Los escritores burgueses han emborronado y continúan emborronando montañas de papel, elogiando la competencia, la iniciativa privada y demás encantos y admirables virtudes de los capitalistas y del régimen capitalista. Se acusaba a los socialistas de no querer comprender la significación de esas virtudes, ni tener en cuenta la «naturaleza humana». Pero, en realidad. el capitalismo ha sustituido hace ya mucho tiempo la pequeña producción independiente de mercancías, en que la competencia podía, en proporciones más o menos amplias, desarrollar el espíritu emprendedor, la energía, la iniciativa audaz, por la producción industrial en grande y en grandísima escala, por las sociedades anónimas, por los consorcios y demás monopolios. La competencia significa, en este tipo de capitalismo, el aplastamiento inauditamente feroz del espíritu emprendedor, de la energía, de la iniciativa audaz de la masa de la población, de su inmensa mayoría, del 99% de los trabajadores; significa también la sustitución de la emulación por la pillería financiera, el nepotismo, el servilismo en los peldaños mas elevados de la escala social.
Lejos de apagar la emulación, el socialismo, por el contrario, crea por vez primera, la posibilidad de aplicarla en escala verdaderamente amplia, verdaderamente masiva , crea la posibilidad de hacer realmente que la mayoría de los trabajadores entren en la liza de una actividad que les permita manifestarse en todo su valor, desarrollar sus capacidades, revelar los talentos que en el pueblo forman un manantial inagotable y que el capitalismo pisoteaba, oprimía y ahogaba por miles y millones.
Nuestra tarea, hoy con un Gobierno socialista en el poder, es organizar la emulación.
Los lacayos y los paniaguados de la burguesía han presentado el socialismo bajo el aspecto de un típico cuartel gris, uniforme, monótono y penetrado de espíritu oficinesco. Los criados de la caja de caudales, los lacayos de los explotadores –los señores intelectuales burgueses- han hecho del socialismo un «espantajo» para el pueblo, que se ve condenado precisamente bajo el capitalismo a una vida presidio y cuartel, de trabajo monótono y agotador, a una vida semi hambrienta y de triste miseria. La confiscación de las propiedades de los terratenientes, la implantación del control obrero, la nacionalización de la banca constituyen el primer paso hacia la emancipación de los trabajadores encerrados en ese presidio. La nacionalización de las fábricas, la organización obligatoria de toda la población en sociedades de consumo, que también serán sociedades de venta de productos, el monopolio del Estado sobre el comercio del trigo y de otros artículos necesarios serán las medidas que han de seguir.
Solo ahora adquieren la posibilidad de manifestarse, amplia y realmente de un modo general, el espíritu emprendedor, la emulación y la iniciativa audaz. Cada una de las fábricas, cuyo dueño haya sido lanzado a la calle o, cuando menos, metido en cintura por un verdadero control obrero; cada una de las aldeas donde se ha expulsado al terrateniente explotador, cuyas tierras han sido confiscadas, es ahora, y solo ahora, campo de acción donde el hombre del trabajo puede manifestarse en todo su valor, enderezar un poco el espinazo, erguirse, sentirse hombre. Por primera vez, después de siglos trabajando para los demás, bajo el yugo, para los explotadores, se tiene la posibilidad de trabajar para sí mismo y de trabajar beneficiándose de todas las conquistas de la cultura y de la técnica más moderna.
Esta sustitución del trabajo esclavizado por el trabajo si propio –el cambio más grande que conoce la historia de la humanidad– no puede realizarse, naturalmente, sin razonamientos, sin dificultades, sin conflictos, sin el empleo de la violencia contra los parásitos inveterados y sus lacayos. En cuanto a esto, no se hace ilusiones ningún obrero; templados en largos años de trabajos forzados para los explotadores, de infinitas vejaciones y ultrajes por parte de los explotadores , templados por la negra miseria, los obreros y los campesinos pobres saben que se necesita tiempo para romper la resistencia de los explotadores. Los obreros y los campesinos no se hacen en modo alguno las ilusiones sentimentales de los señores intelectualillos, de todo ese fango de los de Novaya Zhizn y demás, que han enronquecido «clamando» contra los capitalistas, que han «gesticulado» y «tronado» contra ellos, para luego echarse a llorar y portarse como perros apaleados, cuando llega la hora de la acción de pasar de las amenazas a los actos, de realizar prácticamente el derrocamiento de los capitalistas.
La gran sustitución del trabajo esclavizado para sí propio, organizando en un plan de conjunto, en una escala inmensa, en escala nacional (y, en cierta medida, en escala internacional, mundial), exige también –además de las medidas «militares» de represión contra la resistencia de los explotadores– inmensos esfuerzos de organización y una enorme iniciativa organizadora por parte del proletariado y de los campesinos pobres. La tarea organizadora forma un todo indisoluble con la de la implacable represión militar contra los esclavistas (capitalistas) de ayer y su lacayuna jauría, esos señores intelectuales burgueses. Nosotros siempre hemos sido los organizadores y los jefes, nosotros siempre hemos mandado –dicen y piensan los esclavistas de ayer y sus agentes de entre los intelectuales–; queremos continuar siendo lo que éramos, no vamos ahora a ponernos a obedecer a la «plebe», a los obreros y campesinos: no nos someteremos a ellos; haremos de nuestros conocimientos armas para defender los privilegios del saco de oro y el dominio del capital sobre el pueblo.
Así hablan, piensan y actúan los burgueses y los intelectuales burgueses. Desde el punto de vista de su interés egoísta, se comprende su actitud: los gorrones y paniaguados de los terratenientes feudales, los popes, los chupatintas, los funcionarios descritos por Gógol, los «intelectuales» que odiaban a Belinski se separaron también con gran «dificultad» del régimen de servidumbre. Pero la causa de los explotadores y de sus lacayos intelectuales es una causa desesperada. La resistencia de estos elementos va siendo quebrantada por los obreros y los campesinos –desgraciadamente, con una firmeza, con una resolución y una inexorabilidad aún insuficientes–, y acabara por ser definitivamente quebrantada.
«Ellos» piensan que la «plebe», los «simples» obreros y campesinos pobres, serán incapaces de cumplir a gran tarea de organización que la revolución socialista ha impuesto a los trabajadores, tarea verdaderamente heroica en el sentido histórico-mundial de la palabra. «No podrán prescindir de nosotros», dicen, para consolarse, los intelectuales habituados a servir a los capitalistas y al Estado capitalista. Pero verán frustrados sus desvergonzados cálculos. Ya empiezan a salir hombres instruidos que se pasan al lado del pueblo, al lado de los trabajadores, para ayudarles a romper la resistencia de los lacayos del capital. En cuanto a los organizadores de talento, que abundan en la clase obrera y entre los campesinos, comienzan ahora a tener conciencia de su valor, a despertar y a sentirse atraídos por el gran trabajo vivo y creador, a emprender por sí mismo la construcción de la sociedad socialista.
Una de las más importantes tareas, si no la más importante, de la hora presente consiste en desarrollar todo lo posible esa libre iniciativa de los obreros y de todos los trabajadores y explotados en general en su obra creadora de organización. Hay que deshacer a toda costa el viejo prejuicio absurdo, salvaje, infame y odioso, según el cual solo las llamadas «clases superiores», solo los ricos o los que han pasado por la escuela de los ricos, pueden administrar el Estado, dirigir, en el terreno de la organización, la construcción de la sociedad socialista.
Ese es un prejuicio mantenido por una rutina podrida y fosilizada, por un hábito servil y, en mayor medida por la inmunda avidez de los capitalistas, interesados en administrar saqueando y saquear administrando. No; los obreros no olvidaran ni un minuto siquiera que necesitan la fuerza del saber. El celo extraordinario que los obreros ponen en instruirse, hoy precisamente, atestigua que en este sentido no hay ni pude haber error en el seno del proletariado. Pero el obrero y el campesino de filas, que saben leer y escribir, que conocen a los hombres y tienen una experiencia práctica, también son capaces e efectuar el trabajo de organización. Estos hombres forman legión en la «plebe», de la que hablan con desdén y altanería los intelectuales burgueses. La clase obrera y los campesinos poseen un manantial inagotable y aun intacto de esos talentos.
Los obreros y los campesinos son todavía «tímidos», no están aún acostumbrados a la idea de que ahora son ellos los que constituyen la clase dominante, les falta resolución. La revolución no podía inculcar de repente estas cualidades a millones y millones de hombres obligados por el hambre y la miseria a trabajar bajo el látigo durante toda su vida. Pero la fuerza, la vitalidad, la invencibilidad de la Revolución de Octubre de 1917 consiste precisamente en que despierta esas cualidades, derrumba todos los viejos obstáculos, rompe las trabas vetustas, lleva a los trabajadores al camino de la creación por ellos mismo, de la nueva vida.
La contabilidad y el control constituyen la principal misión económica de todo Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos, de toda la sociedad de consumo, de todo sindicato o comité de abastecimiento, de todo comité de fábrica, de todo órgano de control obrero, en general.
Es necesario luchar contra la vieja costumbre de considerar la medida del trabajo y los medios de producción desde el punto de vista del hombre esclavizado que se pregunta cómo podrá libertarse de un peso suplementario, como podrá quitar algo a la burguesía. Los obreros avanzados y conscientes han comenzado ya esta lucha y responden vigorosamente a los elementos advenedizos, que han acudido a las fábricas en número particularmente, grande durante la guerra, y que querrían tratar la fábrica, que pertenece al pueblo, que ya es propiedad del pueblo, como antes, únicamente con el criterio de «sacar el mayor provecho y marcharse». Cuánto hay de consiente, honrado y reflexivo entre los campesinos y en las masas trabajadoras se alzara en esa lucha al lado de los obreros avanzados.
La contabilidad y el control –una contabilidad y un control de la cantidad de trabajo y distribución de productos–, si se realizan en todas partes y con carácter general, universal, por los Sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos, como supremo poder del Estado, o se establecen de acuerdo con las indicaciones y por mandato de ese poder, constituyen la esencia de la transformación socialista, desde el momento que se ha conseguido y asegurado el dominio político del proletariado.
La contabilidad y el control necesarios a la transición al socialismo solo pueden ser obra de las masas. La colaboración voluntaria y concienzuda de las masas obreras y campesinas, prestada con entusiasmo revolucionario en la contabilidad y el control sobre los ricos, los vividores, los parásitos y los hampones, es lo único que puede vencer esas supervivencias de la maldita sociedad capitalista, esos detritus humanos, esos miembros irremisiblemente descompuestos y podridos de la sociedad, ese contagio esa peste, esa llaga que el capitalismo ha dejado en herencia al socialismo.
¡Obreros y campesinos, trabajadores y explotados! ¡La tierra, los bancos y las fábricas son propiedad de todo el pueblo! Empezad a llevar vosotros mismos la contabilidad y el control de la producción y distribución de los productos; ¡ese es el único camino hacia la victoria del socialismo, la garantía de su victoria, la garantía de la victoria sobre toda explotación, sobre toda miseria y necesidad! Porque en Rusia bastara trigo, hierro, madera, lana, algodón y lino suficientes para todos, con tal de que se distribuyan bien el trabajo y los productos, con tal de que se establezca un control de todo el pueblo, un control eficaz y practico de esta distribución; con tal de que se venza, no solo en la política, sino también en la vida económica de todos los días, a los enemigos del pueblo: a los ricos y a sus paniaguados y luego a los pillos, parásitos y maleantes.
¡No haya piedad para esos enemigos del pueblo, para los enemigos del socialismo, para los enemigos de los trabajadores! ¡Guerra a muerte a los ricos y a sus paniaguados, a los intelectuales burgueses; guerra a los pillos, a los parásitos a los maleantes! Unos y otros, los primeros y los últimos, son hermanos carnales, son engendros del capitalismo, niños mimados de la sociedad señorial y burguesa, de esa sociedad en la que un puñado de hombres expoliaba al pueblo y se mofaba de él; de esa sociedad en la cual la miseria y la necesidad empujaban a millares y millares de seres por la senda de la delincuencia, de la corrupción, de la pillería, del olvido de la dignidad humana; de esa sociedad que inculcaba inevitablemente a los trabajadores este deseo; evadirse de la explotación, aunque fuese con engaños, librarse, deshacerse, aunque no fuese más que por un momento, de un trabajo odioso, procurarse el pedazo de pan de cualquier modo, a cualquier precio, para no pasar hambre, ni ver hambrientos a sus familiares.
Los ricos y los pillos formas las dos caras de una misma medalla; son las dos categorías principales de parásitos nutridos por el capitalismo, los principales enemigos del socialismo. Esos enemigos deber ser sometidos a la particular vigilancia de toda la población, deben ser castigados implacablemente en cuanto cometan la menor infracción de las reglas y las leyes de la sociedad socialista. Toda debilidad, toda vacilación, todo sentimentalismo constituirían, en este aspecto, el mayor crimen contra el socialismo.
Para que la sociedad socialista quede inmunizada contra esos parásitos. Hay que organizar la contabilidad y el control de la cantidad de trabajo, de la producción y distribución de los productos, contabilidad y control ejercidos por todo el pueblo y asegurados voluntaria y enérgicamente, con entusiasmo revolucionario, por millones y millones de obreros y campesinos. Y para organizar esa contabilidad y ese control, completamente accesibles, enteramente al alcance de las fuerzas de todo obrero y de todo campesino honrado, activo y de buen sentido, hay que despertar sus propios talentos de organizadores, los talentos que nacen en sus medios; hay que despertar en ellos y organizar en escala nacional la emulación en el terreno de la organización; hay que hacer que los obreros y campesinos comprendan claramente la diferencia entre el consejo necesario del hombre instruido y el control necesario del «sencillo» obrero y campesino sobre la frecuentísima incuria de las personas «instruidas».
Esta incuria, esa negligencia, ese abandono, esa falta de puntualidad, ese apresuramiento nervioso, esa tendencia a sustituir la acción por la discusión, el trabajo por las conversaciones, esa inclinación a abordarlo todo y a no resolver nada, constituyen uno de los rasgos de las «personas instruidas», que nace, no de su mala condición y menos aún de sus malas intenciones, sino de todos los hábitos de su vida, de las condiciones de su trabajo, como resultado de su fatiga, del divorcio anormal que existe entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, etc., etc.
Entre los errores, las definiciones y los pasos en falso de nuestra revolución, representan un importante papel los errores, etc., nacidos de estas tristes particularidades –inevitables en este momento– de los intelectuales de nuestros medios y de la falta de un control suficiente de los obreros sobre el trabajo de organización de los intelectuales.
Los obreros y los campesinos son todavía «tímidos»; pero deben deshacerse de su timidez y se desharán de ella sin duda alguna. No es posible prescindir de los consejos, de las directivas de las personas instruidas, de los intelectuales, de los especialistas. Todo obrero, todo campesino que tenga un poco de sentido lo comprende perfectamente, y los intelectuales de nuestros medios no pueden quejarse de falta de atención y de estimación fraternal por parte de los obreros y de los campesino. Pero el consejo y la directiva son una cosa, y otra, la organización práctica de la contabilidad y del control. Los intelectuales dan con frecuencia admirables consejos y directrices, pero se revelan, en un grado ridículo, absurdo y bochornoso, «inútiles», incapaces de aplicar esos consejos y directrices, incapaces de ejercer un control practico, para que la palabra se transforme en acción.
Y en esto es donde no hay ninguna posibilidad de prescindir de la ayuda y del papel dirigente de los organizadores prácticos salidos del «pueblo», obreros y campesinos trabajadores. «No son dioses los que cuecen los pucheros». Esta es una verdad que los obreros y los campesinos han de tener muy presente. Deben comprender que hoy todo radica en la práctica, que ha llegado precisamente el momento histórico en que la teoría se trasforma en práctica, se vivifica por la práctica, se corrige por la práctica, se comprueba por la práctica, y en que son particularmente exactas las palabras de Marx de que «cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas»; toda acción que tiende prácticamente a parar los pies de un modo efectivo a los ricos y a los pillos, a limitar sus posibilidades, a someterlos a una contabilidad y a un control rigurosos, vale mucho más que una docena de admirables disertaciones sobre el socialismo, porque «la teoría es gris amigo mío, pero el árbol de la vida es eternamente verde».
Hay que organizar la emulación entre los organizadores prácticos obreros y campesinos. Hay que combatir toda tendencia a crear formas estereotipadas y a establecer la uniformidad desde arriba, a lo que son tan aficionados los intelectuales. Las formas estereotipadas y la uniformidad establecida desde arriba no tienen nada que ver con el centralismo democrático y socialista. La unidad en los problemas fundamentales, cardinales, esenciales, lejos de verse perjudicada, está asegurada por la variedad en los detalles, en las particularidades locales, en las formas de abordar la práctica, en los modos de aplicación del control, en los métodos de exterminar a los parásitos (los ricos y los pillos, lo haraganes y los intelectuales histéricos, etc…) y de hacerlos inofensivos.
La Comuna de París nos ha ofrecido un magnífico ejemplo de iniciativa, de independencia, de libertad de movimiento, de despliegue de energías desde abajo, todo ello combinado con un centralismo voluntario alejado de las formas estereotipadas. Nuestros Sóviets siguen el mismo camino, pero son «tímidos» todavía no se han «lanzado a fondo» a su nuevo y gigantesco trabajo creador de un orden socialista. Es necesario que los Sóviets pongan manos a la obra con más audacia e iniciativa. Es preciso que cada «comuna» –cada fábrica, cada aldea, cada sociedad de consumo, cada comité de abastecimiento– se lance a la emulación con los otros, en calidad de organizadores prácticos de la contabilidad y del control del trabajo y de la distribución de los productos. El programa de esa contabilidad y de ese control es sencillo, claro e inteligible para todos: que todo el mundo tenga pan, que todo el mundo use buen calzado y buenas ropas, tenga una vivienda abrigada, trabaje concienzudamente y que ni un solo pillo (incluyendo a cuantos huyen del trabajo) se pasee en libertar, en lugar de estar en la cárcel u obligado a los trabajos forzados más duros; que ningún rico, contravenga las reglas y las leyes del socialismo, pueda escapar a la suerte de los pillos, suerte que en justicia debe ser la suya. «El que no trabaja, no come»: este es el mandamiento práctico del socialismo. Esto es lo que hay que organizar prácticamente. Estos son los éxitos prácticos que deben llenar de orgullo a nuestras «comunas» y a nuestros organizadores obreros, campesinos y –con mayor motivo– intelectuales (con mayor motivo porque estos últimos están muy acostumbrados, demasiado acostumbrados a enorgullecerse de sus indicaciones y resoluciones de carácter general).
Deben elaborarse y comprobarse prácticamente por las comunas mismas, por las pequeñas células, en el campo y en las ciudades, millares de formas y métodos prácticos de contabilidad y de control sobre los ricos, los pillos y los parásitos. La variedad es aquí una garantía de vitalidad, una prenda del éxito en la consecución del fin común y único: el de limpiar el suelo de Rusia de todos los insectos nocivos, pulgas (pillos), chinches (ricos), etc., etc. en un lugar s reencarcelará a una docena de ricos, a una docena de pillos, a media docena de obreros que huyen del trabajo (del mismo modo desvergonzado como lo hacen en Petrogrado numerosos tipógrafos, sobre todo en las imprentas del partido). En otro, se les obligara a limpiar las letrinas; en un tercero, se les dará, al salir de la cárcel, carnés amarillos para que todo el pueblo los vigile como seres nocivos, mientras no se enmienden. En otro, se fusilara en el acto a un parasito de cada diez. En otro más, se idearan combinaciones de diversos modos y medios y se recurrirá, por ejemplo, a la libertad condicional de los ricos, de los intelectuales burgueses, de los pillos y de los maleantes susceptibles de enmienda rápida. Cuanto más variado, tanto mejor y más rica será la experiencia común, más segura y rápidamente triunfará el socialismo y más fácilmente determinara la práctica –porque esta es la única que puede hacerlo– los mejores procedimientos y medios de lucha.
¿En qué comuna, en qué bario de gran ciudad, en qué fabrica, en qué aldea no hay hambrientos, no hay parados, no hay ricos parásitos, no hay granujas, lacayos de la burguesía, saboteadores, que se hacen llamar intelectuales? ¿Dónde se ha hecho más para aumentar el rendimiento del trabajo, para construir nuevas y buenas casas para los pobres, para alojar a los pobres en las casas de los ricos, para dar una manera regular su botella de leche a todos los niños de las familias pobres? Estas son las cuestiones en que debe basarse la emulación de las comunas, de las comunidades, de las asociaciones y cooperativas de consumo y de producción, de los Sóviets de diputados obreros, soldados campesinos. Este es el trabajo en que deben destacarse y elevarse prácticamente a los puestos de dirección de todo el país los organizadores de talento. Estos elementos abundan en el pueblo, pero se hallan cohibidos. Hay que ayudarles a desenvolverse. Ellos, y solo ellos, pueden, con el apoyo de las masas, salvar a Rusia y salvar la causa del socialismo.