Discurso pronunciado en el II Congreso de la Internacional Comunista
(Clamorosa ovación. Todos se ponen en pie y aplauden. El orador intenta hablar, pero siguen los aplausos y las exclamaciones en todas las lenguas. La ovación dura mucho.)
Camaradas: Las tesis sobre los problemas relativos a las tareas fundamentales de la Internacional Comunista han sido publicadas en todos los idiomas, y no representan algo sustancialmente nuevo (en particular para los camaradas rusos), ya que en grado considerable hacen extensivos a una serie de países occidentales, a Europa Occidental, ciertos rasgos básicos de nuestra experiencia revolucionaria y las enseñanzas de nuestro movimiento revolucionario. Por eso, en mi informe me detendré con algo más de detalle, aunque brevemente, en la primera parte del tema que me ha sido asignado: la situación internacional.
Las relaciones económicas del imperialismo constituyen la base de la situación internacional hoy existente. A lo largo de todo el siglo XX se ha definido por completo esta fase del capitalismo, su fase superior y última. Todos vosotros sabéis, claro está, que el rasgo más característico y esencial del imperialismo consiste en que el capi ha alcanzado proporciones inmensas. La libre competencia ha sido sustituida por un monopolio gigantesco. Un numero insignificante de capitalistas ha podido, a veces, concentrar en sus manos ramas industriales enteras, las cuales han pasado a las alianzas, cártels, consorcios y trusts con frecuencia de carácter internacional. De este modo, los monopolistas se han apoderado de ramas enteras de la industria en el aspecto financiero, en el aspecto del derecho de propiedad y, en parte, en el aspecto de la producción, no sólo en algunos países, sino en el mundo entero. Sobre esta base se ha desarrollado el dominio, antes desconocido, de un número insignificante de los mayores bancos, reyes financieros y magnates de las finanzas, que en la práctica, han transformado incluso las repúblicas más libres en monarquías financieras. Antes de la guerra, esto era reconocido públicamente por escritores que no tienen nada de revolucionarios, como, por ejemplo, Lysis en Francia.
Este dominio de un puñado de capitalistas alcanzó su pleno desarrollo cuando todo el globo terráqueo quedó repartido no sólo en el sentido de conquista de las distintas fuentes de materias primas y de medios de producción por los capitalistas más fuertes, sino también en el sentido de haber terminado el reparto preliminar de las colonias. Hace unos cuarenta años, apenas pasaba dé 250 millones de seres la población de las colonias sometidas por seis potencias capitalistas. En vísperas de la guerra de 1914, en las colonias había ya cerca de 600 millones de habitantes, y si agregamos países como Persia, Turquía y China, que entonces eran ya semicolonias, resultará, en cifras redondas, una población de mil millones, que era oprimida mediante la dependencia colonial por los países más ricos, civilizados y libres. Y vosotros sabéis que, además de la dependencia jurídica directa de carácter estatal, la dependencia colonial presupone toda una serie de relaciones de dependencia financiera y económica, presupone toda una serie de guerras, que no eran consideradas como tales porque consistían, con frecuencia, en que las tropas imperialistas europeas y norteamericanas, pertrechadas con las más perfectas armas de exterminio, reprimían a los habitantes inermes e indefensos de las colonias.
De este reparto de toda la tierra, de este dominio del monopolio capitalista, de este poder omnímodo de un insignificante puñado de los mayores bancos -dos, tres, cuatro o, a lo sumo, cinco por Estado- nació, de modo ineluctable, la primera guerra imperialista de 1914-1918. Esa guerra se hizo para repartir de nuevo el mundo entero. Se hizo para determinar cuál de los dos grupos insignificantes de los mayores Estados -el inglés o el alemán- recibiría la posibilidad y el derecho de saquear, oprimir y explotar toda la Tierra. Como sabéis, la guerra decidió la cuestión a favor del grupo inglés. Y como resultado de esa guerra, nos encontramos ante una exacerbación incomparablemente mayor de todas las contradicciones capitalistas. La guerra lanzó de golpe a unos 250 millones de habitantes de la Tierra a una situación equivalente a la de las colonias. Lanzó a esa situación a Rusia, en la que deben contarse cerca de 130 millones, a Austria-Hungría, Alemania y Bulgaria, que suman en total no menos de 120 millones. Doscientos cincuenta millones de habitantes de países que, en parte, figuran entre los más avanzados, entre los más cultos e instruidos, como Alemania, y que en aspecto técnico se encuentran al nivel del progreso contemporáneo. Por medio del Tratado de Versalles, la guerra impuso a esos países condiciones tales, que pueblos avanzados se vieron reducidos a la dependencia colonial, a la miseria, el hambre, la ruina y la falta de derechos, pues en virtud del tratado están maniatados y, para muchas generaciones, puestos en condiciones que no ha conocido ningún pueblo civilizado. He aquí el cuadro que ofrece el mundo: nada más acabada la guerra, no menos de 1.250 millones de seres son víctimas de la opresión colonial, víctimas de la explotación del capitalismo feroz, que se jactaba de su amor a la paz y que tenía cierto derecho a jactarse de ello hace cincuenta años, cuando la Tierra no estaba repartida todavía, cuando el monopolio no dominaba aún, cuando el capitalismo podía desarrollarse de modo relativamente pacífico, sin conflictos bélicos colosales.
En la actualidad, después de esa época "pacífica", asistimos a una monstruosa exacerbación de la opresión, vemos el retorno a una opresión colonial y militar mucho peor que la anterior. El Tratado de Versalles ha colocado a Alemania, y a toda una serie de Estados vencidos, en una situación que hace materialmente imposible su existencia a económica, en una situación de plena carencia de derechos y de humillación.
¿Qué número de naciones se ha aprovechado de ello? Para poder responder a esta pregunta debemos recordar que la población de los Estados Unidos de América -los cuales son los únicos que han ganado en la guerra de modo pleno y se han transformado por completo de un país con gran cantidad de deudas en un país al que todos le deben- no pasa de 100 millones de almas. El Japón, que ha ganado muchísimo al permanecer al margen del conflicto europeo-norteamericano y apoderarse del inmenso continente asiático, tiene 50 millones de habitantes, Inglaterra, que después de esos países ha ganado más que nadie, cuenta con una población de 50 millones. Y si agregamos los Estados neutrales, cuya población es muy pequeña y que se han enriquecido durante la conflagración, obtendremos, en cifras redondas, 250 millones.
Ahí tenéis, pues, trazado en líneas generales, el cuadro del mundo después de la guerra imperialista. Colonias oprimidas con una población de 1.250 millones de seres: países que son despedazados vivos, como Persia, Turquía y China; países que, derrotados, han sido reducidos a la situación de colonias. No más de 250 millones en países que han mantenido su vieja situación, pero que han caído, todos ellos, bajo la dependencia económica de Norteamérica y que durante toda la guerra dependieron en el aspecto militar, pues la contienda abarcó al mundo entero y no permitió ni a un solo Estado permanecer neutral de verdad. Y, por último, no más de 250 millones de habitantes en países en los que, por supuesto, se han aprovechado del reparto de la Tierra únicamente las altas esferas, únicamente los capitalistas. En total, cerca de 1.750 millones de personas -que forman toda la población del globo. Quisiera recordaros este cuadro del mundo porque todas las contradicciones fundamentales del capitalismo, del imperialismo, que conducen a la revolución, todas las contradicciones fundamentales en el movimiento obrero, que condujeron a la lucha más encarnizada con la II Internacional, y de lo cual ha hablado el camarada presidente, todo eso está vinculado al reparto de la población de la Tierra.
Es claro que las cifras citadas ilustran en rasgos generales, fundamentales, el cuadro económico del mundo. Y es natural, camaradas, que sobre la base de ese reparto de la población de toda la Tierra haya aumentado en muchas veces la explotación del capital financiero, de los monopolios capitalistas.
No sólo las colonias y los países vencidos se ven reducidos a un estado de dependencia; en el interior mismo de cada país victorioso se han desarrollado las contradicciones más agudas, se han agravado todas las contradicciones capitalistas. Lo mostraré en rasgos concisos con algunos ejemplos.
Tomad las deudas de Estado. Sabemos que las deudas de los principales Estados europeos han aumentado, de 1914 a 1920, no menos de siete veces. Citaré una fuente económica más, que adquiere una importancia muy grande: es Keynes, diplomático inglés y autor del libro Las consecuencias económicas de la paz, quien, por encargo de su gobierno, participó en las negociaciones de paz de Versalles, las siguió sobre el lugar desde un punto de vista puramente burgués, estudió el asunto paso a paso, en detalle, y, como economista, tomó parte en las conferencias. Ha llegado a conclusiones que son más tajantes, más evidentes y más edificantes que cualquiera otra de un revolucionario comunista, porque estas conclusiones las hace un burgués auténtico, un enemigo implacable del bolchevismo, del cual él, como filisteo inglés, se hace un cuadro monstruoso, bestial y feroz. Keynes ha llegado a la conclusión de que con el Tratado de Versalles, Europa y el mundo entero van a la bancarrota. Keynes ha dimitido; ha arrojado su libro a la cara del gobierno y ha dicho: Hacéis una locura. Os citaré sus cifras que, en conjunto, se reducen a lo siguiente:
¿Cuáles son las relaciones de deudores y acreedores que o establecido entre las principales potencias? Convierto las libras esterlinas en rublos oro, al cambio de 10 rublos oro por libra esterlina. He aquí lo que resulta: los Estados Unidos tienen un activo de 19.000 millones; su es nulo. Hasta la guerra eran deudores de Inglaterra. En el último Congreso del Partido Comunista de Alemania, el 14 de abril de 1920, el camarada Levi señalaba con razón en su informe que no quedaban más que dos potencias que actúan hoy independientes en el mundo: Inglaterra y Norteamérica. Pero sólo Norteamérica ha quedado absolutamente independiente desde el punto de vista financiero. Antes de la guerra era deudora; hoy es sólo acreedora. Todas las demás potencias del mundo han contraído deudas. Inglaterra se ve reducida a la siguiente situación: activo 17.000 millones, pasivo 8.000 millones, es ya mitad deudora. Además, en su activo figuran cerca de 6.000 millones que le debe Rusia. Los stocks militares que Rusia compró durante la guerra forman parte de los créditos ingleses. No hace mucho, cuando, en su calidad representante del Gobierno soviético de Rusia, Krasin tuvo la oportunidad de conversar con Lloyd George sobre los convenios relativos a las deudas, explicó claramente a los científicos y políticos, dirigentes del Gobierno inglés, que si pensaban cobrar estas deudas, se equivocaban de manera inexplicable. Y el diplomático inglés Keynes les había ya revelado este error.
Por supuesto, la cuestión no depende sólo del hecho, y ni siquiera la cosa es ésa, de que el Gobierno revolucionario ruso no quiere pagar sus deudas. Ningún gobierno se avendría a liquidarlas, por la sencilla razón de que estas deudas no representan más que los intereses usurarios de lo que ha sido ya pagado una veintena de veces, y este mismo burgués Keynes, que no siente ninguna simpatía por el movimiento revolucionario ruso dice: “Está claro que no se pueden tener en cuenta estas deudas”.
Por lo que se refiere a Francia, Keynes aduce cifras como éstas: su activo es de tres mil millones y medio, su pasivo, ¡de 10.000 millones y medio! Y éste es el país del cual los franceses mismos decían que era el usurero de todo el mundo, porque sus "ahorros" eran colosales y el saqueo colonial y financiero, que le había proporcionado un capital gigantesco, le permitía otorgar préstamos de miles y miles de millones, en particular a Rusia. De estos préstamos Francia obtenía enormes beneficios. Y a pesar de ello, a pesar de la victoria, Francia ha ido a parar a la situación de deudora.
Una fuente burguesa norteamericana, citada por el camarada Braun, comunista, en su libro ¿Quién debe pagar las deudas de guerra? (Leipzig, 1920), define de la manera siguiente la relación que existe entre las deudas y el patrimonio nacional: en los países victoriosos, en Inglaterra y Francia, las deudas representan más del 50% del patrimonio nacional. En lo que atañe a Italia, este porcentaje es de 60 a 70, en cuanto a Rusia, de 90, pero, como sabéis, estas deudas no nos inquietan, ya que poco antes de que apareciese el libro de Keynes, habíamos seguido su excelente consejo: habíamos anulado todas nuestras deudas.
(Clamorosos aplausos.)
Keynes no hace más que revelar en este caso su habitual rareza de filisteo: al aconsejar anular todas las deudas, declara que, por supuesto, Francia no hará más que ganar, que, desde luego, Inglaterra no perderá gran cosa, porque, de todos modos, no se podría sacar nada de Rusia; Norteamérica perderá mucho, pero Keynes cuenta con ¡la "generosidad" norteamericana! A este respecto, no compartimos las concepciones de Keynes ni de los demás pacifistas pequeñoburgueses. Creemos que para conseguir la anulación de las deudas tendrán que esperar otra cosa y trabajar en una dirección un tanto diferente, y no en la de contar con la "generosidad" de los señores capitalistas.
De estas cifras muy concisas se infiere que la guerra imperialista ha creado también para los países victoriosos una situación imposible. La enorme desproporción entre los salarios y la subida de precios lo indica igualmente. El 8 de marzo de este año, el Consejo Superior Económico, institución encargada de defender el orden burgués del mundo entero contra la revolución creciente, adoptó una resolución que termina con un llamamiento al orden, a la Laboriosidad y al ahorro, con la condición, claro está, de que los obreros sigan siendo esclavos del capital. Este Consejo Superior Económico, órgano de la Entente, órgano de los capitalistas de todo el mundo, hizo el siguiente balance.
En los Estados Unidos, los precios de los productos alimenticios han subido en un promedio de 120%, mientras que los salarios han aumentado sólo en un 100%. En Inglaterra, los productos alimenticios han subido en 170%, los salarios, en 130%. En Francia, los precios de los víveres han aumentado en 300%, los salarios, en 200. En el Japón, los precios han subido en 130%, los salarios, en 60% (confronto las cifras indicadas por el camarada Braun en su folleto precitado y las del Consejo Superior Económico dadas por el Times del 10 de marzo de 1920).
Está claro que en semejante situación el crecimiento ¡ a indignación de los obreros, el desarrollo de las ideas y del estado de ánimo revolucionarios y el aumento de las huelgas espontáneas de masas son inevitables. Porque la situación de los obreros se hace insoportable. Estos se convencen por su propia experiencia de que los capitalistas se han enriquecido inmensamente con la guerra, cuyos gastos y deudas cargan sobre las espaldas de los obreros. Recientemente, un telegrama nos comunicaba que Norteamérica quiere repatriar a Rusia a 500 comunistas más, para desembarazarse de estos "peligrosos agitadores".
Pero aunque Norteamérica nos enviase no 500, sino 500.000 “agitadores” rusos, norteamericanos, japoneses, franceses, la cosa no cambiaría, puesto que subsistiría la desproporción de los precios, contra la cual no pueden hacer nada Y no pueden hacer nada porque la propiedad privada se protege allí rigurosamente, porque para ellos es "sagrada". No hay que olvidar que la propiedad privada de los explotadores ha sido abolida sólo en Rusia. Los capitalistas no pueden hacer nada contra esa desproporción de los precios, y los obreros no pueden vivir con los antiguos salarios. Contra esta calamidad, ningún viejo método sirve, ninguna huelga aislada, ni la lucha parlamentaria ni la votación pueden hacer nada, porque la “propiedad privada es sagrada”, y los capitalistas han acumulado tales deudas que el mundo entero está avasallado por un puñado de personas; por otra parte, las condiciones de existencia de los obreros se hacen más y más insoportables. No hay más salida que la abolición de la “propiedad privada” de los explotadores.
En su folleto Inglaterra y la revolución mundial, del cual nuestro Noticiero del Comisariado del Pueblo de Negocios Extranjeros de febrero de 1920 ha publicado valiosos extractos, el camarada Lapinski indica que en Inglaterra los precios del carbón de exportación han sido dos veces más elevados que los previstos por los medios industriales oficiales.
En Lancashire se ha llegado a un alza del valor de las acciones de un 40%. Los beneficios de los bancos constituyen del 40 al 50% como mínimo, además se debe señalar que, cuando se trata de determinar sus beneficios, todos los banqueros saben encubrir la parte leonina no llamándola beneficios, sino disimulándola bajo la forma de primas, bonificaciones, etc. Así es que también en este caso, los hechos económicos indiscutibles muestran que la riqueza de un puñado ínfimo de personas ha crecido de manera increíble, que un lujo inaudito rebasa todos los límites, mientras que la miseria de la clase obrera no cesa de agravarse. En particular, hay que señalar, además, una circunstancia que el camarada Levi ha subrayado con extraordinaria claridad en su informe precitado: la modificación del valor del dinero. Como consecuencia de las deudas, de la emisión de papel moneda, etc., el dinero se ha desvalorizado en todas partes. La misma fuente burguesa, que ya he citado, es decir, la declaración del Consejo Superior Económico del 8 de marzo de 1920, estima que en Inglaterra la depreciación de la moneda en relaci6n al dólar es aproximadamente de un tercio; en Francia, de dos tercios, en cuanto a Alemania, llega hasta el 96%.
Este hecho muestra que el “mecanismo” de la economía mundial se está descomponiendo por entero. No es posible continuar las relaciones comerciales de las cuales dependen, bajo el régimen capitalista, la obtención de materias primas y la venta de los productos manufacturados; no pueden continuar precisamente por el hecho de que toda una serie de países se hallan sometidos a uno solo, debido a la depreciación monetaria. Ninguno de los países ricos puede vivir ni comerciar, porque no puede vender sus productos ni recibir materias primas.
Así, pues, resulta que Norteamérica misma, el país más rico, al que están sometidos todos los demás países, no puede comprar ni vender. Y ese mismo Keynes, que ha conocido todos los recovecos y peripecias de las negociaciones de Versalles, está obligado a reconocer esta imposibilidad, pese a su firme decisión de defender el capitalismo y a despecho de todo su odio al bolchevismo. Dicho sea de paso, no creo que ningún manifiesto comunista, o, en general, revolucionario, pueda compararse, en cuanto a su vigor, a las páginas en las que Keynes pinta a Wilson y el “wilsonismo” en acción. Wilson fue el ídolo de los pequeños burgueses y de los pacifistas tipo Keynes y de ciertos héroes de la II Internacional (e incluso de la Internacional “II y media”) que han exaltado sus “14 puntos” y escrito hasta libros “sabios” sobre las “raíces” de la política wilsoniana, esperando que Wilson salvaría la "paz social", reconciliaría a los explotadores con los explotados y realizaría reformas sociales. Keynes ha mostrado con toda evidencia que Wilson ha resultado ser un tonto y que todas estas ilusiones se han esfumado al primer contacto con la política práctica, mercantil y traficante del capital, encarnada por los señores Clemenceau y Lloyd George. Las masas obreras ven ahora cada vez más claramente por su experiencia vivida, y los sabios pedantes podrían verlo a la sola lectura del libro de Keynes, que las “raíces” de la política de Wilson estribaban sólo la necedad clerical, la fraseología pequeño-burguesa y la total incomprensión de la lucha de clases.
De todo eso dimanan de modo completamente inevitable y natural dos condiciones, dos situaciones fundamentales. De una parte, la miseria y la ruina de las masas se han acrecentado de manera inaudita, y sobre todo en que concierne a 1.250 millones de seres humanos, o sea, al 70% de la población del globo. Se trata de las colonias y países dependientes, cuya población está privada de todo derecho jurídico de países colocados "bajo el mandato" de los bandidos de las finanzas. Y, además, la esclavitud de los países vencidos ha quedado sancionada por el Tratado de Versalles y los acuerdos secretos relativos a Rusia, que a veces tienen -es verdad- tanto valor como los papeluchos en los que se ha escrito que debemos tantos y cuantos miles de millones. Presenciamos en la historia mundial el primer caso de sanción jurídica de la expoliación, de la esclavitud, de la dependencia, de la miseria y del hambre de 1.250 millones de seres humanos.
De otra parte, en cada país que se ha vuelto acreedor, la situación de los obreros se ha hecho insoportable. La guerra ha agravado al máximo todas las contradicciones capitalistas, y en ello está el origen de esa profunda efervescencia revolucionaria que no hace más que crecer, porque durante la guerra los hombres se hallaban bajo el régimen de la disciplina militar, eran lanzados a la muerte o amenazados de una represión militar inmediata. Las condiciones impuestas por la guerra no dejaban ver la realidad económica. Los escritores, los poetas, los popes y toda la prensa no hacían más que glorificar la guerra. Ahora que la guerra ha terminado, las cosas han comenzado a desenmascararse. Está desenmascarado el imperialismo alemán con su paz de Brest-Litovsk. Está desenmascarada la paz de Versalles que debía ser la victoria del imperialismo y ha resultado ser su derrota. El ejemplo de Keynes muestra, entre otras cosas, cómo decenas y centenares de miles de pequeños burgueses, de intelectuales o simplemente de personas un tanto desarrolladas y cultas de Europa y América han tenido que emprender la misma senda que él, que ha presentado su dimisión y arrojado a la cara de su gobierno el libro que desenmascaraba a éste. Keynes ha mostrado lo que pasa y pasara en la conciencia de millares y centenares de miles de personas cuando comprendan que todos los discursos sobre la “guerra por la libertad”, etc., no han sido más que puro engaño y que como consecuencia de la guerra se ha enriquecido sólo una ínfima minoría, mientras que los demás se han arruinado y han quedado reducidos a la esclavitud. En efecto, el burgués Keynes declara que los ingleses, para proteger su vida, para salvar la economía inglesa, deben conseguir ¡que entre Alemania y Rusia se reanuden las relaciones comerciales libres! Pero ¿cómo conseguirlo? ¡Anulando todas las deudas, como lo propone él! Esta es una idea que no pertenece sólo al científico economista Keynes. Millones de personas llegan y llegarán a esta idea. Y millones de personas oyen declarar a los economistas burgueses que no hay más salida que la anulación de las deudas, que por consiguiente “¡malditos sean los bolcheviques!” (que las han anulado, y ¡¡hagamos un llamamiento a la “generosidad” de Norteamérica!! Pienso que se debería enviar en nombre del Congreso de la Internacional Comunista un mensaje de agradecimiento a estos economistas que hacen agitación en favor del bolchevismo.
Si, de una parte, la situación económica de las masas se ha hecho insoportable; si, de otra parte, en el seno de la ínfima minoría de los países vencedores omnipotentes se ha iniciado y se acelera la descomposición ilustrada por Keynes. Realmente presenciamos la maduración de las dos condiciones de la revolución mundial.
Tenemos ahora ante los ojos un cuadro algo más completo del mundo. Sabemos lo que significa esta dependencia de un puñado de ricachones a la que están sujetos los 1.250 millones de seres colocados en condiciones de existencia inaguantables. De otro lado, cuando se ofreció a los pueblos el Pacto de la Sociedad de Naciones, en virtud del cual ésta declara que ha puesto fin a las guerras y que en adelante no permitirá a nadie quebrantar la paz, cuando este pacto -última esperanza de las masas trabajadoras del mundo entero- entró en vigor, eso fue para nosotros la victoria más grande. Cuando aún no estaba en vigor, decían: es imposible no imponer a un país como Alemania condiciones especiales; cuando haya un tratado, ya verán cómo todo marchará bien. Pero cuando este pacto se publicó ¡los enemigos furibundos del bolchevismo han tenido que renegar de él! Tan pronto como el pacto empezó a entrar en vigor resulto que el grupito de países más ricos, ¡este “cuarteto de gente gorda”! -Clemenceau, Lloyd George, Orlando y Wilson- quedó encargado de arreglar las nuevas relaciones. !Y cuando pusieron en marcha la maquina del pacto, ésta llevó a la ruina total!
Lo hemos visto en las guerras contra Rusia. Débil, arruinada, abatida, Rusia, el país más atrasado, lucha contra todas las naciones, contra la alianza de Estados ricos y poderosos que dominan al mundo, y sale vencedora de esta lucha. No podíamos oponer fuerzas un tanto equivalentes y, sin embargo, fuimos los vencedores. ¿Por qué? Porque no había ni sombra de unidad entre ellos, porque cada potencia actuaba contra otra. Francia quería que Rusia le pagase las deudas y se convirtiese en una fuerza temible contra Alemania; Inglaterra deseaba el reparto de Rusia, intentaba apoderarse del petróleo de Bakú y firmar un tratado con los países limítrofes de Rusia. Entre los documentos oficiales ingleses figura un libro que enumera con extraordinaria escrupulosidad todos los Estados (se cuentan 14) que, hace medio año, en diciembre de 1919, prometían tomar Moscú y Petrogrado. Inglaterra fundaba en estos Estados su política y les daba a préstamo millones y millones. Pero hoy todos estos cálculos han fracasado y todos los empréstitos se han perdido.
Esta es la situación que ha creado la Sociedad de Naciones. Cada día de existencia de este pacto constituye la mejor agitación en favor del bolchevismo. Porque los partidarios más poderosos del “orden” capitalista nos muestran que, en cada cuestión, se echan la zancadilla unos a otros. Por el reparto de Turquía, Persia, Mesopotamia, China se arman querellas feroces entre el Japón, la Gran Bretaña, Norteamérica y Francia. La prensa burguesa de estos países está llena de los más violentos ataques y de las invectivas más acerbas contra sus “colegas” porque les quitan ante sus propias narices el botín. Somos testigos del total desacuerdo que reina en las alturas, entre este puñado ínfimo de países más ricos. Es imposible que 1.250 millones de seres, que representan el 70% de la población de la Tierra, vivan en las condiciones de avasallamiento que quiere imponerles el capitalismo “avanzado” y civilizado. En cuanto al puñado ínfimo de potencias riquísimas, Inglaterra, Norteamérica, el Japón (que tuvo la posibilidad de saquear a los países de Oriente, los países de Asia, pero no puede poseer ninguna fuerza independiente, ni financiera ni militar, sin la ayuda de otro país), estos dos o tres países no están en condiciones de organizar las relaciones económicas y orientan su política a hacer fracasar la de sus asociados y “parteners” de la Sociedad de Naciones. De aquí se deriva la crisis mundial. Y estas raíces económicas de la crisis constituyen la razón esencial del hecho de que la Internacional Comunista consiga brillantes éxitos.
Camaradas: Ahora vamos a abordar la cuestión de la Crisis revolucionaria como base de nuestra acción revolucionaria. Y en ello necesitamos, ante todo, señalar dos errores extendidos. De un lado, los economistas burgueses presentan esta crisis como una simple “molestia”, según la elegante expresión de los ingleses. De otro lado, los revolucionarios procuran demostrar a veces que la crisis no tiene absolutamente salida.
Esto es un error. Situaciones absolutamente sin salida no existen. La burguesía se comporta como una fiera insolentada que ha perdido la cabeza, hace una tontería tras otra, empeorando la situación y acelerando su muerte. Todo eso es así. Pero no se puede “demostrar” que no hay absolutamente posibilidad alguna de que adormezca a cierta minoría de explotados con determinadas concesiones, de que aplaste cierto movimiento o sublevación de Una parte determinada de oprimidos y explotados. Intentar “demostrar” con antelación la falta "absoluta" de salida sería vana pedantería o juego de conceptos y palabras. En esta cuestión y otras parecidas, la verdadera “demostración” puede ser únicamente la práctica. El régimen burgués atraviesa en todo el mundo una grandísima crisis revolucionaria. Ahora hay que “demostrar” con la práctica que los partidos revolucionarios que tienen suficiente grado de conciencia, organización, ligazón con las masas explotadas, decisión y habilidad a fin de aprovechar esta crisis para llevar a cabo con éxito la revolución victoriosa.
Para preparar esa “demostración” nos hemos reunido precisa y principalmente en el presente Congreso de la Internacional Comunista.
Citaré como ejemplo del grado en que aún domina el oportunismo entre los partidos que desean adherirse a la III Internacional, del grado en que la labor de ciertos partidos aún está lejos de la preparación de la clase revolucionaria para aprovechar la crisis revolucionaria, a Ramsay MacDonald, jefe del Partido Laborista Independiente inglés. En su libro El Parlamento y la Revolución, dedicado precisamente a las cuestiones cardinales que ahora nos tienen ocupados también a nosotros, MacDonald describe el estado de las cosas, poco más o menos en el espíritu de los pacifistas burgueses. Reconoce que hay crisis revolucionaria, que aumentan los sentimientos revolucionarios, que las masas obreras simpatizan con el Poder soviético y la dictadura del proletariado (adviertan que se trata de Inglaterra) que la dictadura del proletariado es mejor que la actual dictadura de la burguesía inglesa.
Pero MacDonald no deja de ser un pacifista y conciliador burgués hasta la médula, un pequeño burgués que sueña con un gobierno que esté por encima de las clases. Reconoce la lucha de clases sólo como “hecho descriptivo”, como todos los embusteros, sofistas y pedantes de la burguesía. Silencia la experiencia de Kerenski, los mencheviques y los eseristas en Rusia, la experiencia homóloga de Hungría, Alemania, etc., sobre la formación de un gobierno “democrático”, y, aparentemente, fuera de las clases. Adormece a su partido y a los obreros que tienen la desgracia de tomar a este burgués por un socialista, de tomar a este filisteo por un líder con las palabras: “Sabemos que esto (o sea, la crisis revolucionaria, la efervescencia revolucionaria) pasará, se calmará”. La guerra originó inevitablemente la crisis, pero después de la guerra, aunque no sea de golpe, “todo se calmará”.
Así escribe una persona que es el jefe de un partido que desea adherirse a la III Internacional. En ello vemos una denuncia de excepcional franqueza y tanto más valiosa de lo que se observa con no menos frecuencia en las capas superiores del Partido Socialista Francés y del Partido Socialdemócrata Independiente Alemán: no sólo el no saber, sino también el no querer aprovechar la crisis revolucionaria en sentido revolucionario, o, dicho de otro modo, el no saber y el no querer llevar a cabo una verdadera preparación revolucionaria del partido y de la clase para la dictadura del proletariado.
Ese es el mal fundamental de numerosísimos partidos que hoy se apartan de la II Internacional. Y precisamente por eso me detengo más en las tesis que propuse al presente Congreso, en la determinación, de la manera más concreta y exacta posible, de las tareas de preparación para la dictadura del proletariado.
Aduciré un ejemplo más. Recientemente se ha publicado un nuevo libro contra el bolchevismo. Ahora se publican en Europa y América muchísimos libros de ese género, y cuantos más libros se publican contra el bolchevismo, tanto mayores son la fuerza y rapidez con que crecen en las masas las simpatías por él. Me refiero al libro de Otto Bauer ¿Bolchevismo o socialdemocracia? En él se muestra de modo evidente a los alemanes qué es el menchevismo, cuyo ignominioso papel en la revolución rusa ha sido suficientemente comprendido por obreros de todos los países. Otto Bauer ha dado un panfleto menchevique de cabo a cabo, pese a haber ocultado su simpatía por el menchevismo. Mas en Europa y América hace falta difundir ahora nociones más exactas de lo que es el menchevismo pues éste es un concepto genérico para todas las tendencias pretendidamente socialistas, socialdemócratas, etc., hostiles al bolchevismo. A nosotros, los rusos, nos aburriría escribir para Europa qué es el menchevismo. Otto Bauer lo ha demostrado de hecho en su libro, y agradecemos por anticipado a los editores burgueses y oportunistas que lo publiquen y traduzcan a diferentes idiomas. El libro de Bauer será un complemento útil, aunque original, para los manuales de comunismo. Tomad cualquier párrafo, cualquier razonamiento de Otto Bauer y demostrad dónde está ahí el menchevismo, donde las raíces de las concepciones que llevan al proceder de los traidores al socialismo, de los amigos de Kerenski, Scheidemann, etc.: tal será el problema que se podrá proponer con provecho y éxito en los “exámenes” para comprobar si el comunismo ha sido asimilado. Si uno no puede resolver este problema, no será aún comunista y valdrá más que no ingrese en el Partido Comunista.
(Aplausos.)
Otto Bauer ha expresado magníficamente la esencia de las opiniones del oportunismo internacional en una frase, por la que -si pudiéramos mandar libremente en Viena- deberíamos erigirle un monumento en vida. El empleo de la violencia en la lucha de clases de las democracias contemporáneas -ha dicho O. Bauer- sería una “violencia sobre los factores sociales de la fuerza”.
Probablemente os parezca esto extraño e incomprensible. Es un modelo del grado a que han llevado el marxismo, del grado de banalidad y defensa de los explotadores a que se puede llevar la teoría más revolucionaria. Hace falta la variante alemana de espíritu pequeñoburgués para obtener la “teoría” de que los “factores sociales fuerza” son el número, la organización, el lugar en proceso de producción y distribución, la actividad y la instrucción. Si un obrero agrícola en el campo y un obrero industrial en la ciudad ejercen violencia revolucionaria sobre el terrateniente y el capitalista, eso no es, ni mucho menos, dictadura del proletariado, no es, ni mucho menos, violencia sobre los explotadores y opresores del pueblo. Nada de eso. Es “violencia sobre los factores sociales de la fuerza”.
Quizás el ejemplo que he puesto haya salido algo humorístico. Pero es tal la naturaleza del oportunismo contemporáneo que su lucha contra el bolchevismo se convierte en un chiste. Para Europa y América es de lo más útil y apremiante incorporar a la clase obrera, a cuanto hay de pensante en ella, a la lucha del menchevismo internacional (de los MacDonald, Bauer y Cía.) contra el bolchevismo. Aquí debemos plantear la cuestión de cómo se explica la solidez de semejantes tendencias en Europa y por qué ese oportunismo es más vigoroso en Europa Occidental que en nuestro país. Pues porque los países adelantados han creado y siguen creando su cultura con la posibilidad de vivir a expensas de mil millones de habitantes oprimidos. Porque los capitalistas de estos países reciben mucho por encima de lo que podrían recibir como ganancia por el expolio de los obreros de su país.
Antes de la guerra se consideraba que tres países riquísimos: Inglaterra, Francia y Alemania tenían unos ingresos de ocho mil millones a diez mil millones de francos anuales, sin contar otros ingresos, sólo debido a la exportación de capital al extranjero.
Es claro que de esta respetable suma se pueden tirar quinientos millones, al menos, como migajas a los dirigentes obreros, a la aristocracia obrera, como sobornos de todo género. Y todo se reduce precisamente al soborno. Eso se hace por mil vías distintas: elevando la cultura en los mayores centros, creando establecimientos de enseñanza, fundando miles de cargos para dirigentes de cooperativas, para líderes tradeunionistas y parlamentarios. Pero eso se hace por dondequiera que existen relaciones capitalistas civilizadas contemporáneas. Y esos miles de millones de 5uperganancias son la base económica en que se apoya el oportunismo en el movimiento obrero. En América, Inglaterra y Francia se observa una obstinación mucho más tenaz de los dirigentes oportunistas, de la capa superior de la clase obrera, de la aristocracia de los obreros; oponen una resistencia mucho mayor al movimiento comunista. Y por eso debemos estar dispuestos a que la curación de esta enfermedad de los partidos obreros europeos y americanos transcurra con más dificultad que en estro país. Sabemos que desde la fundación de la III Internacional se han obtenido enormes éxitos en el tratamiento de esta enfermedad, pero aún no hemos llegado a extirparla definitivamente: la obra de depurar en todo el mundo a los partidos obreros, a los partidos revolucionarios del proletariado, de la influencia burguesa y oportunistas en su propio medio aún está muy lejos de acabarse.
No me detendré en la manera concreta cómo debemos realizar eso. De ello se habla en mis tesis, que están publicadas. Aquí me incumbe señalar las profundas raíces económicas de este fenómeno. Esta enfermedad se ha prolongado y su tratamiento se ha dilatado más de lo que optimistas pudieran esperar. Nuestro enemigo principal es el oportunismo. El oportunismo en la capa superior del movimiento obrero no es socialismo proletario, sino burgués. Se ha demostrado en la práctica que los políticos del movimiento obrero pertenecientes a la tendencia oportunista son mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses. La burguesía no podría mantenerse si ellos no dirigieran a los obreros. Eso lo demuestra no sólo la historia del régimen de Kerenski en Rusia, sino la república democrática en Alemania con su gobierno socialdemócrata al frente, lo demuestra la actitud de Albert Thomas ante su gobierno burgués. Lo demuestra la experiencia análoga de Inglaterra y los Estados Unidos. Ahí está nuestro enemigo principal, y debemos vencerlo. Tenemos que salir del Congreso con la firme resolución de llevar hasta el fin esa lucha en todos los partidos. Esa es la tarea principal.
En comparación con esa tarea, la corrección de los de la tendencia “izquierdista” en el comunismo será una tarea fácil. En toda una serie de países se observa el antiparlamentarismo, aportado no tanto por gente de la pequeña burguesía como apoyado por algunos destacamentos avanzados del proletariado debido al odio que tienen al viejo parlamentarismo, odio lógico, justo y necesario a la conducta de los miembros de los parlamentos en Inglaterra, Francia, Italia y en todos los países. Hay que dar indicaciones directrices de la Internacional Comunista, dar a conocer mejor, más a fondo, a los camaradas, la experiencia rusa, el alcance del verdadero partido político proletario. Nuestra labor consistirá en cumplir esta tarea. Y la lucha contra estos errores del movimiento proletario, contra estas faltas, será mil veces más fácil que la lucha contra la burguesía que penetra bajo el manto de reformistas en los viejos partidos de la II Internacional y orienta toda su labor no en el espíritu proletario, sino en el espíritu burgués.
Camaradas: Para concluir, me detendré a examinar otro aspecto de la cuestión. El camarada presidente ha dicho aquí que esta asamblea merece el calificativo de Congreso Mundial. Creo que tiene razón, sobre todo porque se encuentran aquí no pocos representantes del movimiento revolucionario de las colonias y de los países atrasados. Esto no es más que un modesto comienzo, pero lo importante es que ya se ha dado el primer paso. La unión de los proletarios revolucionarios de los países capitalistas, de los países avanzados, con las masas revolucionarias de los países que carecen o casi carecen de proletariado, con las masas oprimidas de las colonias, de los países de Oriente, se está produciendo en este Congreso. La consolidación de esa unión depende de nosotros, yo estoy seguro de que lo conseguiremos. El imperialismo mundial debe caer cuando el empuje revolucionario de los obreros explotados y oprimidos de cada país, venciendo la resistencia de los elementos pequeñoburgueses y la influencia de la insignificante élite constituida por la aristocracia obrera, se funda con el empuje revolucionario de centenares de millones de seres que hasta ahora habían permanecido al margen de la historia y eran considerados sólo como objeto de ésta.
La guerra imperialista ayudó a la revolución. La burguesía sacó soldados de las colonias, de los países atrasados, para hacerlos participar en esa guerra imperialista, haciéndolos salir del estado de abandono en que se encontraban. La burguesía inglesa inculcaba a los soldados de la India la idea de que los campesinos hindúes debían defender a la Gran Bretaña de Alemania; la burguesía francesa inculcaba a los soldados de las colonias francesas la idea de que los negros debían defender a Francia. Y les enseñaron el manejo de las armas. Este aprendizaje es extraordinariamente útil, y por ello podríamos expresarle a la burguesía nuestro profundo agradecimiento, en nombre de todos los obreros y campesinos rusos y sobre todo en nombre de todo el Ejército Rojo ruso. La guerra imperialista ha hecho que los pueblos dependientes se incorporaren a la historia universal. Y una de nuestras principales tareas del momento actual es pensar el modo de colocar la primera piedra de la organización del movimiento soviético en los países no capitalistas. Los Sóviets son posibles en esos países; no serán Sóviets obreros, sino Sóviets campesinos o Sóviets de los trabajadores.
Habrá que realizar un gran trabajo, los errores serán inevitables y muchos serán los obstáculos con que se tropezará en ese camino. La tarea fundamental del II Congreso consiste en elaborar o trazar los principios de carácter práctico, a fin de que el trabajo realizado hasta ahora en forma no organizada entre centenares de millones de hombres, transcurra en forma organizada, cohesionada y sistemática.
Ha pasado poco más de un año desde que se celebró el I Congreso de la Internacional Comunista y ya aparecemos como vencedores de la II Internacional. Las ideas soviéticas no sólo se difunden ahora entre los obreros de los países civilizados y no son sólo ellos los que las conocen y comprenden. Los obreros de todos los países se ríen de esos sabihondos -muchos de los cuales se llaman socialistas- que con aire doctoral o casi doctoral se lanzan a disquisiciones sobre el “sistema” soviético, como suelen expresarse los sistemáticos alemanes, o sobre la “idea” soviética, término empleado por los socialistas “gremiales” ingleses. Tales disquisiciones sobre el “sistema” soviético o la “idea” soviética suelen enturbiar a menudo los ojos y la conciencia de los obreros. Pero los obreros desechan han esa basura pedantesca y empuñan el arma proporcionada por los Sóviets. En los países de Oriente se va comprendiendo también el papel y la importancia de los Sóviets.
El movimiento soviético se ha iniciado en todo el Oriente, en toda Asía, en los pueblos de todas las colonias.
La tesis de que los explotados deben rebelarse contra los explotadores y crear sus Sóviets no es demasiado complicada. Después de nuestra experiencia, después de dos años y medio de República Soviética en Rusia, después del I Congreso de la III Internacional, la comprensión de esa tesis está al alcance de centenares de millones de seres oprimidos por los explotadores en el mundo entero. Y si ahora, en Rusia, nos vemos obligados con frecuencia a concertar compromisos y a dar tiempo al tiempo, pues somos más débiles que los imperialistas internacionales, sabemos, en cambio, que 1.250 millones de seres de la población del globo constituyen esa masa cuyos intereses defendemos nosotros. Por ahora tropezamos con los obstáculos, los prejuicios y la ignorancia, que con cada hora que pasa van siendo relegados al pasado; pero cuanto más tiempo pasa, más nos vamos convirtiendo en los representantes y los defensores efectivos de ese 70% de la población del globo, de esa masa de trabajadores y explotados. Podemos decir con orgullo que en el I Congreso éramos, en el fondo, tan sólo unos propagandistas, que nos limitábamos a lanzar al proletariado de todo el mundo unas ideas fundamentales, un llamamiento a la lucha, y preguntábamos: ¿dónde están los hombres capaces de seguir ese camino? Ahora tenemos en todas partes un proletariado de vanguardia. En todas partes hay un ejército proletario, aunque en ocasiones esté mal organizado y exija una reorganización, y si nuestros camaradas internacionales nos ayudan ahora a organizar un ejército único, no habrá fallas que nos impidan realizar nuestra obra. Esa obra es la revolución proletaria mundial, es la creación de la República Soviética universal.
(Prolongados aplausos.)