6 de noviembre de 1920
Discurso ante el pleno del Sóviet de diputados obreros, campesinos y del Ejército Rojo de Moscú, el Comité del PC de Moscú y el Consejo de Sindicatos de Moscú
(Prolongados aplausos)
Camaradas, nos hemos reunido hoy aquí para conmemorar las jornadas de lucha de nuestro prole' cariado, para conmemorar nuestras conquistas revolucionarias. Hoy podemos celebrar nuestra victoria. A pesar de las increíbles dificultades de la vida, de los increíbles esfuerzos de nuestros enemigos, hemos vencido. Estamos venciendo desde hace tres años. Esto es una victoria gigantesca, que antes ninguno de nosotros hubiera creído posible. Hace tres años, cuando estábamos en el Smolny, la insurrección de los obreros de Petrogrado nos mostró que ella fue más unánime de lo que podíamos esperar; pero si aquella noche se nos hubiese dicho que al cabo de tres años tendríamos lo que ahora tenemos, tendríamos esta victoria nuestra, nadie, ni siquiera el optimista más incorregible, lo habría creído. Sabíamos entonces que nuestra victoria sería firme sólo cuando nuestra causa hubiera triunfado en todo el mundo, y cuando comenzamos nuestra obra contábamos exclusivamente con la revolución mundial. La guerra imperialista modificó por completo las formas en que habíamos vivido hasta entonces y no podíamos saber en qué formas se daría la lucha, la que se prolongó mucho más de lo que era de esperar. Ahora, al cabo de tres años, resulta que somos inmensamente más fuertes que antes, pero la burguesía mundial es también muy fuerte aún; y aunque sea mucho más fuerte que nosotros, se puede decir, pese a todo, que hemos vencido. Hemos orientado toda nuestra fuerza a disgregar a la burguesía, y en este sentido nuestro trabajo no se ha desarrollado sin éxito. Se debe a que depositamos nuestra esperanza en la revolución internacional, y esa esperanza era indudablemente acertada. Sabíamos que todo el mundo marchaba a la destrucción, sabíamos que después de la guerra imperialista era imposible seguir como antes, porque la guerra imperialista aniquilaba de raíz todas las viejas relaciones económicas y jurídicas, destruía todas las condiciones de existencia en las que, hasta entonces, se había basado el antiguo orden. Y si en un momento semejante, cuando la guerra imperialista -mil veces más que nuestra propaganda- preparaba la bancarrota, el proletariado hubiese avanzado victoriosamente aunque más no fuera en un solo país, ello habría bastado para quebrantar las fuerzas de la burguesía internacional.
Si echamos hoy una mirada a las relaciones internacionales -y siempre hemos subrayado que consideramos las cosas desde el punto de vista internacional- y examinamos la historia de las guerras que se hicieron contra la Rusia soviética, veremos que estamos en paz con casi todos los pequeños Estados burgueses que nos rodean, Estados en los cuales martirizan y persiguen a los bolcheviques. Esos Estados son sirvientes y esclavos incondicionales de la Entente y desean devastar y aniquilar a la Rusia soviética, pero, no obstante, de todos modos hemos concertado la paz con ellos contra el deseo de la Entente. Tres potencias tan poderosas como Inglaterra, Francia y Norteamérica, no lograron unirse contra nosotros, y fueron derrotadas en la guerra que iniciaron contra nosotros con sus fuerzas aliadas! ¿Por qué? Porque la economía, la vida de sus países está quebrantada, porque son casi cadáveres, porque no pueden vivir como antes, porque la clase por voluntad de la cual se mantienen -la clase burguesa- está podrida. Esta clase llevó a más de 10 millones de seres a la guerra imperialista y al exterminio. ¿En aras de qué? En aras del reparto del mundo entre un grupo de capitalistas. Con esto se agotó, con esto socavó sus propias bases y, por poderosa que parezca ahora en el aspecto militar, es interiormente impotente. Esto ya no es un volante hecho con espíritu bolchevique, es un hecho probado a sangre y fuego. Ellos constituyen la clase que se extingue, por ricos y fuertes que sean, y nosotros constituimos la clase que avanza hacia la victoria. Y, a pesar de ser más débiles que ellos, estamos triunfando desde hace tres años y tenemos el derecho de afirmar, sin asomo de vanidad, que hemos vencido.
Al decir esto, tampoco debemos olvidar otro aspecto: no hay que olvidar que hemos vencido nada más que a medias. Hemos vencido, porque hemos sabido mantenernos contra países más fuertes que nosotros y que, además, se unieron con nuestros explotadores emigrados, los terratenientes y los capitalistas. Siempre hemos sabido, y no lo olvidaremos, que nuestra causa es una causa internacional, y mientras no se produzca la revolución en todos los países -incluidos los más ricos y civilizados-, nuestra victoria será hasta entonces sólo una victoria a medias, o quizá menos. Sólo ahora nuestras batallas contra Wrangel son victoriosas; de un día para otro aguardamos noticias que confirmen nuestras esperanzas. Estamos seguros de que si no tomamos Crimen en los próximos días, la tomaremos en los Siguientes, pero no tenemos ninguna garantía de que esta sea el último conato de la burguesía mundial contra nosotros. Por el contrario, datos en nuestro poder muestran que dicho conato será repetido en la primavera. Sabemos que tendrán ínfimas posibilidades; sabemos también que nuestras fuerzas militares serán más firmes y más poderosas que las de cualquier otra potencia, pero, con todo, el peligro no ha desaparecido, existe y existirá en tanto la revolución no triunfe en uno o varios países adelantados.
Sabemos que las cosas se mueven en esa dirección, que el II Congreso de la III Internacional, que se celebró en Moscú este verano, realizó una obra nunca vista, inmensa. Quizás algunos de ustedes hayan estado presente durante el informe del camarada Zinóviev, quien se refirió detalladamente al Congreso de los Independientes alemanes en Halle. Sin duda habrán tenido ustedes una gráfica descripción de lo que ocurre en un país donde las posibilidades de la revolución son mayores. Pero cosas similares se producen ahora en todos los países. El comunismo se ha desarrollado, ha cobrado fuerzas y creado partidos en todos los países avanzados. Durante ese período la causa de la revolución internacional sufrió una serie de derrotas en los pequeños países, donde las gigantescas aves de rapiña ayudaron a aplastar el movimiento; por ejemplo, Alemania ayudó a aplastar la revolución finesa y los colosos del capitalismo -Inglaterra, Francia y Austria- aplastaron la revolución en Hungría. Pero por el solo hecho de aplastarla, multiplicaron por mil los elementos de la revolución en sus propios países. Y hoy la razón principal de que hayan sido debilitados por la lucha es que no tienen asegurada la retaguardia, porque en todos los países los obreros y campesinos no quieren combatir contra nosotros, porque no sólo entre nosotros, en Kronstadt, hubo marineros heroicos, sino que también los hubo entre ellos. En toda Francia el nombre de los marineros que estuvieron en nuestro Mar Negro está unido al recuerdo de la revolución rusa; los obreros franceses saben que los que ahora están cumpliendo condenas en presidio en Francia, llamaron a la insurrección en el Mar Negro, pues no querían ser verdugos de los obreros y campesinos rusos. Es por eso que la Entente está hoy debilitada; es por eso que podemos decir tranquilamente que en el plano internacional estamos seguros.
Pero nuestra victoria, camaradas, está lejos de ser completa; de esta victoria tenemos todavía menos de la mitad. Sí, hemos logrado una victoria gigantesca, gracias a la abnegación y entusiasmo de los obreros y campesinos rusos; hemos podido mostrar que Rusia es capaz no sólo de producir héroes aislados, como los que marcharon a la lucha contra el zarismo y murieron en tiempos en que los obreros y los campesinos no los apoyaban. Nosotros teníamos razón cuando sosteníamos que Rusia produciría tales héroes surgidos de la masa, que Rusia podría poner en movimiento a estos héroes por centenares, por millares. Decíamos que ello ocurriría y que entonces la causa del capitalismo estaría perdida. La razón principal de nuestra victoria, la fuente principal es, pues, el heroísmo, la abnegación, la firmeza sin parangón en la lucha, puesta de manifiesto por los soldados rojos que murieron en el frente; puesta de manifiesto por los obreros y campesinos que padecieron tanto, especialmente los obreros industriales, la mayor parte de los cuales padecieron en estos tres años mucho más que en los primeros años de la servidumbre capitalista. Sufrieron hambre, frío y penurias, todo para retener el poder. Y con esa entereza, con ese heroísmo crearon una retaguardia que resultó la única retaguardia fuerte que existe en este momento entre las fuerzas en lucha. Por eso somos fuertes y firmes, mientras que la Entente se está desintegrando constantemente ante nuestros ojos.
Pero es imposible dar término a la obra de la revolución, imposible conducirla a la victoria completa sólo con el entusiasmo, el fervor y el heroísmo. Con ello pudimos rechazar al enemigo cuando se lanzó sobre nosotros y quiso ahogarnos; con ello se pudo vencer en el sangriento combate, pero no basta para llevar la obra a término. No basta, porque ahora tenemos por delante la segunda mitad de la tarea, la mayor y más difícil. Y debemos convertir nuestro triunfo de hoy, nuestra confianza de que venceremos, en una cualidad tal, que nos dé idéntica victoria decisiva en esta segunda mitad de la tarea. Sólo el entusiasmo, sólo la disposición de los obreros y de los campesinos de marchar a la muerte no es suficiente en esta segunda mitad de la tarea, pues esta segunda tarea -la más difícil- es para construir, para crear. Hemos recibido en herencia del capitalismo, no sólo una cultura en ruinas, no sólo fábricas destruidas, no sólo una intelectualidad desesperada; hemos recibido una masa desunida y atrasada de pequeños propietarios; hemos recibido la incapacidad, la falta de hábitos para el trabajo solidario en común, y la incomprensión de que es necesario enterrar al pasado.
Esto es lo que tenemos que solucionar ahora. Debemos recordar que es necesario aprovechar el actual estado de ánimo e incorporarlo durante largo tiempo a nuestro trabajo, para poner fin a la dispersión en nuestra vida económica. Ya no es posible volver hacia atrás. Por el hecho mismo de haber arrebatado el poder a los explotadores, hemos realizado ya la mayor parte del trabajo. Ahora debemos unir a todos los trabajadores y a todas las trabajadoras y hacerlos trabajar juntos. Hemos entrado aquí como entra el conquistador en un nuevo territorio, y sin embargo, pese a las condiciones en que trabajamos, pese a ello, hemos vencido en el frente. Vemos que nuestro trabajé'? está progresando hoy mejor que el año pasado. Sabemos que no podemos proveer suficientes alimentos á todos; no estamos seguros de que el hambre y el frío no golpearán a la puerta de casas, chozas y cabañas, pero sabemos que hemos vencido. Sabemos que nuestra fuerza productiva es enorme, inclusive ahora, después de las penosas guerras imperialista y civil; sabemos que podemos proteger a obreros y campesinos del hambre y el frío, pero para poder hacerlo es necesario calcular todo cuanto poseemos y repartirlo debidamente. Esto no sabemos hacerlo todavía, porque el capitalismo enseñó a todo pequeño propietario a preocuparse principalmente por sus propios intereses; a pensar cómo enriquecerse, cómo estar lo antes posible entre la gente rica, y no enseñó a nadie a luchar en común por determinada idea. Ahora, debemos guiarnos por otro principio. Sobre nosotros recae ahora la otra mitad, la más dura, de nuestra tarea. Este entusiasmo que hoy nos colma puede durar todavía un año, cinco años más. Pero es necesario recordar que en esta lucha que tendíamos que realizar no habrá otra cosa que pequeñeces. Alrededor nuestro hay pequeñas tareas económicas. Por otra parte, ustedes saben que ese aparato de pequeñas unidades con las que se mueve esta vida económica son los trabajadores de antes: los pequeños funcionarios, los pequeños burócratas acostumbrados a la antigua manera egoísta de hacer las cosas. La lucha contra esto debe convertirse en la tarea del momento. En ocasión de estas fiestas celebradas en un ambiente de victoria, en ocasión del tercer aniversario del poder soviético, debemos identificarnos con el entusiasmo por el trabajo, con esa voluntad de trabajo, con esa tenacidad de la que depende ahora la más rápida salvación de los obreros y campesinos y la salvación de nuestra economía; entonces veremos que en esta tarea venceremos aun más firme y sólidamente que en todas las cruentas batallas del pasado.
(Prolongados aplausos)