinticinco años.
Tanto los anarquistas como los demócratas pequeñoburgueses (es decir, los mencheviques y los eseristas como representantes rusos de ese tipo social internacional) han dicho y dicen una increíble cantidad de cosas confusas sobre la relación existente entre la revolución democrática burguesa y la revolución socialista (es decir, proletaria). Los cuatro años últimos han confirmado plenamente que comprendemos con acierto el marxismo en este punto, que tenemos en cuenta con tino la experiencia de las revoluciones anteriores. Hemos llevado como nadie la revolución democrática burguesa a su término. Seguimos adelante, hacia la revolución socialista, con plena conciencia, con firmeza y sin cejar, sabiendo que no está separada de la revolución democrática burguesa por ninguna muralla china, sabiendo que sólo la lucha decidirá en qué grado conseguiremos (a fin de cuentas) avanzar, qué parte de nuestra tarea de inabarcable magnitud cumpliremos, qué parte de nuestras victorias consolidaremos. Vivir para ver. Mas ya se va viendo que hemos dado pasos gigantescos —gigantescos para un país arruinado, atormentado y atrasado— en la transformación socialista de la sociedad.
Más acabemos de explicar el contenido democrático burgués de nuestra revolución. Los marxistas deben comprender lo que significa. Para que quede claro aduciremos varios ejemplos elocuentes.
El contenido democrático burgués de la revolución quiere decir depurar de todo lo medieval, de los elementos de servidumbre, de feudalismo, las relaciones sociales (el orden de cosas, las instituciones) de un país.
¿Cuáles eran las principales manifestaciones, supervivencias y vestigios del régimen de la servidumbre en Rusia en 1917? La monarquía, la división en estamentos, las formas de propiedad y usufructo de la tierra, la situación de la mujer, la religión, la opresión de las naciones. Tomemos cualquiera de estos “establos de Augías” —que, dicho sea de paso, todos los Estados avanzados han dejado en gran parte sin limpiar del todo al realizar sus revoluciones democráticas burguesas hace ciento veinticinco, doscientos cincuenta y más años (en 1649 en Inglaterra)—, tomemos cualquiera de estos establos de Augías y veremos que los hemos limpiado por completo. En las escasas diez semanas transcurridas desde el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917 hasta la disolución de la Constituyente (5 de enero de 1918), hicimos en este terreno mil veces más que los demócratas burgueses y liberales (democonstituciona-listas) y los demócratas pequeñoburgueses (mencheviques y eseristas) en los ocho meses que estuvieron en el poder.
¡Estos cobardes, charlatanes, fatuos Narcisos y Hamlets de sainete blandían una espada de cartón y ni siquiera destruyeron la monarquía! Nosotros hemos echado fuera como nadie y como nunca toda la basura monárquica. No hemos dejado piedra sobre piedra ni ladrillo sobre ladrillo en el edificio secular de la división estamental (¡los países más adelantados, como Inglaterra, Francia y Alemania, no se han desembarazado todavía de los vestigios de esa división!) Hemos arrancado definitivamente las raíces más hondas de los estamentos, a saber: los restos del feudalismo y de la servidumbre en la propiedad de la tierra. “Puede discutirse” (en el extranjero hay bastantes literatos, demo-constitucionalistas, mencheviques y eseristas para dedicarse a esas discusiones) lo que resultará “al fin y al cabo” de las transformaciones agrarias de la Gran Revolución de Octubre. No somos partidarios de perder ahora el tiempo en esas discusiones, porque las dirimimos todas, y cuántas de ellas se derivan, luchando. Pero lo que no se puede poner en entredicho es que los demócratas pequeñoburgueses estuvieron ocho meses “entendiéndose” con los terratenientes —los cuales guardaban las tradiciones de la servidumbre—, mientras que nosotros, en unas cuantas semanas, hemos barrido por completo de la faz de la tierra rusa a esos terratenientes y todas sus tradiciones.
Tomemos la religión, o la falta de derechos de la mujer, o la opresión y la desigualdad de derechos de las naciones no rusas. Todos ésos son problemas de la revolución democrática burguesa. Los entes vulgares de la democracia pequeñoburguesa se pasaron ocho meses hablando de ello; ninguno de los países más avanzados del mundo ha resuelto hasta el fin estos problemas en sentido democrático burgués. En nuestro país, la legislación de la Revolución de Octubre los ha resuelto hasta el fin. Hemos luchado y luchamos de verdad contra la religión. Hemos dado a todas las naciones no rusas sus propias repúblicas o regiones autónomas. En Rusia no existe nada tan vil, infame y canallesco como la falta de derechos o la desigualdad jurídica de la mujer, supervivencia indignante de la servidumbre y de la Edad Media, que la burguesía egoísta y la pequeña burguesía obtusa y asustada retocan en todos los países del globo, sin excepción alguna.
Todo eso es el contenido de la revolución democrática burguesa. Hace ciento cincuenta y doscientos cincuenta años, los dirigentes más avanzados de esta revolución (de estas revoluciones, si hablamos de cada variedad nacional de un solo tipo común) prometieron a los pueblos liberar a la humanidad de los privilegios medievales, de la desigualdad de la mujer, de las ventajas concedidas por el Estado a una u otra religión (o a la “idea de religión”, a la “religiosidad” en general), de la desigualdad de las naciones. Lo prometieron y no lo cumplieron. Y no podían cumplirlo, porque lo impedía el “respeto” a la “sacrosanta propiedad privada”. En nuestra revolución proletaria no ha habido este maldito “respeto” a esa, tres veces maldita, Edad Media y a esa “sacrosanta propiedad privada”.
Mas, a fin de consolidar para los pueblos de Rusia las conquistas de la revolución democrática burguesa, nosotros debíamos ir más lejos y así lo hicimos. Resolvimos los problemas de la revolución democrática burguesa sobre la marcha, de paso, como “producto accesorio” de nuestra labor principal y verdadera, de nuestra labor revolucionaria proletaria, socialista. Hemos dicho siempre que las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de las clases. Las transformaciones democráticas burguesas -lo hemos dicho y lo hemos demostrado con hechos- son un producto accesorio de la revolución proletaria, es decir, socialista. Digamos de paso que todos los Kautsky, los Hilferding, los Mártov, los Chernov, los Hillquit, los Longuet, los MacDonald, los Turati y demás héroes del marxismo “II y medio” no han sabido comprender esta correlación entre la revolución democrática burguesa y la revolución proletaria socialista. La primera se transforma en la segunda. La segunda resuelve de paso los problemas de la primera. La segunda consolida la obra de la primera. La lucha, y solamente la lucha, determina hasta qué punto la segunda logra rebasar a la primera.
El régimen soviético es precisamente una de las confirmaciones o manifestaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. El régimen soviético es el máximo de democracia para los obreros y los campesinos y, a la vez, significa la ruptura con la democracia burguesa y el surgimiento de un nuevo tipo de democracia, de alcance histórico universal: la democracia proletaria o dictadura del proletariado.
No importa que los perros y los cerdos de la moribunda burguesía y la democracia pequeñoburguesa que los sigue nos cubran de improperios, maldiciones y burlas a montones por los desaciertos y los errores que hemos cometido al construir nuestro régimen soviético. No olvidamos un momento que, en efecto, hemos tenido y tenemos aún muchos desaciertos y errores. ¡Y cómo no íbamos a tenerlos en una obra tan nueva, nueva en toda la historia mundial, como es la de crear un tipo de régimen estatal sin precedente! Lucharemos sin cesar para corregir nuestros desaciertos y nuestros errores, para mejorar la forma en que aplicamos los principios soviéticos, que dista aún mucho, muchísimo, de ser perfecta. Pero podemos estar y estamos orgullosos de que nos haya caído en suerte la felicidad de iniciar la construcción del Estado soviético, de iniciar así una nueva época de la historia universal, la época de la dominación de una clase nueva, oprimida en todos los países capitalistas, de la clase que avanza por doquier hacia una vida nueva, hacia la victoria sobre la burguesía, hacia la dictadura del proletariado, hacia la liberación de la humanidad del yugo del capital y de las guerras imperialistas.
La cuestión de las guerras imperialistas, de la política internacional del capital financiero, política que domina hoy en todo el mundo y que engendra inevitablemente nuevas guerras imperialistas, que acentúa ineludiblemente y de modo inaudito la opresión nacional, el pillaje, la expoliación, el estrangulamiento de pequeñas naciones, débiles y atrasadas, por un puñado de potencias “avanzadas”, es una cuestión que se ha convertido desde 1914 en piedra angular de la política de todos los países. Es una cuestión de vida o muerte para decenas de millones de seres. Se trata de saber si en la próxima guerra imperialista, que la burguesía está preparando a nuestra vista, que va surgiendo del capitalismo ante nosotros, morirán veinte millones de seres humanos (en lugar de los diez millones que perecieron en la guerra de 1914-1918 y en las “pequeñas” guerras, aún no terminadas, que vinieron a completarla); se trata de saber si en esa futura guerra inevitable (caso de que subsista el capitalismo) quedarán mutilados 60 millones (en lugar de los 30 millones de mutilados de 1914-1918). Nuestra Revolución de Octubre ha iniciado también en este punto una nueva época en la historia universal. Los lacayos de la burguesía y su coro de eseristas y mencheviques, toda la democracia pequeñoburguesa del mundo entero, que se dice “socialista”, se burlaban de la consigna de “transformación de la guerra imperialista en guerra civil”. Pero esta consigna ha resultado ser la única verdad: desagradable, brutal, desnuda e implacable, desde luego, más verdad entre el sinfín de los más sutiles engaños patrioteros y pacifistas. Estos engaños se vienen abajo. Se ha puesto al desnudo el fondo de la paz de Brest. Cada nuevo día muestra con mayor claridad y de modo más despiadado la significación y las consecuencias de una paz todavía peor que la de Brest: la de Versalles. Y ante los millones y millones de seres que piensan en las causas de la guerra de ayer y de la que se avecina para mañana se alza con mayor claridad y precisión, de manera más ineludible cada vez, la terrible verdad de que es imposible salir de la guerra imperialista, del mundo y de la paz imperialistas que la engendran inevitablemente, de que es imposible salir de ese infierno de otra manera que no sea la lucha bolchevique, la revolución bolchevique.
No importa que la burguesía y los pacifistas, los generales y los pequeños burgueses, los capitalistas y los filisteos, todos los cristianos creyentes y todos los caballeros de la II Internacional y de la Internacional II y media lancen rabiosas imprecaciones contra esta revolución. Con torrentes de rabia, de calumnias y de mentiras no podrán enturbiar el hecho histórico universal de que, por primera vez después de siglos y milenios, los esclavos han respondido a la guerra entre esclavistas proclamando abiertamente esta consigna: transformemos esa guerra entre esclavistas por el reparto del botín en una guerra de los esclavos de todas las naciones contra los esclavistas de todas las naciones.
Por primera vez después de siglos y milenios, esta consigna ha dejado de ser una espera vaga e impotente para convertirse en un programa político claro y preciso, en una lucha enérgica de millones de oprimidos dirigida por el proletariado; se ha convertido en la primera victoria del proletariado, en el primer triunfo en la obra de acabar con las guerras, en un triunfo de la alianza de los obreros de todos los países sobre la alianza de la burguesía de las distintas naciones, de la burguesía que hace unas veces la paz y otras la guerra a costa de los esclavos del capital, a costa de los obreros asalariados, a costa de los campesinos, a costa de los trabajadores.
Esta primera victoria no es aún la victoria definitiva, y nuestra Revolución de Octubre la ha conseguido con dolores y dificultades sin precedentes, con inauditos sufrimientos, con una serie de graves desaciertos y errores nuestros. ¡Hubiera sido demasiado desear que un pueblo atrasado triunfase sin desaciertos y sin errores sobre las guerras imperialistas de los países más poderosos y avanzados del globo! No tememos reconocer nuestros errores y los examinaremos serenamente para aprender a corregirlos. Pero los hechos son elocuentes: por primera vez en siglos y milenios, la promesa de “responder” a la guerra entre esclavistas con la revolución de los esclavos contra todo género de esclavistas se ha cumplido hasta el fin... y se cumple contra viento y marea.
Nosotros hemos empezado la obra. Poco importa saber cuándo, en qué plazo y en qué nación culminarán los proletarios esta obra. Lo esencial es que se ha roto el hielo, que se ha abierto el camino, que se ha indicado la dirección.
¡Continuad vuestra hipocresía, señores capitalistas de todos los países que “defendéis la patria” japonesa contra la norteamericana, la norteamericana contra la japonesa, la francesa contra la inglesa y así sucesivamente! ¡Continuad “desentendiéndoos” de los medios de lucha contra las guerras imperialistas con nuevos “manifiestos de Basilea” (como el Manifiesto de Basilea de 1912), señores paladines de la II Internacional y de la Internacional II y media y filisteos y pequeños burgueses pacifistas del mundo entero! La primera revolución bolchevique ha arrancado de la guerra imperialista, del mundo y de la paz imperialistas, al primer centenar de millones de hombres de la Tierra. Las siguientes arrancarán de esas guerras, de ese mundo y de esa paz a toda la humanidad.
Lo último —lo más importante, lo más difícil y lo que menos tenemos hecho— es organizar la economía, colocar los cimientos económicos del edificio nuevo, socialista, que ha de ocupar el lugar del destruido edificio feudal y del semidestruido edificio capitalista. En esta labor, la más importante y difícil, es donde hemos tenido más desaciertos y errores. ¡Qué más hubiéramos querido que comenzar sin desaciertos ni errores una obra tan nueva para todo el mundo! Pero la hemos empezado. Y la continuamos. Y precisamente ahora, con nuestra “nueva política económica”, subsanamos buen número de nuestros errores y aprendemos a proseguir sin ellos la construcción del edificio socialista en un país de pequeños campesinos.
Las dificultades son inabarcables. Estamos acostumbrados a luchar contra dificultades inabarcables. Por algo han dicho nuestros enemigos que somos “como la roca” y que representamos una “política quebrantahuesos”. Pero hemos aprendido también, al menos hasta cierto punto, otro arte imprescindible en la revolución: la flexibilidad, el saber cambiar de táctica con rapidez y decisión, partiendo de los cambios operados en las condiciones objetivas y eligiendo otro camino para nuestros fines si el que seguíamos antes no resulta conveniente o practicable en un período determinado.
Llevados de una ola de entusiasmo, después de despertar en el pueblo un entusiasmo al principio político general y luego militar, contábamos con cumplir directamente, sirviéndonos de ese entusiasmo, tareas económicas de la misma magnitud que las tareas políticas generales y las tareas militares. Contábamos —o quizá sea mejor decir, suponíamos, sin haber contado lo suficiente— que con órdenes directas del Estado proletario podríamos organizar al modo comunista, en un país de pequeños campesinos, la producción y la distribución estatales. La vida nos ha hecho ver nuestro error. Han sido necesarias diversas etapas transitorias —el capitalismo de Estado y el socialismo—para preparar el paso al comunismo con el trabajo de una larga serie de años. Esforzaos por construir al comienzo sólidos puentes que, en un país de pequeños campesinos, lleven al socialismo a través del capitalismo de Estado, no basándoos directamente en el entusiasmo, sino en el interés personal, en la ventaja personal, en la autogestión financiera, valiéndoos del entusiasmo despertado por la gran revolución. De otro modo no os acercaréis al comunismo, no llevaréis a él a decenas y decenas de millones de personas. Eso es lo que nos ha enseñado la vida, lo que nos ha enseñado el desarrollo objetivo de la revolución.
Y nosotros, que en tres o cuatro años hemos aprendido algo en el terreno de los virajes bruscos (cuando hace falta un viraje brusco), nos hemos puesto a estudiar un nuevo viraje, la “nueva política económica”, con empeño, atención e insistencia (aunque no todavía con suficiente empeño, suficiente atención ni suficiente insistencia). El Estado proletario tiene que ser un “patrono” prudente, celoso y hábil, un buen comerciante al por mayor; de lo contrario, no podrá elevar en el aspecto económico a un país de pequeños campesinos. Ahora, en las condiciones actuales, con la vecindad de un Occidente capitalista (todavía capitalista), no hay otro modo de pasar al comunismo. El comerciante al por mayor parece un tipo económico tan apartado del comunismo como el cielo de la tierra. Pero esta contradicción es, precisamente, una de las que en la vida real conducen de la pequeña hacienda campesina al socialismo, a través del capitalismo de Estado. El interés personal eleva la producción, y nosotros necesitamos, ante todo y a toda costa, que aumente la producción. El comercio al por mayor agrupa desde el punto de vista económico a millones de pequeños campesinos, interesándolos, ligándolos, conduciéndolos a la etapa siguiente: a diversas formas de relación y unión en la producción misma. Hemos iniciado la necesaria transformación de nuestra política económica. En este terreno contamos ya con algunos éxitos, es cierto que poco considerables, parciales, pero indudables. Estamos terminando, en este terreno de la nueva “ciencia”, el curso preparatorio. Si estudiamos con firmeza y ahínco, si contrastamos con la experiencia práctica cada uno de nuestros pasos, si no tememos rehacer varias veces lo empezado ni corregir nuestros errores, reflexionando detenidamente sobre lo que éstos significan, pasaremos también a los cursos siguientes. Terminaremos la “carrera”, aunque las circunstancias de la economía y de la política mundiales la hayan hecho mucho más larga y difícil de lo que hubiéramos deseado. Cueste lo que cueste, por duros que sean los tormentos de la época de transición, las calamidades, el hambre, la ruina, no nos desalentaremos y llevaremos nuestra obra hasta el fin victorioso.